El flagrante descalabro ecológico, o cierta agonía ambiental, con sus arrasadoras secuelas geográficas de inéditas temperaturas, de polución atmosférica, de sequías y estrés hídrico, de intratables incendios forestales, de inundaciones, trombas y erosiones marinas estructurales, de maremotos o tsunamis, de huracanes y tornados, de tormentas y deslizamientos de polvo, tierra o nieve como desprendimientos polares y de glaciares; de renovadas erupciones volcánicas, de extraños fenómenos como La Niña, de sismos y terremotos, etc.; resultan más que suficientes para superar, largamente, profecías y especulaciones apocalípticas.
Antaño, fenómenos naturales como las lluvias, las plantas y los animales, el calor, el frío, el canto de los pájaros, los ríos, los vientos, las olas del mar nos concientizaban de que no estamos solos en la Tierra, de que todos los seres que la habitamos debemos compartirla sin agredirla, respetándola cabalmente con la tradicional corresponsabilidad intergeneracional, fraternal y cooperativa.
No obstante, como humanos, no supimos o no quisimos mantener la equidad y sustentabilidad de nuestra Casa Común, cuando dejamos de vivir y convivir en armonía con los elementos aludidos de la naturaleza (vg., irresponsables consumos de agua y usos del suelo, maltrato de árboles, plantas, animales, montañas, ríos, mar, etc.).
La historia nos dice que hombres y mujeres hemos hecho muchos esfuerzos por convivir armónicamente con la naturaleza, pero también refiere que no siempre ha sido así. En efecto, nos reseña que en muchas ocasiones los diferentes fenómenos naturales y los seres humanos -a través de actividades o producciones inadecuadas y ruinosas, de egoísmos, intereses e ignorancias propias de toda necedad- nos fuimos agrediendo, desbaratando el natural equilibrio planetario, provocando gravísimos daños para el entorno, para las personas y sus bienes; lo que, sin eufemismos, explica el tremendo desastre actual.
Internacionalmente, cada 26 de enero se celebra el Día Mundial de la Educación Ambiental, con el propósito de enfatizar y oxigenar la importancia de dicha educación, como generadora de conciencia sobre el cuidado del ambiente. (Esta fecha se estableció se originó en la Declaración de Estocolmo, 1972; Conferencia sobre el Medioambiente Humano, Naciones Unidas).
Ahora bien, sólo cincuenta años atrás, en los recorridos entre muchos pueblos y ciudades, todavía podíamos observar y disfrutar la presencia oxigenante de montes, bosques o arroyos con abundancia de aguas cristalinas. Aún había espacio, sensatez y respeto por los pulmones y los recursos de la naturaleza. Hoy, poco casi nada quedó de tan vital, rico, exuberante e inigualable paisaje verde.
Ante semejante descalabro ambiental provocado por la ignorancia, la estupidez y la locura humana, nos urge impulsar e incentivar, financiando contundentemente, una profunda educación superior especializada en la materia (artículo 41 de nuestra Constitución Nacional), acentuando todo lo atingente a una reconversión cultural y corresponsabilidad social en pos de lograr, paulatinamente, creativos y racionales usos, consumos, reservorios, remediaciones e incrementos de los recursos ambientales; poniendo especial cuidado, prudencia, información satelital ambiental de toda la geografía federal y planificación territorial estratégica, para la más razonable y armónica autorización, con criterio restrictivo, de cada nuevo uso o consumo de aguas, desmonte, desbosques; explotaciones agrícolas, ganaderas, pesqueras, forestales, mineras o desarrollos inmobiliarios; todo ello, claro, sin perjuicio de considerar apropiada y oportunamente, una atinada y eficaz legislación operativa, específica y temporal de “veda ambiental”.
Cada inejecutoriedad, cada desfinanciamiento de la legislación ambiental argentina en general, puntualmente con las leyes de bosques y glaciares, como la aviesa traba legislativa a la ley de humedales, cuestiona y condena su propia eficacia, confirmando simultáneamente tanta sospechada ineficacia; la misma que atónitamente traduce y revelan los 15 años de incumplimiento al fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, cuando ordenó el saneamiento de la cuenca Matanza-Riachuelo. (En 2008 un fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación ordenó a ACUMAR, Autoridad de Cuenca Matanza-Riachuelo, a recomponer el daño ambiental producido en la cuenca).
Finalmente, como lúcida y mordazmente anticipó Umberto Eco: “Supimos muy bien cómo destruir países y ciudades, pueblos y civilizaciones, pero todavía no tenemos ideas precisas sobre cómo conciliar el bienestar colectivo, el porvenir de los jóvenes, la superpoblación del mundo y la prolongación de la vida”; para todo lo cual cada recurso ambiental –empezando por el agua sólo después del aire- será, singularmente, tan vital e insustituible como indispensable”
Experto en cooperativismo de la Coneau