El déficit fiscal ha sido y es un tema de debate. Todos lo invocan, algunos como causa excluyente de la inflación, y otros como una causa más del aumento de precios. Pero es un concepto múltiple que incluye el déficit fiscal primario, el déficit financiero y el déficit cuasi fiscal, por lo que su análisis suele, dependiendo de quién lo diga, ocultar más de lo que se explica.
Cuando el FMI o los opositores monetaristas hablan de déficit, hablan de déficit fiscal primario, que es la diferencia entre lo que recauda y lo que gasta el Estado, especialmente en “gasto social”, que incluye jubilaciones y pensiones, AUH, Programa progresar (para estudios), Programa Trabajar, subsidios a tarifas, etc. Y, en general, todos aquellos que llegan a los ciudadanos.
Pero ocultan los subsidios a empresas por exenciones tributarias, que significan el 2,49% del PBI, contra los 7,5% que representa todo el gasto social.
También ocultan el déficit financiero, un 16,6% del PBI, que son los intereses que paga el Estado a los tenedores de bonos por su deuda, y que también implica emisión monetaria y, por supuesto, beneficia a los que puedan haberlos ahorrado, que no es más del 5% de la población.
También ocultan el déficit cuasi-fiscal del BCRA por los intereses que paga a los bancos por limitar la disponibilidad de efectivo en circulación y, por supuesto, el “dólar soja” y producciones regionales, por el que paga más de lo que cobra por venderlo a los importadores y empresas que requieren dólares.
En total, el gasto social que produciría el déficit, y que va a los sectores más vulnerables y empobrecidos es entonces del 7,5%, mientras que los que van a las empresas por exenciones son el 2,49%, los que van a tenedores de bonos son el 16,6% del PBI; y los que van a los bancos por los encajes remunerados y exportadores favorecidos con dólares a mayor valor aún son indeterminados, porque dependerá de los resultados del BCRA, pero no serán pequeños.
No parece ingenuo que se critique mucho el gasto social y el déficit fiscal primario, y se oculte el déficit financiero y el cuasi-fiscal, que implican mucho más emisión que el primario.
Parece que lo que molesta a los críticos del “déficit fiscal” (así, a secas) es que ese dinero sea una redistribución progresiva del ingreso, mientras que el déficit financiero y cuasi-fiscal es una redistribución regresiva del ingreso y del gasto público.
Las propuestas de dolarización que implican un tipo de cambio a valores exorbitantes que impulsan los “libertarios”, o la “unificación del tipo de cambio” que se impulsa desde los economistas liberales (que, aunque menor, significaría una brutal transferencia de riqueza e ingresos de los sectores asalariados, jubilados o trabajadores informales a quienes lucran con el valor de los dólares “blue”, MEP y/o CCL, que impactan en la inflación).
En ese contexto, el gobierno nacional a través del ministro Massa, intenta evitar con poco éxito la devaluación y el aumento generalizado de los precios, aunque cediendo en el valor del dólar a exportadores de la cadena agroindustrial, a las exportaciones de servicios tecnológicos, y tasas de interés altísimas que remuneran a los bancos y depositantes.
La confusión de la población ante tanto ocultamiento, que impide un análisis de las propuestas y la impotencia de un Estado acosado por especuladores, opositores, medios masivos y los más grandes exportadores, además de las restricciones impuestas y aceptadas del FMI, la emisión derivada de la cuarentena, la guerra en Ucrania y la sequía, lleva a una parte de la población a optar por las alternativas electorales que empeorarán su situación futura (ratificando el “Síndrome de Estocolmo” ya descrito en un nota anterior).
¿Es posible reducir el déficit fiscal total –incluidos el déficit fiscal primario, el déficit financiero y el déficit cuasi fiscal?
Sí se puede, aunque con fuertes limitaciones en el corto plazo. Para ello debieran:
Reducir los subsidios a la energía –gas y electricidad- de los sectores más acomodados, como se está anunciando, y eliminar exenciones a empresas con resultados extraordinarios o conductas fiscales ilegales –no liquidación de exportaciones, sobrefacturación de importaciones y subfacturación de exportaciones- que disminuirían el déficit fiscal primario y aumentarían la retención de dólares en el BCRA que el ministerio de Economía viene informando diariamente.
Transformar los depósitos y las leliq del BCRA en fideicomisos de inversión en pesos para financiar inversiones en capacidad productiva, que disminuiría el déficit cuasi-fiscal, para lo cual es imprescindible obligar a los bancos a crearlos, y convencer a los depositantes para que opten por ellos, en especial los que por ahora sólo podemos pensar en la alternativa de refugiarnos en dólares.
Obviamente la obtención de financiamiento de otras fuentes –FMI, China, Brasil- que cubran el hueco en la balanza comercial y de pagos producto de la sequía, frenaría las expectativas de devaluación masiva que hoy potencian la escasez de dólares y la inflación.
Junto a esas medidas técnicas es necesario que el gobierno tenga un cambio radical en la comunicación política de los sectores más progresistas, que dejen de lado las técnicas tradicionales de la política, como comunicados institucionales, actos masivos para sus militantes o insistir en explicaciones complejas en largas entrevistas en medios afines y minoritarios, y optar por las redes sociales que revelen en formas micro segmentadas las consecuencias de las propuestas devaluatorias, de disminución del déficit fiscal primario y la pérdida de soberanía para cada uno de los pequeños grupos del mapa de votantes que priorizan algunos de esos aspectos.
Por ahora eso no ocurre, aunque la apertura de precandidaturas para las Paso es un buen comienzo para la emisión de mensajes diferenciados y viralizables en redes sociales, en donde las indefiniciones nacionales y algunas críticas descalificantes juegan en contra.