El futuro de Europa según Kepel

Por Antonio R. Rubio

El futuro de Europa según Kepel

Gilles Kepel es un afamado politólogo y orientalista francés, autor de dos indispensables obras sobre el islamismo político como “Yihad” (2000) y “Fitna” (2004). Sin embargo, su último libro, “Enfant de Bohême” (Gallimard), es una curiosa mezcla de ensayo, crónica histórica y novela, en el que profundiza en sus dos raíces europeas, la francesa y la checa. No es casual que el libro llegara a las librerías francesas el pasado 6 de octubre, fecha en que se reunieron en Praga los jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europa (UE) y otros países del Viejo Continente para relanzar la Comunidad Política Europea, una propuesta de François Mitterrand de 1991 tras la caída de los regímenes comunistas. Dicha Comunidad es mucho más que una antesala para el posible ingreso de algunos países en la UE, pues responde al propósito de establecer una Europa sin divisiones, en la que Rusia está de nuevo ausente, tal y como sucedió, sin ir más lejos, con la Paneuropa de Coudenhove-Kalergi de la que pronto se cumplirá un siglo.

En este libro el término “Bohemia” posee un doble sentido: el del origen checo de Rodolphe Kepel, el abuelo del autor, que llegó a París en 1908 para traducir textos de Apollinaire; y el de la bohemia, tan presente en la historia parisina, y que evoca una compleja mezcla de desarraigo y de aspiraciones de libertad. Sin embargo, el apellido Kepel está ausente de la obra y es sustituido por la letra K, en referencia indiscutible a Kafka y a los protagonistas de sus novelas “El proceso” y “El castillo”, que emplean idéntica consonante. Es otro detalle del tono novelesco del libro, cuyo fondo es la crónica de una saga familiar, aunque en la forma está abierto a juegos de ficción.

“Enfant de Bohême” es, sobre todo, un libro de evocaciones, proustiano en muchos sentidos pues combina los recuerdos del propio autor, con continuas alusiones a su padre Milan, con una investigación concienzuda en la vida de su abuelo Rodolphe. De este magnífico libro se pueden entresacar algunas reflexiones históricas y de actualidad.

A principios del siglo XX, París era el espejo en que se miraba Praga. Las aspiraciones de independencia de los intelectuales checos frente al Imperio austrohúngaro los llevaba a admirar a la Francia de la Tercera República, e importaban de aquel país todas sus corrientes culturales: realismo, impresionismo, simbolismo, decadentismo… Todas ellas se adaptaban a esa melancolía checa que no es incompatible con las pasiones políticas. Rodolphe Kepel, un profesor de secundaria con escasos ingresos emprendió un viaje a París en un tren nocturno y pronto se acomodó a la bohemia de Montparnasse. Desde allí defendió la causa de la nación checa, que tuvo un decidido apoyo de las autoridades francesas durante la Primera Guerra Mundial. En 1918 surgió el Estado de Checoslovaquia, pese a las diferencias existentes entre checos y eslovacos, y esa joven república se alió con Francia por medio de la “Pequeña Entente”. Sin embargo, 20 años después, tras los acuerdos de Múnich (1938), los franceses abandonaron a checos y eslovacos a su suerte. Europa central empezó a deslizarse desde entonces hacia la dominación de los totalitarismos de los que no se liberó hasta pasado medio siglo. Se podría decir que dejó de ser Europa para convertirse en un genérico e impreciso “Este”.

El libro de Gilles Kepel sirve también para recordar los vínculos, tanto políticos como culturales, que se crearon entre París y Praga durante el período de entreguerras, no pocas veces desconocidos para las nuevas generaciones. Otro ejemplo de una Europa sin fronteras y convendría recordar que Praga está situada más hacia el oeste que la propia Viena. Por lo demás, la guerra en Ucrania ha contribuido, indirectamente, a dar un nuevo impulso al proceso de integración europea, periódicamente amenazado por sus enemigos internos y externos, aunque con una inusitada capacidad de supervivencia.

La azarosa existencia de Rodolphe Kepel, que fue además el responsable de la oficina de prensa de Checoslovaquia en la Sociedad de Naciones, lo llevaría a Londres en 1940, tras la invasión alemana de Francia. Era un hombre de 65 años, viudo y con dos hijos de corta edad, que, según él mismo afirmara, tenía que vivir como si tuviera 30 años menos. Fue un prolongado tiempo de espera para retornar a París, pero a la vez lo fue de decepciones por su intuición de que el precio de la paz pasaría por la fractura de Europa y la pérdida de libertad para Europa central. Transcurrieron años de melancolía, en lo que Rodolphe volvió a leer “Resurrección” de Lev Tolstói y comentó que “el horror de la deportación de los condenados por el zarismo le parecía ligero si se compara con lo que vivimos hoy”. Pese a todo, el abuelo de Gilles Kepel se sintió entonces confortado con músicas en la que está presente el espíritu europeo: una misa de Gounod en el Oratorio de Londres, o dos sinfonías de Beethoven escuchadas en el Albert Hall, que le hicieron derramar lágrimas de emoción.

Los últimos años de la vida de Rodolphe transcurrieron en París, obligado a sobrevivir con los exiguos ingresos de agregado de prensa de la Embajada de la Checoslovaquia comunista, que desconfiaba de él. Por entonces, su hijo Milan le dijo que quería ser actor y ciudadano francés. Rodolphe no se opuso a sus deseos, aunque le recomendó que no olvidara sus raíces checas. No lo hizo, tal y como demuestran su adaptación teatral, en 1965, de “Las aventuras del bravo soldado Svejk”, de Jaroslav Hasek, o sus traducciones de textos del disidente Vaclav Havel, que en 1976 declaraba a una revista francesa que “la libertad nace y se realiza en el corazón y el espíritu de los hombres”. En Praga seguía viviendo el espíritu europeo, aunque el régimen imperante fuera su negación.

Con “Enfant de Bohême”, el hijo de Milan Kepel ha rememorado sus raíces checas. Ha dedicado 10 años a la elaboración de un libro, cuyo núcleo es la cultura europea con mayúsculas, capaz de sobrevivir a las tragedias del siglo XX y a las incertidumbres del siglo XXI.

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