El marketing negativo como arma de guerra

Por Eduardo Ingaramo

El marketing negativo como arma de guerra

Hoy suenan los tambores guerreros en el mundo. Sanciones económicas, tecnológicas y financieras van y vienen entre los polos que avanzan y los que se resisten a ceder su primacía. Las armas y bombas parece que garantizan una destrucción mutua, las sanciones económico/financieras tecnológicas parece que no tienen efectos sustanciales o afectan tanto a propios como aliados y adversarios, por lo que lo que pensamos y sobretodo como pensamos se han convertido en las armas preferidas, en una guerra permanente.

La verdadera guerra comenzó hace un tiempo y pasa por el uso de técnicas de comunicación y marketing para convertir nuestras mentes en armas geopolíticas en favor de los más poderosos, basadas no solo en lo que pensamos con ‘Fake news’, sino en cómo pensamos que es mucho más peligrosa y permanente.

La afirmación anterior es fuerte, nos pone en contradicción, pero no es nueva y puede ser verificada reiteradamente en los últimos tiempos.

En el marketing

En el marketing del deseo, se busca asociar el producto o servicio con palabras positivas, pero hace un tiempo el marketing del miedo –a lo que no queremos ser, lo que tememos, lo que nos asusta- nos está llevando aún más al individualismo, a exagerar la libertad personal, a no asumir compromisos, a la discriminación, etcétera.

El marketing del deseo nos convierte en seres hedonistas, solo afectivos, vulnerables a esos mensajes que promueven un fetichismo por las cosas que sin tener relación lógica ni racional parecen hacernos felices.

Así, hay avisos que nos prometen felicidad si tomamos tal o cual gaseosa, nos prometen libertad si pedimos dinero a un banco en lugar de hacerlo con un familiar, nos prometen “éxito” si somos competitivos y emprendedores, nos prometen ascenso social si usamos tal o cual Smartphone o marca de zapatilla.

En el marketing del miedo, se trata de aislar al individuo, desconfiando de todo y todos, y así buscar un satisfactor que prometa éxito, libertad personal y pertenecer a los grupos de referencia o anticipación –eso que no somos pero queremos ser- abriendo infinitas grietas.

Por ello vemos avisos supuestamente graciosos que muestran mujeres solo preocupadas por usar la tarjeta agudizando el deseo, recomiendan pedir prestado a bancos en lugar de parientes aumentando los miedos a la ayuda familiar de los emprendedores o agudizan el sentido de autoafirmación y secretismo de adolescentes en sus relaciones en redes.

En la geopolítica

En la geopolítica, eso no es suficiente, pues no se trata de vender algo, sino de hacer que pensemos a largo plazo, otra cosa diferente a lo que pensamos. Las noticias falsas no son suficientes –porque solo pueden sostenerse en el cortísimo plazo- aunque pueden dejar una semilla envenenada.

Así, vemos que una parte de la población sigue afirmando que la inflación es solo fruto de la emisión monetaria, que el actual Gobierno es quien más deuda externa tomó –cuando lo único que hizo fue pagar la anterior-, o que ampliar relaciones económicas con Rusia y China significa adoptar su sistema político.
Pero esas ‘fake news’ y otras afirmaciones más sutiles, modifican no solo lo que pensamos, sino como pensamos, y allí el cambio se convierte en permanente.
Por ejemplo, como saben los docentes, si aceptamos los rankings u órdenes de mérito como medida del éxito, no importará si mejoramos nuestra medición anterior o si son importantes otras variables no incluidas en el supuesto mérito, como la cooperación o solidaridad.

Así, rankings de países en temas económicos, sociales, políticos, de transparencia, etcétera son manipulados tanto ocultando datos clave sobre su construcción –por ejemplo, Transparencia Internacional lo elabora con empresarios que son parte del problema o los medios concentrados hacen rankings sobre libertad de prensa de los que son parte del problema o sistemas que se han demostrado –por ejemplo en Wikileaks- que espían inclusive a sus aliados, nos advierten de los problemas a la privacidad de otros países que son sus oponentes.

En otros casos, organizaciones y países que han promovido golpes de estado –duros y blandos-, invasiones u ocupaciones militares, nos dicen sin muchas pruebas, por sus medios dominantes afines que se reproducen en las redes, que tal o cual país es un peligro para las democracias, la paz o los derechos humanos.

Así el marketing geopolítico avanza en una faceta negativa que el marketing comercial había solo ha intentado con muchas críticas algunas pocas veces, resaltando aspectos negativos de su competencia y viralizándolas con “me gusta” o retuits.

Por ello, no resulta extraño que aún medios habitualmente confiables como la Deutsche Welle (DW), den como un hecho consumado y probado, que la Federación Rusa “invadirá Ucrania”, aun cuando Rusia lo niega y EE.UU. se niega a dar las pruebas de sus afirmaciones, aunque eso implique objetar la negativa de su gobierno a proporcionar armas a ese país en conflicto, como lo hizo la ex canciller Ángela Merkel.

La Otan ha publicado un trabajo financiado por ella, en donde su experto Francois du Cuzel trabaja “la guerra cognitiva”, el sexto campo de acción de la guerra que tradicionalmente se refería a cinco dominios –aéreo, terrestre, marítimo, espacial y cibernético.

Así, define el nuevo campo de la guerra, como aquel que se dirige a “todo el capital humano de una nación”, la que se desarrolla todo el tiempo, haya o no conflicto bélico. Por lo que no cabe pensar que no nos alcanza, ni que ello no afecte a nuestros hijos y generaciones futuras, cuya forma de pensar está siendo moldeada desde plataformas sociales tan diversas como Instagram, Tik Tok (acusada no hace mucho por su origen chino), Twitter, entre las principales.

Por lo que si bien sus efectos en la sociedad pueden no ser inmediatos, posiblemente serán perdurables e irreversibles en las próximas generaciones que se están formando hoy, salvo que dejemos de confiar nuestros hijos a las redes sociales.

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