La escritura va a morir

Los investigadores Anil Doshi y Oliver Hauser señalan que la IA crea un dilema social, facilitando el acceso, pero disminuyéndose la novedad colectiva, lo que podría ser perjudicial en el futuro.

La escritura va a morir

Hoy todos usan ChatGPT para hacer los trabajos. Es lo normal”, cuenta una amiga y colega que transita estudios en la Universidad de Nueva York. Después de generar el texto con IA, se lo procesa utilizando una herramienta que lo «humaniza», porque se sabe que los profesores utilizan software para detectar si fue escrito por una máquina. Cada docente tiene su propio criterio para admitir o vedar el uso de estas tecnologías.

En el mundo jurídico estadounidense, donde los estudios facturan por hora, la competencia es feroz; por eso -también-, los estudiantes deben aprender a utilizar la IA. Con las indicaciones precisas, ChatGPT, Gemini o Grok redactan veinte páginas sobre cualquier tema. Los estudiantes de grado o posgrado leen el desarrollo realizado por el software, lo editan -al fin y al cabo, es su trabajo-, y lo entregan. Su única preocupación es que no se noten demasiado, ciertos trazos de autoría ajena.

En las facultades argentinas se percibe este fenómeno de modo dispar, tal vez porque seguimos anclados a la clase magistral en la mayoría de los casos. Aunque las modalidades de estudios “on line” ya dan cuenta, en entrega de trabajos “asincrónicos” -sean parciales, trabajos finales, tesis o monografías-, de la sobreabundancia de elementos de estilo con los que la IA pasteuriza cualquier idea: párrafos breves, negritas para destacar palabras o conceptos, bastardilla para títulos de obras, guiones largos, inequívocos lunares o viñetas para separar ideas o razonamientos.

El proceso no es unidireccional: algunos alumnos protestan por cuestionarios recibidos que, al utilizar estas herramientas sin una adecuada edición (ni formación previa), se presentan poco inteligibles (enorme distancia entre la consigna y los contenidos o las clases impartidas). Recientemente, participando de una capacitación sobre herramientas de planificación, un profesor con training en el extranjero, recomendaba enfáticamente tomar libros, procesarlos enteramente en IA, leer las conclusiones principales y así -y sin más-, enterarse del contenido de la obra.

Entre abogados, han sido recurrentes las reprimendas, desde altos Tribunales, por citas de precedentes judiciales irreales, o invocaciones de cuerpos normativos o disposiciones en particular que no existen (o cuyo contenido está alterado). Esto también ocurre en la dinámica pública (servicios administrativos, de recursos humanos o jurídicos, en todos niveles estatales).

Basta con sentarse a escribir esta columna para advertir algo inquietante: ¿hoy cualquiera puede “escribir”? La IA lo hace rapidísimo, con un estilo sobrio, correcta estructura y adecuada capacidad de divulgación. ¿Hace falta algo más para que un texto se publique?

Dilema social

La relación entre el esfuerzo invertido y el resultado obtenido es incomparable. Como dijo el escritor español Juan José Millás, ChatGPT tiene algo que el 98% de la gente no tiene: sintaxis. Probemos. ChatGPT escribe un párrafo sobre el origen del Nobel: “Tiene su origen en el testamento del científico e inventor sueco Alfred Nobel, creador de la dinamita. Preocupado por su legado tras ser calificado como ‘el mercader de la muerte’, Nobel decidió destinar su fortuna a premiar a quienes hicieran grandes contribuciones a la humanidad. El 27 de noviembre de 1895 firmó su testamento, estableciendo cinco categorías: Física, Química, Medicina, Literatura y Paz. El primer premio se entregó en 1901. En 1968 se sumó el de Economía, financiado por el Banco Central de Suecia”.

Hasta para escribir el texto más simple hay que romperse la cabeza ¡Y la IA lo resuelve en menos de cinco segundos! Noticias mínimas, efemérides, todos y cada uno de los eventos que ocurran en el mundo -y pensamos en el Borges de “El Aleph”, buscando y encontrando un lugar que contenía todos los lugares-, hoy pueden ser dominados por una sola mente virtual.

¿Los errores de tipeo dejarán de existir? ¿Los textos serán, finalmente -y volvemos a Borges- geométricamente completos, totales y perfectos? ¿Los autores dejarán de ser personas humanas y buscaremos “precisas” detectadas pura y exclusivamente por sagaces ordenadores? Por lo pronto, algunos grandes medios como La Nación, aquella “tribuna de doctrina” imaginada por su fundador Bartolomé Mitre, hoy advierte cuando sus contenidos fueron producidos con asistencia de IA: ¿transparencia corporativa o “adoctrinamiento” para lo que viene?

También nos preguntamos: ¿Qué significa este nuevo rumbo para los más jóvenes? Ya no se trata solo de que abandonan la empresa de leer un libro entero, sino que además empiezan a ver como inútil el acto mismo de esforzarse por crear y volcarlo en la escritura. ¿Qué sentido tendrá impulsar una redacción sobre alguna fecha patria en la escuela primaria, si una IA puede hacerla por ellos en segundos y sin errores? ¿Qué se le dice a ese niño? ¿Que escriba “porque es bueno para él”? ¿Que insista en aprender a hacer algo que el mundo, aparentemente, ya dejó atrás? ¿O que aprenda a usar ChatGPT?

Lo mismo pensábamos hace años sobre las cuentas matemáticas: ¿quién necesita saber multiplicar 234 por 863 “a pulso”, si hay calculadora? Ni hablar de dividir con dos cifras. Bueno, ahora llegó la calculadora para escribir. Nos ahorrará esfuerzos que muchos consideran insoportables ¿A qué precio? Los investigadores Anil Doshi y Oliver Hauser señalan que la IA crea un dilema social, facilitando el acceso, pero disminuyéndose la novedad colectiva, lo que podría ser perjudicial en el futuro.

¿Necesitaremos ayuda para valorar aspectos creativos y artísticos? ¿Nuestras percepciones se anestesiarán? Si seguimos leyendo a Shakespeare, a 500 años de publicadas sus obras, es porque irradian algo humano y personal que es simplemente irremplazable.

Esta columna fue escrita con ayuda de IA. Le pedimos a ChatGPT unas líneas para cerrar un artículo en el que decimos que escribir tendrá cada vez menos sentido: “Y sin embargo, aquí estamos, escribiendo estas líneas con la consciencia de que quizá ya no hacen falta. Tal vez la escritura humana se vuelva un acto obsoleto, un gesto romántico frente a la eficiencia inagotable de la inteligencia artificial. Pero mientras queden palabras por sentir —no solo por generar—, seguiremos escribiendo, aunque sea solo para recordarnos que, alguna vez, fuimos necesarios”.

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