Francisco, 10 años

Por Fermín Bertossi

Francisco, 10 años

Su unción pontifical sorprendió a todos. Una vez más comprobábamos que, como tantas veces, los pensamientos de los hombres no son los de Dios; (menos los argentinos).

Un humo blanco (y celeste) anunció al mundo el papado de Francisco y, otra vez, se cumpliría la Escritura: sólo sería resistido, calumniado, injuriado y perseguido en su pueblo, pero, frente a esa canallada, entonces el Santo Padre respondió donando todo lo que podía a los inundados de La Plata, suburbios y aledaños.

¿Acaso este Francisco no es ese cura villero, ese obispo Bergoglio amigo fiel, presente e incondicional de los marginados y abandonados, ese cura de zapatos negros viejos y gastados con admirables entrañas de misericordia, con el gesto oportuno ante cada sufriente, ese discreto pasajero del transporte público que unía villas y asentamientos para encarnar tantos consejos y sugerencias evangélicas, tales como escuchen y alivien a los afligidos, denles de comer ustedes mismos, y más?

¿Acaso no pasó entre nosotros haciendo el bien con un pensar, un decir y un hacer sin fisuras? ¿diciendo y escribiendo verdades sencillas? ¿y claramente, sin hacer acepciones de personas?

¿Acaso no vivió y vive muy próximo a los pecadores, a los enfermos, a los inmigrantes, a los hambrientos, a los presos, a los adictos, a los divorciados, a los desocupados, a los aborígenes, a los ex combatientes; resumiendo, a los habitantes de toda intemperie afectiva, moral, mental, espiritual, racial, ecológica, material e institucional?

¿Acaso, como pudo y hasta donde se puede, no sacudió y viene revolucionando a una iglesia cerrada en sí misma, como aletargada, penetrando e insuflando renovada esperanza e inédito entusiasmo entre jóvenes, adultos y viejos creyentes, concitando la alegría global al revelarnos sabia, humilde y aliviadoramente otra iglesia católica, más humana, más hospitalaria, más terrenalmente cercana y misericordiosa?

Si, esa iglesia que casi todos sospechábamos, intuíamos, anhelábamos y reencontramos cual hallazgo que nos eleva el alma, que nos ablanda y dispone el corazón.

Los logros de la iglesia que Francisco se puso al hombro sólo serán comunitarios; no serán individualistas, fáciles, ni cómodos; no habrá atajos y costarán tanto como todo celeste.

Se replicarán innovativamente trampas y emboscadas que antes les tendieron a quienes le precedieron, pero, cada una de ellas será dirimida con una elocuencia tal que dejará a todos sin palabras; sin nada que añadir, sin nada que quitar.

Nuevos Judas de hoy tendrán que elegir entre la suerte final y definitiva del indigente Lázaro, la de cada buen samaritano o la del corrupto Epulón.

¿Qué sucederá cuando Francisco (desbordando los planteos hipócritas de que se vendan los bienes de la santa sede -que sólo administra temporal y servicialmente- para dárselos a los pobres) vaya mucho más allá esperando de todos y cada uno de nosotros signos y gestos similares a los de aquella pobre viuda bíblica que no titubeó en poner en común todo lo que tenía para vivir?

Nuestra conciencia personal tendrá la última palabra y nosotros, cada uno y cada cual la libertad individual y corresponsable -generosa o no- al responder en cada caso, en cada ocasión, en cada interpelación vital ante cada encrucijada propia de la vida y de la convivencia personal comunitaria.

Quizás la luna de miel de algunos de nosotros con el máximo inquilino del Vaticano fue perdiendo intensidad pero, seguramente, Bergoglio, nuestro Francisco quiera hacer mucho más de lo profundo y cualitativamente espiritual que una multitud global espera de él y, por cierto, habrá cosas que podrá y, tal vez, otra que no (o todavía no) pero nada de su misión, celo, ardor, aplicación y ejemplos apostólicos quedarán librados al azar.

No se dude, como lo hizo en sus primeros días de pontificado en la isla de Lampedusa con los abortos de la indiferencia, intercediendo y mediando firmemente por la paz, o, en el Brasil, con los jóvenes de todo el mundo. Aún hoy, un Francisco anciano y enfermo, defiende con su propia vida una iglesia pobre para los pobres de espíritu, pastores con olor a ovejas, transformaciones evangélicas, su celo anticipatorio por el cuidado de la Casa común y cuánto bien más aún sea posible.

Con su agudeza y proverbial clarividencia, recientemente proclamó: “La salvación del país no va a venir de mi viaje”, desnudando e inundando de vergüenza tanta hipocresía y cholulaje vernáculo. Convencido que no alcanza una negociada carta protocolar y oportunista de algunos líderes de tu tierra, expresando de boca “admiración y cercanía”, cuando demasiadas veces negaron sus hechos.

Francisco, desde que iniciaste tus primeros pasos religiosos en el aspirantado y voluntariado jesuita en la calle Buchardo, en nuestro barrio Pueyrredón de la ciudad de Córdoba, lo tuyo, querido Pancho, ya fue grande, lo tuyo, tu desapego voluntario, tu incomparable “inteligencia emocional”, tu desprendimiento y despojo personal franciscano son grandes, son y sos humilde, compasivo; alegre encarnación ejemplar y conmovedora de la pobreza entre tanto lujo y pompa, la misma de la que tomaste sabia y prudente distancia, y descartaste para vos en la lujosa sede oficial del Vaticano.

Por tanto, y como te gusta decir a vos, lo tuyo, tu obra decenal, ¡chapeau!

No fue, no es ni será poco. Gracias Francisco. Gracias Bergoglio.

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