La re-evolución de la Mona Jiménez

Por Pancho Marchiaro

La re-evolución de la Mona Jiménez

(Foto: Lollapalooza)

Esta historia, como muchas historias, empieza con un niño. Integra una familia humilde que, en la década de los cincuenta, habita una casa “que es una pieza donde cocinamos, estudiamos y vivimos todos juntos”. La distancia hacia el baño se mide en función del riesgo a no volver.

A pesar de alguna carencia, es muy feliz. La mamá alienta sus fantasías cociéndole disfraces, mientras que el papá las concreta enseñándole a nadar en el río, a bailar sobre la tierra, y a cantar hacia el cielo.

Con una personalidad fuera de borda, gasta las tardes del barrio encima de los árboles. Suelta flechas a diestra y siniestra. Una tarde, un desprevenido vecino es alcanzado por un flechazo en la cabeza. Buscando un culpable encuentra a Juan Carlos, y el niño le advierte “soy el tarzán del barrio”. Haciendo gala de la ironía cordobesa le retruca “…qué vai a ser tarzán, vos sos la mona…”.

Futbolista, bailarín, cantante, el ícono popular más grande de Córdoba acaba de ser bautizado de manera indeleble. Nadie, entonces, se imaginaba que en la copa de un siempreverde estaba uno de los artistas más exitosos de esta parte del globo terráqueo. Acababa de evolucionar el homo cuarteteris cordubensis.

El ex tarzán, nacido como Juan Carlos Jiménez Rufino y luego conocido como “La Mona” detenta una carrera con cerca de 90 discos, 36 millones de copias, y más de 10.000 shows ofrecidos. Tiene una infinidad de discos de oro, de platino (de los “buenos” que se daban cuando vendías 100.000 ejemplares), y docenas de Premios Gardel, Konex, u otros como para llenar un maple.

La semana pasada inauguró su Museo Bar en uno de los locales más importantes del Cerro de las Rosas y actuó para un puñado de personas. Venía de ofrecer un concierto en el Obelisco, semanas atrás, para 125.000 asistentes. Esa noche porteña, a pesar de los rumores, no hubo ningún incidente.

Para hablar con propiedad, el templo gourmet de La Mona Jiménez, es el ámbito ideal para visitar el universo del artista más grande de Córdoba con un priteado en la mano. Con esa pócima llegará la magia de un entorno atravesado por la inteligencia museística de la curadora Sofía Nicolossi. La sala exhibe el paso del primitivismo a la actualidad.

Junto al gerenciamiento de Pía Arrigoni, se puede visitar un proceso de obras, tecnología y modernidad, que resume sus más de 2000 canciones. Seguramente el desafío fue seleccionar qué y cómo exhibir una muestra representativa de esa colección de historias enfundadas en los 8000 trajes, 3000 pares de botas, y tantísimo material de todo tipo que atesora la familia Jiménez.

Parece mucho pero es poco. La Mona es una de las figuras más relevantes de la música argentina del Siglo XX, un hito viviente que nosotros, sus contemporáneos, no alcanzamos a dimensionar. Mario Pereyra le contó a este cronista que allá por los años mozos de la industria musical, cuando los discos giraban, los camiones cargados con un lanzamiento discográfico paraban frente a las disquerías y vendían un doble remolque directamente en la calle, sin llegar a ponerlos en las bateas.

La versión actual de ese fenómeno son la plataformas de ‘streaming’ caídas por sobredemanda, la evaporación de las entradas a un concierto, o las preocupaciones de los distribuidores de contenidos -como Spotify- acordando con Jiménez como se hace el movimiento de palma arriba / palma abajo, en su aplicación.

Córdoba tiene un enorme caudal de patrimonio tangible e intangible. Desde el legado jesuita hasta sus escritores contemporáneos, todos recursos culturales que nos posicionan como una potencia creativa a nivel mundial. De toda la producción local, debemos destacar con vértigo y ritmo la figura y obra de “el mandamás”.

Este King Kong, que dominó el Obelisco sin ser derribado, ha tenido controversias a la altura de su mito, ya lo dijo Nietzsche “la felicidad y la desdicha son hermanas gemelas que, o bien crecen juntas, o bien permanecen pequeñas juntas.”

Recalculando

Lo mágico del caso es que el vértice de las emociones cordobesas, tan entrañable como controvertido, ha iniciado una nueva etapa de su carrera fuera de todas las etiquetas con las que se le rotuló. Un festival propio, con ánimo de integrar a todos los públicos, llamado ¡Bum Bum! es la nueva etapa del desarrollo evolutivo. Se demuestra cuando, justo después de la primera edición del festival, presidió el ritual roquero del Cosquín Rock. Los cambios se aceleraron este año y, como se mencionó, el país le rindió homenaje en el Obelisco.

Nuevo merchandising, otros proyectos y públicos -siempre en carrera de velocidad- son el resultado de la fuerza y energía de Carlos, pero con un nuevo y fresco empuje aportado por Carli, productor y piloto oficial de este nuevo tramo en el mundo Jiménez. Su calidad humana merece otra nota.

Lo emocional es sustancial

Que La Mona es pueblo, no es novedad. De miles de historias, hace pocos años -en 2017-, un seguidor estuvo más de un mes internado debido a un accidente neurológico, y recuperó la memoria al tomar contacto con clásicos de La Mona.

Eso no es nada: los milagros necesarios para la beatificación popular van más allá de las ciencias médicas: en sus conciertos se han regalado, motos, autos, taxis y casas, ayudando a cientos de personas en su ascenso social. En su evolución popular.

Después de décadas de desprecio y ninguneo por una amplia parte del espectro social local, que consideraba “contracultura” a su cuarteto, el chamán de negros, presos y albañiles, está erguido en el podio del reconocimiento. La ciudad, pero también del país, le rinden homenaje.

Indicando pleitesía, políticos, empresarios y otros artistas le dan veracidad a la canción “…la sociedad dice que soy un marginado más / la misma que me usa, para poder escalar…”

Imperfecto, único, tierno y polémico -por consiguiente perfecto-, Jiménez es un santo vivo que nos ha perdonado a todos. Ha tenido el valor de evolucionar, cargar con sus pecados, mirar atrás la desconfianza que le enrostró la sociedad, y dar otro paso.

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