La región frente a la guerra europea

Por Rafael Cuevas, historiador, escritor y artista plástico costarricense

La región frente a la guerra europea

Obnubilados en sus afanes guerreristas, la OTAN y los Estados Unidos dan pasos cada vez más peligrosos. No nos dejemos arrastrar por este fanatismo, del que sólo salen ganando los grandes mercaderes de armas, y sólo sirven para confrontar afanes de predominio mundial en tiempos de reacomodos geoestratégicos.

La guerra en Ucrania se desató en buena medida por la presión de Estados Unidos y la OTAN en la frontera con Rusia. Angela Merkel lo dijo sin ningún pudor, en una entrevista que dio a “Der Spiegel” en noviembre del año pasado. Se deslinda del engaño al que, dice, que habrían adjudicado a Putin diciendo que, estando próxima su separación del gobierno alemán, el ruso la consideraba “un pato cojo”, es decir, alguien sin poder. Los acuerdos de Minsk, con los que se intentó resolver el tema de los territorios con aspiraciones independentistas en Ucrania, no habrían sido sino una estratagema para permitir que Ucrania se preparara para la guerra.

Las estadísticas muestran que los grandes ganadores de este conflicto han sido, hasta ahora, los grandes consorcios armamentistas, y las decisiones que se han tomado en Europa y Estados Unidos en los últimos días apuntan a un incremento del suministro de armas sofisticadas, del más alto nivel disponible, para Ucrania. Ya no cabe la menor duda que se trata de una guerra librada por la OTAN contra Rusia en territorio ucraniano, que es, como ya se ha dicho, la que pone los muertos y la devastación.

Pero ese apertrechamiento con material bélico de alta tecnología tiene sus problemas. El más importante a la hora de implementarlo es que su manejo requiere de conocimientos sofisticados, que el ejército ucraniano no posee; de ahí que, mientras se instruye a los militares que lo tendrán que manipular, se necesite del armamento que ya conocen, pero que se les ha agotado en Europa. Se trata de equipo que la industria rusa colocó muchas veces en mercados extracontinentales, y que ahora los personeros de la OTAN buscan afanosamente.

El canciller alemán, Olof Scholz, trastocado en mensajero itinerante, ha recorrido las semanas pasadas América Latina, tratando de convencer a gobiernos de la región para que les proporcionen ese armamento. Los rusos han hecho negocios en el pasado con Colombia, Brasil, Perú, Uruguay (para no mencionar a los que Scholz nunca visitará, porque forman parte del “eje del mal”: Cuba, Venezuela y Nicaragua).

Presiona, Scholz, pero no encuentra respuesta. No le importa que en la CELAC declarara a esta región zona de paz; “¿qué es eso de la CELAC?”, se preguntará el alemán, acostumbrado a vernos por sobre el hombro y concentrada toda su atención en ver cómo enfrentan al oso ruso en Europa.

Aquí se encontró con Lula, que no sólo se negó a sus peticiones, sino que le hizo reales propuestas para alcanzar la paz: no a través de las armas, como proclaman en Europa, sino mediante la intermediación para el diálogo, creando un grupo similar al G-20.

Ya tiene, la Humanidad, experiencia con propuestas similares de la “civilizada” Europa, lugar en donde han tenido su epicentro las devastadoras contiendas mundiales del siglo XX. Entonces, aunque tangencialmente, nuestros países le declararon la guerra al régimen que campeaba en el país del que proviene el canciller pedigüeño de ahora, y se cometieron tropelías contra ciudadanos de origen alemán que muchas veces no tenían ni siquiera simpatías con el fascismo alemán.

Nada tiene que hacer América Latina en esos líos a los que tratan de arrastrarnos, como no sea tratar de propiciar lo que el presidente brasileño propone. Afortunadamente, en Colombia, país al que la OTAN incorporó como “aliado principal”, ya no prima el arribismo seguidista que prevaleció con los gobiernos anteriores porque, de no ser así, ya tendríamos al uribismo poniéndose a la disposición de los guerreristas europeos.

Obnubilados en sus afanes bélicos, la OTAN y los Estados Unidos dan pasos cada vez más peligrosos. No sigamos los latinoamericanos por ese sendero que sólo lleva a confrontar afanes de predominio mundial en tiempos de reacomodos geoestratégicos.

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