La Santa Sede en la constelación de Estados

Por José E. Ortega y Santiago Espósito

La Santa Sede en la constelación de Estados

Cuando Francisco cruzó la Plaza de San Pedro el 25 de febrero, para visitar al embajador ruso Avdeev, y telefoneó horas después al presidente Zelenski, interactuando de hecho entre Moscú y Kiev, ¿concurría el jefe de la iglesia católica?, ¿lo hacía el obispo de Roma?, ¿actuaba el mandamás del Vaticano?
Inequívocamente, procedía el jefe de un país territorialmente minúsculo y peso global singular: la Ciudad del Vaticano, la Santa Sede.

La Santa Sede es un Estado que combina razones de orden espiritual y político-jurídicas. Su asiento histórico fue Roma, de la que el papa es obispo. Sostiene relaciones diplomáticas convencionales desde finales del siglo XV.

Aún cuando la Santa Sede se vio temporalmente desprovista de base territorial (1870 a 1929), mantuvo su estatus internacional, con fluido relacionamiento. Hasta entonces el papa contaba con un poder temporal (jefe de los “Estados Pontificios” desde 756, quedando sólo con Roma desde 1860), y uno espiritual (frente a toda la grey católica, desde Pedro, años 42 a 67).

Al nacer el Reino de Italia (proceso de fusión nacional de Estados disgregados, desde 1850) el poder temporal papal entra en crisis con las pretensiones políticas de los líderes de aquella reunificación.

El ascenso de Víctor Manuel II de Saboya y el programa propuesto por el primer ministro piamontés, Camillo Benso, conde de Cavour, cercan al obispado de Roma y aunque con conflictos entre Austria (pro Italia) y Francia (pro Santa Sede, celosa de los Habsburgo), se concluirán tratados (Saint-Cloud), insuficientes cuando por otra tensión (reunificación alemana de Bismark), Napoleón III desguarnece la Ciudad Eterna y el rey saboyano (1870) con el pretexto de defender dominios papales, los anexa. Un plebiscito posterior ratifica el rumbo político italiano. Desprovisto de poder temporal, el papa vencido, Pío IX, permanece sin embargo ejerciendo su autoridad en sus palacios.

La ley de garantías italiana de 1871 ratifica este criterio, pero el Vaticano lo rechaza. Nace la “cuestión Romana” que se mantendría por casi seis décadas.
León XIII (hasta 1903) y Pío X (hasta 1914) mantienen relaciones diplomáticas con una veintena de países (la mayoría grandes imperios). Le toca a Benedicto XV (hasta 1922) el duro trance de la Primera Guerra y la transformación del mundo conocido. Se dice que fracasó en negociar la paz, pero sus logros como pontífice fueron significativos: restableció relaciones con Francia e Inglaterra, preservó la unidad eclesiástico-política del Vaticano, y firmó concordatos con países nacidos del nuevo mapa mundial (reivindicado por Ratzinger al decidir su nombre papal).

Es continuado por Pío XI (desde 1922). En el período entre guerras, éste negocia con el gobierno fascista los Tratados de Letrán (1929). El Vaticano recupera poder eclesiástico y temporal (monarquía absoluta, elegido por el colegio cardenalicio desde el año 1059, contando desde 1150 con un Decano y un administrador de bienes o Camarlengo), población (eclesiásticos en misión dentro o fuera del Vaticano o funcionarios, unos 1.000 habitantes) y territorio (44 hectáreas). Italia establece a la católica como religión oficial y compensaciones para la iglesia por propiedades confiscadas tras 1870, lo que será ratificado por su Constitución Vigente (1947).

La Santa Sede es entronizada como sujeto internacional sui generis. Amplía la jurisdicción a ciertos templos romanos, Castel Gandolfo y otras en Italia y en Francia. El papa es asistido por una compleja burocracia, llamada Curia; cuenta con una última actualización en la Constitución Apostólica de 1988 (inspirada por los “duros” de las tradiciones, el tándem Wojtyla-Ratzinger) y la Ley Fundamental de 2001. Sus departamentos (dicasterios) abordan los más variados asuntos. En materia judicial cuentan con el soporte del Tribunal de la Rota, integrado por prelados designados por el papa, con un decano que los preside y tribunales de manera rotatoria.

La secretaría de Estado -cancillería vaticana desde el siglo XV- contó históricamente con dos prosecretarías (asuntos ordinarios y extraordinarios). Sostiene vínculos diplomáticos con más de 170 Estados, con misiones especiales en la Unión Europea, la Autoridad Nacional Palestina y la Federación Rusa. Es Observador Permanente en la ONU (1964), parte en varios entes intergubernamentales, y participa de otros organismos, como el Consejo de Europa.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Pío XII -canciller de su antecesor y elegido por unanimidad- no rehúye al conflicto, tomando la decisión de la neutralidad, hoy tan criticada como defendida. Retiene la secretaría de Estado y serán sus prosecretarios los singulares Doménico Tardini, siempre papable (había sido canciller de Juan XXIII), y Giovanni Montini, desde 1963 papa Paulo VI: arquitectos de un nuevo tiempo, incorporan la diplomacia multilateral; adhieren a la ONU (no ocurrió lo mismo con la Sociedad de las Naciones), rubrican las convenciones de Ginebra (1949 y 1951), de La Haya (1954), y ese criterio será sostenido desde entonces por el Vaticano (Viena, 1961 y 1969; Acuerdos SALT, 1972; Helsinki, 1975; Convención Derechos del Niño, 1990).

Con el bloque Pacelli-Tardini-Montini el Vaticano se afirmó como actor global. Tomó distancia de la órbita comunista, tanto soviética (tenía relaciones diplomáticas con Estonia, Serbia, Lituania, Polonia y Checoslovaquia previo a la guerra, pero con la URSS recién las tendrá en 1990) como China (no tuvo vínculos con la República Popular, y sí con Taiwán). Juan XXIII (desde 1958), Paulo VI (desde 1963), Juan Pablo II (desde el “año de los tres papas”, 1978), Benedicto XVI (desde 2005) y Francisco (desde 2013) mantendrán esa línea, participando inclusive en la Asamblea General de la ONU. Numerosas encíclicas se han referido a temas globales y de política internacional.

El Vaticano jugó fuerte en el fin de la Guerra Fría. La experiencia de un vital Wojtyla, arzobispo de Cracovia en la Polonia que se rebeló al comunismo, fue central. La Santa Sede participó exitosamente en críticas situaciones (lo sabemos argentinos y chilenos, salvados de la guerra en 1978). Combinó su peso de representante mundial de la iglesia católica con su personería jurídico internacional, no poseído por otras confesiones. No ha vacilado en posicionarse tomando como norte a la paz y al bien común. Revisó su pasado remoto y reciente (tarea en progreso). Sus últimos líderes han sido profundos y activos.

Con relaciones estables en la Unión Europea, Ucrania y la Federación Rusa, y en sintonía con el católico mandatario norteamericano Biden, al iniciarse el diálogo entre los países en conflicto, en sede en Bielorrusa, Pietro Parolin, secretario de Estado de la Santa Sede, ratificó el interés de cooperar en las negociaciones. Desde hace tiempo decidido a cerrar heridas frente a la órbita de la ex URSS, como también de China, Bergoglio no perderá la oportunidad de aportar. Y tiene con qué.

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