La sentencia resonó de modo recurrente para explicar el advenimiento de Milei: “la gente está harta de la política y de los políticos”. Milei representaba a la anti política y a la anticasta y, por ende, era la mejor opción más allá de la política convencional. Si el cambio supone terminar con el statu quo, la implicancia resultaba obvia: el presidente electo expresaba el cambio. Javier Milei consiguió mostrar la trampa y el fraude del populismo, el clientelismo y el estatismo, desde donde sólo se ha logrado degradar a los ciudadanos a la categoría de dependientes, rehenes políticos, indignos, pobres y marginales.
Los políticos son una “casta abominable” que se roba la riqueza de los ciudadanos, ahogándolos con insaciables impuestos. En consecuencia, la revolución necesaria que traerá la felicidad debería comenzar con el cierre del Banco Central, porque esa es la usina de la emisión y, por ende, es la principal causante de la inflación que destruye la economía y degrada el cuerpo social.
Así, apelando al discurso anticasta, Javier Milei invitaba a salir de esa enfermiza zona de confort de la resignación y la impotencia. A despojarse de la pesada mochila de la degradación por goteo. A romper los moldes de las cárceles imaginarias. Porque, como decía Hermann Hesse en “Demian”: “El pájaro rompe cascarón. El huevo es el mundo. Todo el que quiere nacer, tiene que romper un mundo”. Una sociedad tan oprimida por lo cierto prefirió entonces volar hacia lo incierto.
La política en clave rockstar
En ocasión del triunfo en las Paso, orillando el 30%, mi mente evocó: “esto es casi una experiencia religiosa”, en referencia al título de aquella canción de Enrique Iglesias donde se compara al amor con el sentimiento religioso. Inmediatamente asocié aquello del asesor de Bill Clinton: “Es la economía, estúpido”; entonces esbocé una micro tesis: “Milei ganó porque una parte importante de sus votantes estableció con él un vínculo cuasi religioso”. En términos de liderazgo, se podría decir que Milei es un líder carismático.
¿Qué es lo que torna cuasi religioso a un líder carismático? La devoción, la idolatría, los rituales y la liturgia celebratoria. Un hilo invisible une a Javier Milei con Cristina Kirchner: ambos son líderes carismáticos, capaces de propiciar experiencias cuasi religiosas en el vínculo con sus seguidores.
Desde que el antikirchnerismo se hartó de Cristina, siempre estuvo buscando el mejor vehículo para ganarle y deshacer lo que supone un hechizo perverso pergeñado por ella y que pesa sobre una parte de la sociedad. Primero probó con Sergio Massa en 2013; luego, en 2015, entendió que Mauricio Macri era más efectivo, pero sólo anduvo cierto tiempo hasta que dejó de funcionar. Y entonces apareció Milei. Cuando Jaime Durán Barba le recomendó a Macri, en 2011, que desistiera de presentarse como candidato, su argumento fue lapidario: “Es imposible ganarle a una viuda”. Una sentencia análoga a la del consultor ecuatoriano podría haber sido: Es imposible ganarle a una religión, sin oponerle otra. No era la economía, no siquiera la libertad, era la religión.
Porque la religión es aquel encuentro mágico que ocurre en las sutiles esferas de la idealización. Por eso el amor resulta su análogo, porque es único, místico y pasional. Y porque, como dice la sabiduría popular, es irremediablemente ciego. Es loco y es ciego. Una locura compartida. Acaso un profundo malentendido que sólo se revelará cuando el hechizo finalice y caigan las máscaras y se transmute en sentimiento calmo. O en decepción.
La sentencia fácil y acrítica sostenía una simplificación: el voto de Milei tenía la cara del enojo o de la bronca. Pero eso es apenas uno de los ingredientes. Ernesto Sábato reflexionaba: “Los desesperanzados se reclutan entre los ex esperanzados. Porque para ser un desesperanzado es necesario haber tenido antes alguna esperanza y, luego, haberla perdido”.
El marketing es el arte de propiciar el encuentro entre la oferta y la demanda; en términos psicológicos, la oferta equivale a la promesa, y la demanda a la ilusión. En esencia, no hay una diferencia estructural entre vender, seducir y hacer política: todas son variantes de propiciar ese encuentro entre promesa e ilusión. Entre alguien que quiere querer y alguien que ofrece lo que aquel quiere.
Sin promesa no hay campaña, porque si el candidato no es capaz de tocar en el votante algo del orden de la ilusión, entonces no habrá voto. Las ilusiones pueden ser muchas y variadas. Pero todas derivan de una fundamental: el deseo legítimo de aspirar a una vida mejor. Lo demás son detalles. En marketing, por ejemplo, también se consideran las “razones para creer”, porque sin razones para creer, sin argumentos de verosimilitud, las promesas se tornan esotéricas. Con el ropaje argumental del qué, el cómo, el cuándo, el para qué y el con qué, las promesas se transforman en propuestas. Y Milei supo formular propuestas que marcaron el pulso y la agenda de la campaña.
Es como un “rockstar”: la gente se le acerca, se aglomera para verlo, tocarlo, pedirle una “selfie”. No era casual que Milei anduviera con guardaespaldas, porque la pasión fanática puede desbordarse. Sus seguidores se comportan con pasión tribunera, con el entusiasmo envolvente de ser uno con la cofradía. Sea la de los fans, sea la de la hinchada, lo cierto es que la idolatría se alimenta de puestas en escena, de rituales, de emblemas, de lemas. “¡Viva la libertad carajo!” Y los aprendices de leones rugen.