Mujeres aguerridas para los nuevos billetes

Por Jaqueline Vassallo

Mujeres aguerridas para los nuevos billetes

Los nuevos billetes de 200 y 500 pesos incorporan la figura de dos mujeres que combatieron en las guerras de la Independencia; se trata de Juana Azurduy y María Remedios del Valle, cuyas iconografías aparecen junto a Martín Miguel de Güemes y Manuel Belgrano.

Juana Azurduy tiene una larga vida iconográfica, y ha sido muy estudiada por historiadoras argentinas y bolivianas, como Berta Wexler y Esther Ayllón. La visibilización de María Remedios apareció con fuerza, tras los trabajos de la investigadora argentina Florencia Guzmán.

Juana y María Remedios formaron parte de una sociedad que experimentó fuertes trasformaciones a partir de mayo de 1810, sobre todo con la militarización que se produjo en el marco de las invasiones inglesas, en las que participó María Remedios.

Vivieron sus vidas de adultas atravesadas por las guerras, los vaivenes políticos y con más intensidad que muchas otras mujeres, ya que estuvieron dentro de los cuerpos armados y en el campo de batalla. Trasgredieron los roles de género y se apropiaron de rasgos reservados a los varones ya que desafiaron el orden patriarcal -que definía a las mujeres como frágiles y pusilánimes- cuando tomaron las armas.

Ellas no fueron las únicas. Muchas otras se sumaron a las actuaciones en el campo de batalla, incluso en algunos casos, se vistieron de varón –como Juana- con el objetivo de dotarse de autoridad. En este sentido, no es casual que cierta iconografía la representara con rasgos muy masculinos y el cabello corto, para disimular la trasgresión que implicaba que una mujer destacara en una actividad tradicionalmente masculina.

Estas dos mujeres, que pertenecían a grupos sociales diferentes, fueron contemporáneas. Juana, pertenecía al grupo privilegiado de la sociedad de entonces, en tanto que María era una negra. Se sumaron a la lucha armada junto a sus maridos. Juana, reclutó, junto a su esposo, Manuel Padilla, una tropa de indios, con los que iniciaron la llamada guerra de republiquetas, luego de la derrota de Huaqui. En tanto que María Remedios se incorporó al ejército auxiliar en julio de 1810 y participó en las batallas de Salta, Tucumán, Vilcapugio y Ayohuma.

En el marco de las guerras, las dos quedaron viudas y vieron morir a sus hijos. Ambas fueron hechas prisioneras por los realistas, pero lograron escapar de sus captores y salvaron sus vidas, en tiempos en los que las mujeres eran consideradas “botines de guerra”.

Las dos combatieron junto a Manuel Belgrano y Martín Miguel de Güemes y fueron valoradas en vida por sus contemporáneos, aunque en ocasiones tuvieron que atravesar duros momentos de pobreza y necesidades materiales.

Manuel Belgrano comunicó al director Supremo, Juan Martín de Pueyrredón, que Juana había tomado una bandera enemiga en Chuquisaca, y llegó a ser teniente coronel. María Remedios fue primero capitana, y más tarde sargenta mayor de caballería, cargo del que gozó su sueldo íntegro a partir de 1829.

Como es sabido, el papel moneda tiene un poder comunicacional masivo. A diario interactuamos con él, nos cuentan historias, nos trasmiten mensajes. La incorporación de las figuras de estas mujeres con rasgos femeninos junto a Belgrano y Güemes- a quienes hemos recordado recientemente en los últimos feriados del mes de junio-, dan cuenta de lo que ocurría en la vida cotidiana de aquellos tiempos, en la que varones y mujeres que pertenecían a distintos grupos sociales combatieron por la libertad, y a quienes la historia androcéntrica y liberal argentina borró de un plumazo por un largo tiempo.

Estos nuevos billetes, con la inclusión de las imágenes de un líder popular, de una mujer que fue reconocida por Simón Bolívar como “heroína”, y la de una mujer afrodescendiente, contribuyen a la construcción de un relato histórico, como también de una identidad, nuestra identidad. Y, por cierto, dan cuenta de la reformulación del panteón nacional. Lejos, muy lejos de los llamados “zoobilletes”, cuya icnografía fue propuesta por como una suerte de “espacio imaginario” en el que todos los argentinos pudieran verse reflejados. Una construcción semiótica en la que, como bien señala Faustina de Gennaro, se actualiza una identidad igualada, cortada al ras, sin disensos ni diferencias, casi como en un estado de naturaleza.

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