Naturaleza y hábitat: S.O.S.

Por Fermín Bertossi

Naturaleza y hábitat: S.O.S.

El 3 de marzo conmemoramos el Día Mundial de la Naturaleza y de la Vida Silvestre. Inescrutable escenario angular para la presencia, prolongación y sostenibilidad de toda vida, biodiversidad o actividad, tanto humana como fenomenológica.

Recursos naturales, fenómenos y/o bienes absolutamente relevantes e insustituibles como la autorregulación climática, la fertilidad y fecundidad del suelo, la provisión, captación y filtración de agua, la polinización o el singular equilibrio original del ecosistema, son como diamantes preciosos humanamente imprescindibles.

Evidentemente, bienes decisivos para la existencia y la reproducción de los seres vivos, recursos naturales que encontramos y usamos en nuestro planeta tierra como conjunto plural de factores ambientales, hídricos, minerales, físicos y geográficos que, combinados, inciden y coinciden de modo imprescindible para la presencia humana y el desarrollo de un individuo, de una población, de una especie o grupo de especies vegetales y animales.

Pero, en la utilización y transformación de estos recursos para subvenir necesidades físicas básicas o razonables intereses, el yerro o la codicia humana en la estructuración y coordinación de un razonable y apropiado aprovechamiento explican y predicen que muchos de los mismos atraviesen una situación crítica, que cotidianamente los expone a graves contaminaciones (ambiental, atmosférica, del suelo, hídrica, marina, espacial), disminución y agotamiento.

A propósito: “El reloj sigue corriendo, estamos en la lucha de nuestras vidas y estamos perdiendo. Las emisiones de gases de efecto invernadero siguen creciendo, las temperaturas globales siguen aumentando y nuestro planeta se acerca rápidamente a puntos de inflexión que harán el caos climático, irreversible. Estamos en una autopista hacia el infierno climático y con nuestro pie todavía en el acelerador”, advirtió Antonio Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas (ONU, Egipto, COP27).

Con la caótica e irresponsable precipitación de tales acontecimientos, sin un timonazo histórico del hombre, no es grandilocuencia que se incrementen los agravamientos naturales, con sus adversos escenarios y trágicas consecuencias para las condiciones imprescindibles de la existencia y supervivencia –no solamente- humana.

En efecto, así lo confirman los últimos signos de los tiempos, con sus elocuentes presagios negativos, como el calentamiento global y las inéditas olas de calor (la meta recogida en la Agenda 2030 acordada por los líderes mundiales es mantenerlo por debajo de los 2ºC , en lo posible, 1,5ºC); desniveles oceánicos, desmanejos de cuencas forestales sin conservación y restauración de las deforestaciones y los desmontes con la creciente extinción de floras y faunas, inusitadas inundaciones y pestes (ahora también Panzootia, la pandemia que ya está causando la gripe aviar); con muertos, desaparecidos, despojados y desprendimientos de tierra como los que recientemente –sólo en Sudamérica- devastaron poblados peruanos o brasileños; las más recurrentes y prolongadas sequías, la ampliación de espacios o regiones de tierras desertificadas, de ciudades insostenibles, de incontrolables incendios arrasadores (Chile, California, Australia).

Concomitantemente, catastróficos movimientos y réplicas sísmicas (como en Turquía-Siria recientemente) son otras señales aterradoras que vienen causando, en términos de sustentabilidad ecológica, gravísimas problemáticas cuasi insolubles para la naturaleza y la vida silvestre.

La opción, definitivamente, es salvar la naturaleza, o sucumbir con ella.

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