Noam Chomsky, un pensamiento imprescindible para comprender América latina

Por Luis Hernández Navarro, periodista y escritor mexicano, editor de La Jornada

Noam Chomsky, un pensamiento imprescindible para comprender América latina

Noam Chomsky (EE.UU., 1928) es sin duda, incluso para sus detractores, una figura de gran relevancia en el pensamiento político de nuestro tiempo. Lingüista, filósofo, historiador, escritor, catedrático universitario y mucho más, todo con un alto nivel de rigor, es también un incansable activista por los derechos humanos y un agudo crítico de los excesos de los Estados.

Noam Chomsky –escribió Normal Mailer en 1968, en el libro “Los ejércitos de la noche”– es un hombre de rasgos angulosos y expresión ascética, que irradia una suave pero absoluta integridad moral. Está considerado como un genio en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) por sus contribuciones a la lingüística.

El profesor y el escritor compartieron una celda en la que los retretes dejaban mucho que desear y las tazas de café eran pobres, en una prisión en Virginia: eran parte del millar de manifestantes detenidos en Washington a lo largo de las protestas en contra la guerra de Vietnam, en 1967.

A pesar de ser sólo un aficionado a la lingüística, el autor de “Los desnudos y los muertos” buscó esa noche tras las rejas comenzar una charla con el padre de la gramática generativa sobre esta disciplina. Se aclaró la garganta, pensó en alguna pregunta introductoria, pero nunca surgió el estado de ánimo adecuado para sostener una conversación de este tema en una situación así. En la cárcel, según Mailer, Chomsky “parecía muy inquieto ante la posibilidad de faltar a su clase del lunes”.

En “La responsabilidad de los intelectuales”, publicado en 1967, Chomsky narró esa experiencia: “fui arrestado por un policía, presumiblemente por obstruir a los soldados. Fuimos mantenidos en un patrullero durante una hora o dos con las puertas cerradas, y sólo unos pocos agujeros para la ventilación. Debo admitir que sentí alivio al encontrar en el dormitorio de la prisión a gente que he respetado por años –Mailer, Jim Peck, David Dellinger y otros. Creo que era tranquilizador para muchos de los muchachos allí, el poder sentir que no estaban totalmente desconectados de un mundo que conocían y de gente que admiraban. Era conmovedor ver que jóvenes indefensos que tenían mucho que perder estaban dispuestos a ser encarcelados por sus creencias”.

Su participación en las protestas era consecuencia lógica de su trayectoria contra la guerra. “He probado varias cosas –hostigar a congresistas, hacer antesalas en Washington, dar conferencias, trabajar con grupos estudiantiles en los preparativos de protestas públicas, manifestaciones, etcétera, en todas las formas adoptadas también por otros muchos. Creo que hay que negarse a participar en cualquier actividad que ayude a la agresión norteamericana”. Ya encarrerados, Chomsky, Mailer y el poeta Allen Gingsberg se sumaron a una declaración en la que se reconocían culpables de ayudar e incitar la resistencia al reclutamiento. Al hacerlo, cometían un delito grave por el que se les podía condenar hasta por cinco años de cárcel.

Incansable, 35 años después de aquella marcha, en 2002, en Porto Alegre, a 8.100 kilómetros de distancia, el autor de “¿Quién domina el mundo?” fue invitado a dar la conferencia de prensa previa a la inauguración del segundo Foro Social Mundial (FSM). Se vivía entonces, en toda su intensidad, la convulsión política y social precipitada por el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York del 11 de septiembre del año anterior. Poco antes de asistir el encuentro, Chomsky explicó así su presencia en Brasil: “Dos reuniones tienen lugar prácticamente al mismo tiempo. Una es la reunión de Davos de los Amos del Universo. La segunda es el Foro, que se reúne juntando a representantes de organizaciones populares de todo el mundo, cuya concepción de lo que necesita el mundo es bastante diferente de la de los Amos… Ninguno de los dos grupos, por supuesto, es elegido por voto popular. A mi juicio, la esperanza de un futuro decente está substancialmente en manos de los que se reunirán en Porto Alegre y otros como ellos”.

El 31 de enero, el profesor del MIT llegó al auditorio del Palacio Municipal de Porto Alegre escoltado por el gobernador del estado de Rio Grande do Sul. El recinto estaba abarrotado. Fue recibido con una gran ovación. El presentador hizo una semblanza académica del hombre que en ese momento tenía 73 años y no había dudado en señalar al gobierno de su país como terrorista. El profesor Chomsky tomó la palabra para contestar preguntas de los periodistas durante una hora. Comenzó su intervención señalando que frente a él se encontraban muchos micrófonos pero que, de acuerdo con el espíritu del foro, debían apuntar a otra dirección: necesitaban mirar hacia el público. Estaba de moda llamar “globalifóbicos” a quienes luchaban por otro mundo, como una forma de descalificación. El lingüista rechazó que el FSM fuera una iniciativa contra la globalización. Según él, nadie en el altermundismo estaba contra ella. Puso como ejemplos el movimiento obrero, que comenzó su existencia moderna impulsando la formación de una internacional de los trabajadores, y los grandes sindicatos que hoy en día tienen dimensión planetaria. Todo movimiento popular y progresista –explicó– ha tenido como objetivo formar un movimiento de solidaridad e interacción internacional. Y esto es globalización, pero en el interés general de la población. El Foro de Porto Alegre, dijo, es la materialización de una mundialización distinta, orientada por los intereses de las grandes mayorías.

Al repasar la situación política que se vivía en EE.UU. a raíz de los atentados del 11-S, documentó cómo el dramatismo con que se vivió la tragedia en Europa y Estados Unidos, aunque no puede hacernos olvidar que ambos mundos han cometido verdaderas atrocidades en contra de otros pueblos y culturas a lo largo de su historia. Enfático, reivindicó el valor de la desobediencia civil pacífica. Negó que el uso de la violencia tuviera utilidad para la lucha de los sectores más vulnerables de la sociedad. Desde su lógica, lo que más desean los centros de poder es que las fuerzas populares se metan a la arena de la violencia. Es allí donde son más fuertes.

El profesor Chomsky nació en 1928 en Filadelfia, en una familia judía, única en un barrio de irlandeses y alemanes. Pasó mucho tiempo en la biblioteca pública, donde leyó la literatura marxista y anarquista; algunos de sus parientes fueron parte de la inteligencia judía radical de Nueva York. En ese entorno, con una fuerte influencia de la izquierda antibolchevique, y lecturas que incluyeron a autores como Karl Korsh y Anton Pannenkoek, se formó políticamente. Finalmente se acercó al anarquismo, interesado por la Guerra Civil española. Se asume como anarquista, aunque considera que nadie posee en exclusividad el término. Para él significa “el esfuerzo llevado a cabo para minar cualquier forma de autoridad ilegítima, sea en el hogar, o entre hombres y mujeres, o entre padres e hijos, o entre empresas y trabajadores, o entre los Estados y los ciudadanos”.

En la década de los 60, enfrentó el dilema del tipo de vida que quería vivir. En una entrevista explicó cuál fue su decisión: “Cuando me vi implicado en actividades políticas supe que no se acabaría nunca, que cada vez me exigiría más, que me traería consecuencias personales desagradables. Estaba consciente de que mi vida se vería seriamente afectada, pero tenía necesidad de dar algo, aunque supiera que las consecuencias serían negativas. Lo pensé una y otra vez, y al final, decidí jugármelo todo, debo decir que sin demasiado entusiasmo”. Así lo ha hecho hasta hoy en día. Abordó, a partir de entonces, el análisis y denuncia de los problemas de fondo de la política exterior estadunidense: el embargo a Cuba y las acciones terroristas de la administración Kennedy contra los cubanos; la guerra en Indochina; la carrera armamentista; las relaciones soviético-estadunidenses; el involucramiento de su país en el Medio Oriente y el papel de los intelectuales en estos asuntos. Sus raíces judías –que incluyeron vivir en un “kibutz”– no le han impedido comprender y apoyar la causa palestina.

Autor de “Estados fallidos”, fue un estudiante politizado que se hizo lingüista. Llegó a esta disciplina casi por accidente, por contactos con amigos radicales, uno de los cuales era profesor de esa materia. Desde entonces, camina simultáneamente en dos pistas: mantiene un serio compromiso con los valores intelectuales y los problemas científicos que le conciernen; y apoya causas como la lucha contra el racismo, la opresión y el imperialismo.

Más que ser un dirigente político, Chomsky es, para muchos, una referencia moral e intelectual, avalada por una vida congruente. Invariablemente hace el inventario de la infamia universal de las potencias y los poderosos. Parece tener más preguntas que respuestas. Documenta sus opiniones y análisis con sobreabundancia de pruebas. En su quehacer, el científico y el intelectual crítico se funden en una sola persona.

No es un orador apasionado, aunque sí incansable. En otras circunstancias podría resultar hasta anticlimático, pero sus auditorios lo escuchan con devoción. En la era del vértigo de las redes sociales y el “multitasking”, su público atiende sus charlas con paciencia y concentración inusitadas. En sus conferencias concluye con frecuencia diciendo: “No crean nada de lo que he dicho. Descúbranlo ustedes mismos”.

El pensador que reivindica al pedagogo John Dewey y al filósofo Bertrand Russell, crítico del postmodernismo filosófico, se convirtió en figura de un movimiento de renovación y ruptura de la izquierda. Personaje mucho más cercano al viejo anarcosindicalismo español (su primer trabajo fue sobre la caída de Barcelona en la Guerra Civil) y a los valores del viejo mundo del trabajo, se transformó en fuente de inspiración para un movimiento antiautoritario que abreva en otras claves.

Insiste en la necesidad de estar informados y actuar, y en la capacidad para hacerlo. Rechaza que la comprensión sea facultad de iniciados. Apela a la racionalidad y al sentido común. Su fuente es el pensamiento cartesiano. Se opone a darle relevancia a lo irracional: al fundamentalismo religioso, a las teorías de complot para explicar todo, al fanatismo secular. Sostiene que, aunque el pensamiento racional no nos protege de la política autoritaria, la irracionalidad abre la puerta a las peores formas de autoritarismo.

El lingüista es ahora un intelectual querido y respetado en una parte muy importante de los movimientos populares y del mundo de la cultura. El aprecio que se le tiene va más allá del conocimiento de su obra. En algunos centros de educación superior su obra forma parte de la bibliografía que los estudiantes deben leer. El pensador molesta sobremanera a la derecha; su creciente popularidad enoja. Sus críticas a la política imperial estadunidense enerva. En el ensayo titulado “You and Us”, capítulo del libro “Perception and Misconceptions in US-Mexico Relations”, Enrique Krauze asegura que la intelectualidad y la clase política mexicana antiestadunidenses tienen en Chomsky, el gringo enojado, a su gurú.

El profesor del MIT ha analizado sin concesiones y en profundidad aspectos relevantes de la economía, la política y las luchas sociales en América latina. Ha expresado su opinión sobre el TLC, las maquiladoras mexicanas, la rebelión zapatista, la guerra contra las drogas… Con frecuencia se ha solidarizado con las movilizaciones populares más relevantes. Ha estampado su firma en diversos comunicados que denuncian represión gubernamental contra movimientos disidentes.

El autor de “Piratas y emperadores” considera que el zapatismo mexicano es uno de los movimientos populares contra el neoliberalismo más importantes del mundo. Señala que, si logra vincularse con otros grupos sociales a nivel internacional, podrá cambiar el curso de la historia contemporánea. En octubre de 2007, envió un mensaje videograbado al segundo Congreso Nacional de Educación Indígena e Intercultural; en él saludó a los valientes maestros de Oaxaca por su trabajo profesional en la educación indígena, pero, sobre todo, por encontrarse en una lucha de gran envergadura, no sólo en la entidad, sino como parte de la lucha mundial. Su movimiento, dijo, es particularmente relevante en estos momentos en toda Latinoamérica. A su juicio, la organización de los pueblos indígenas es un avance sumamente importante e impactante, porque echa para atrás 500 años de historia miserable y fea, revitalizando las lenguas, las culturas y los conocimientos técnicos.

A propósito de los feminicidios en Ciudad Juárez, escribió un magnífico prefacio al libro de Charles Borden, “Juárez: The Laboratory of Our Future”, en el que analiza descarnadamente los nuevos modelos de dominación adquiridos por los grandes capitales financiero e industrial internacionales. El asunto no era nuevo para el profesor estadunidense. Desde años antes, en un artículo titulado: “Pocos prósperos, muchos descontentos”, sintetizó con gran tino los efectos devastadores del modelo maquilador y del TLC. Allí aseguraba lo que hoy es evidente: convertir a las maquiladoras en la punta de lanza de la economía es, a la larga, muy destructivo para el país.

A lo largo de los años, Noam Chomsky ha dibujado un mapa de aspectos centrales de la política y la economía latinoamericanas. Pero no se ha conformado con eso. Comprometido con las mejores causas populares, ha puesto su nombre al servicio de ellas. Su congruencia ética y rigor analítico lo hacen un imprescindible.

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