Nosotros y los demás

Por Eduardo Ingaramo

Dicen que cada uno es por la relación que establece entre los intereses propios y los de los demás. Las teorías y doctrinas individualistas y colectivistas son extremos que pocas veces describen nuestros comportamientos, que son diversos en distintos ámbitos, cambiantes en el tiempo, fruto del aprendizaje y las experiencias que vivimos.

Con seguridad, los momentos más felices que podemos recordar son aquellos en los que lo que hicimos individualmente repercutió positivamente en los demás, que nos lo reconocen; o los que otros hicieron, logrando éxitos en donde fuimos incluidos como partes. Por ejemplo, los triunfos de nuestro seleccionado nacional de fútbol y su cuerpo técnico –la Scaloneta- que siempre nos incluyó en ellos, nos habló cara a cara inclusive en sus caídas, y provocó una explosión positiva en la que millones de nosotros nos sentimos parte y dejamos de lado inveteradas diferencias económicas, sociales y políticas.

Es que ganar y compartir el mérito haciendo que todos ganemos es un comportamiento que algunos teóricos llaman “inteligente”, que incluye lo objetivo y lo emocional, por lo que, aún con las dudas iniciales, esa experiencia hoy se transformó en un respeto mutuo casi reverencial.

En ella la más mínima duda sobre su continuidad –la Scaloneta sólo podrá sostener un tiempo sus resultados recientes pero ya no podrá mejorarlos, según dice Juan Pablo Varsky- despierta cierto temor y búsqueda de “culpables”, más allá de las diferencias reales entre dirigentes actuales o potenciales de la AFA, que son siempre sujetos de desconfianza.

El segundo caso es cuando el interés personal se impone totalmente al general, donde algunos pocos se benefician mientras los demás se perjudican. Eso se puede ver en cualquier campo que sea competitivo a extremo, de modo que la derrota ajena vale más que el éxito propio y que el de todos. Esos mismos teóricos lo denominan un comportamiento “malvado”, en el que, con hipocresía, cinismo o corrupción, el comportamiento individual prioriza los intereses propios, no sólo por sobre los generarles, sino contra los intereses generales.

El tercer caso es el inverso, en donde, por solidaridad o altruismo, alguien acepta “perjudicarse” a sí mismo por beneficiar a los demás. Podríamos pensar que eso es poco frecuente, hasta que vemos miles de voluntarios que aportan su trabajo, dejando de lado su descanso personal, a causas de interés público, sin pretender más pago que el que otorga la satisfacción del trabajo hecho y el resultado colectivo. Eso se puede ver inclusive cuando ayudamos a alguien a hacer una mudanza, los alojamos en nuestros hogares ante crisis personales o inclemencias climáticas, les ayudamos a construir una losa en su vivienda, o protegemos a animales vagabundos y enfermos. Esos mismos teóricos del comportamiento colectivo le llaman “incautos”, lo que revela de alguna manera el desprecio que tienen de esa actitud amorosa, generosa y misericordiosa, que la atribuyen a una falta de cuidado individual, sin comprender el aspecto humanístico, o simplemente el amor por el otro.

El último grupo son aquellos que toman decisiones que los afectan negativamente en términos personales, pero también a los demás; los teóricos los llaman “estúpidos”, lo que también revela su incomprensión de los fenómenos comunicativos de las redes, que nos llevan a los sesgos de confirmación –ver sólo aquello que coincide con lo que pensamos- y la sobreinformación a la que están expuestos los simples ciudadanos, que nos lleva a centrar nuestra atención a lo anecdótico. Lo atribuyen a tres causas, la distracción, la falta de control e impulsividad, y el exceso de confianza y poder.

La primera de ellas –distracción- dicen que es la más leve, porque puede modificarse a poco que los ciudadanos individuales y sus grupos sociales profundicen un poco el análisis. Seguramente, esa distracción nos ha llevado individualmente a ser engañados cuando compramos productos por internet, o antes por vendedores domiciliarios de ollas, alfombras…

En lo político, esa distracción ha producido que las mayorías hayan votado sucesivamente alternativas antagonistas, que fueron rechazadas a poco que se pudo observar lo que realmente hacían.

La segunda causa es la impulsividad y la falta de control de sí mismos, que califican como de complejidad media en su solución, porque se trata de un rasgo de personalidad que es difícil de revertir en poco tiempo, aunque considerando que suele darse en jóvenes, puede revertirse inclusive rápidamente.

Por último, la tercera causa es el exceso de confianza y el poder de impulsar a otros hacia comportamientos de alto riesgo, por lo que un fracaso arrastra a todos los que lo acompañen.

En cualquier caso, las tres son reversibles si se logra evitar la distracción –por sesgo de confirmación y sobreinformación- que nos lleva a lo anecdótico y despertar de modo simple el interés en aquello que parece complejo, por lo que parte de la tarea es nuestra desde medios verdaderamente independientes y populares; hacer que primen los verdaderos y más amplios afectos, inclusive hacia los desconocidos, que nos llevan a ser inteligentes y disfrutar de los logros personales que se convierten en colectivos, evitando la impulsividad y el descontrol; y evitar líderes carismáticos y mesiánicos, que coarten el trabajo en equipo y la participación de quienes se embarcan en proyectos arriesgados, que pueden hacer daño a sí mismos y a los demás.

Hablando de las guerras mundiales y atómicas, Einstein dijo “hay dos cosas que son infinitas, el universo y la estupidez humana. Y de la primera no estoy seguro”. Tal como él hubiese esperado y deseado, habrá que contradecirlo.

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