En la última edición de la Feria del libro de Córdoba se abrió un espacio para voces emergentes del mundo de la poesía. En la carpa que llevaba el nombre de Vicente Luy (quien, dicho sea de paso, hubiese entrado a escuchar un rato) se desarrolló el Slam “Perro Andaluz”, en el que se congregaron alrededor de quince poetas jóvenes, muy jóvenes. En una mesa: fanzines, libros de ediciones independientes, revistas autogestionadas. Entre la gente que llenó el lugar, varios alumnos y exalumnos.
Rama Simondi Secchi, que cursa sus últimos días en el secundario, estuvo a cargo de la organización del evento. Hace tiempo que escribe y, desde que tiene quince años, me manda sus poemas por mail. Tiene un collar con una púa de guitarra intervenida que reproduce la tapa de Artaud, el disco de Pescado Rabioso. Ecos de Spinetta resuenan en sus versos.
Escucho su intervención. Al terminar, pienso que en la escuela no se leen libros de poesía. Me refiero a libros completos. La narrativa ocupa un lugar de privilegio, como si los programas de lengua y literatura funcionaran en espejo con un mercado que pondera la novela como forma literaria hegemónica.
Es cierto que las historias resultan más familiares, que consumimos ficción en distintos formatos, incluso antes de entrar a las aulas. También es cierto que la lógica de la metáfora y de algunas figuras retóricas puede resultar poco atractivo, difícil de comprender, de digerir. Sin embargo, que algo parezca arduo a primera vista no alcanza para justificar su exclusión dentro del ámbito de la enseñanza.
Rama se acerca. Me cuenta que está nervioso, que programar este Slam fue exigente. Está eufórico, contento. Además de escribir poesía e ir a clases todas las tardes, es parte del centro de estudiantes, milita en cuestiones de género y diversidad y, como si fuera poco, se viene sumando a las distintas acciones de lucha y visibilización que desarrollan los colegios preuniversitarios.
No para.
-Está saliendo hermoso, Felicitaciones.
-Gracias, profe, gracias… Quería invitarlo a ser jurado del slam de fin de año. ¿Puede?
-Seguro. ¿Qué hay que hacer?
-Escuchar poesía. Y elegir al que más le guste.
-¿En base a…?
-Lo que usted quiera.
Acepto, sí. Pero la verdad es que nunca fui a un slam. Así que se hace necesario averiguar un poco.
A grandes rasgos, un slam es una competencia cronometrada en las que diferentes poetas recitan textos propios, de memoria o leyendo, y casi siempre imprimiéndole tintes teatrales, de performance. Cada cual es libre de aprovechar el tiempo como prefiera.
-Es como un primo hermano de las batallas de gallos, de rap.
-Claro. Pero no siempre supone ganadores y perdedores. Porque no siempre se compite.
Quien me saca de dudas es Maxi Aldecoa, que también leyó en la Feria del libro y ahora está entre el público. Con él nos tuteamos. Desde que se recibió del secundario, en 2019, nos hemos encontrado en distintas oportunidades, la mayor parte de las veces en asuntos vinculados con la literatura: que esté cursando la carrera de Letras Modernas me resulta conmovedor.
-¿Y, entonces, qué diferencia hay con un recital poético?
-Qué se yo, ninguna. Es una forma más de nombrar un encuentro con otros y otras que hacen poesía.
Hace poco más de un mes, Maxi publicó El sindicato de niños de Talleres Oeste, su primer libro de cuentos. Como Rama, cuando era estudiante solía compartirme sus bocetos, sus búsquedas, sus inquietudes en materia literaria.
En las páginas de El sindicato de niños de Talleres Oeste (el título me parece brillante, por eso lo repito) se explora la hostilidad del mundo. Dentro de los márgenes del realismo, cada historia expone a personajes cotidianos frente a situaciones signadas por el dolor: la agonía de un hijo enfermo, la violencia doméstica, los celos, la insatisfacción de la vida pequeñoburguesa, la locura.
Con una sintaxis impecable que, me gusta pensar, empezó a pulir en clase, Maxi intenta ordenar el caos. A pesar de cierto nihilismo, en los cuentos hay una búsqueda honesta de alguna forma de redención. Quizás por eso aparecen, a modo de epílogo, pequeños poemas que le imprimen tonos de belleza a la desolación de la prosa.
-No llegué a escucharte, Maxi. Después pásame lo que leíste.
-Arranqué recitando “Ya no te espero” de Silvio. Porque soy un bolchevique. Después leí tres poemas, ahí te los copio por WhatsApp.
Me digo, mientras recuerdo la canción de Silvio Rodríguez, que podríamos leerlo en las aulas. Y a Spinetta también. Y otros y otras. Las letras que acompañan la música, esa música diversa, heterogénea, casi omnipresente en nuestras vidas, quizás pueda funcionar como puerta de entrada a los libros de poesía. No pienso en canciones sueltas, en listas de reproducción de alguna aplicación, en el hit del verano. Pienso en discos completos.
Con esa idea me voy de la Feria. Tomo apuntes para planificar clases para el año que viene. No es tan fácil como me pareció al principio. Pero bueno, habrá que intentarlo. Y si es necesario justificarlo, bueno, ahí está Bob Dylan, Premio Nobel de literatura, para colaborar.