Política y miedo

Por Diego Fonti

Política y miedo

El miedo es un sentimiento poderoso. H. P. Lovecraft decía que el miedo es la emoción más antigua y fuerte de la humanidad. Aunque se fueron distinguiendo matices y sentimientos vinculados pero distintos (angustia, ansiedad, pavor, temor, recelo, etc.), están todos atravesados por una sensación de miedo ante amenaza de un daño futuro.

Ante esto, se multiplican las respuestas: no hacerle caso, usarlo como base de las regulaciones sociales, como advertencia, etc. Además, en la historia hubo “oleadas” de miedo: la amenaza nuclear, el mundo posterior al ataque a las torres gemelas y tantas otras.

En nuestra época y en nuestro país, el miedo vuelve a estar también presente en nuestras decisiones. Por eso conviene estudiar su rol, sus posibilidades y sus peligros.

Miedo y sociedad

No es la primera vez que el miedo opera como criterio para decidir sobre nuestras relaciones sociales. Las reflexiones sobre lo político desde inicios de la Edad Moderna, los modelos del contrato social, las teorías sobre el Estado y las prerrogativas del “Leviatán” estuvieron todos vinculados con tipos distintos de miedo.

Miedo a que otros nos maten. Miedo a que el gobernante nos dañe. Miedo a las luchas entre religiones. Miedo a la naturaleza. Miedo a los efectos de nuestras tecnociencias.

¿No es dañino pensar desde el miedo? Una primera respuesta lleva a decir que sí, porque puede paralizarnos. Es el sentido habitual de la angustia en algunas propuestas psicológicas. Además, puede predisponernos de modo violento ante los demás, con respuestas individualistas y antisociales. Pero no es la única forma de entender el rol de ese sentimiento tan antiguo.

En filosofía suele distinguirse la angustia del miedo. El miedo es la reacción ante un peligro inmediato, que desaparece cuando el peligro pasa; la angustia, en cambio, es algo constitutivo y no pasa, porque surge de la conciencia de la muerte.

Posiblemente la palabra “angustia” confunda un poco. Y la cosa se hace más difícil cuando prestamos atención a otros idiomas y a otras perspectivas. Por ejemplo, Freud distingue tres tipos de “angst”, que, traducido, podría ser ansiedad, angustia o miedo. Todos surgen de conflictos mentales ante algo que no podemos alcanzar o satisfacer, o por un trauma o amenaza que arroja una sombra sobre el presente. Son la angustia real, la neurótica y la de la conciencia moral. Refieren a tres relaciones del yo, es decir, el mundo exterior, el ello inconsciente y el superyó. No es este el lugar para un estudio del psicoanálisis, pero sí para tomar algo de su enseñanza.

Hay una angustia, ansiedad o temor real ante un peligro externo, ante el riesgo de un desamparo o pérdida, la amenaza de un daño. Por su parte, la ansiedad neurótica es por la anticipación de circunstancias futuras a partir de ciertos hechos que detonan en nosotros ideas, previsiones del futuro. Deseos insatisfechos y previsión de más insatisfacción, ante circunstancias futuras previsibles que nos anticipan una situación aún peor. Y finalmente está la ansiedad o angustia moral, por no ser o no poder ser lo que sentimos que deberíamos ser, por decepcionar esa expectativa que ubicamos en algún mandato o ideal.

Responsabilidad del temor

Efectivamente, esos modos de ansiedad son importantes, porque permiten distinguir cuáles amenazas son reales y cuáles son fantasías. Cuáles tienen una base empírica y cuáles no. Pero, sobre todo, permiten, a partir de estas distinciones, recuperar un criterio racional que va a contrapelo de la supuesta racionalidad moderna.

En su libro “El principio de responsabilidad”, Hans Jonas identifica en los años 70 algunos riesgos que hoy son patentes: la tecnociencia puso a la Humanidad al borde de su extinción, al mismo tiempo que le permitió hacer transformaciones extraordinarias. Por eso, frente al optimismo bobo y perversamente ingenuo de la modernidad, que pensaba que el progreso era un camino de ida y siempre en crecimiento, Jonas propone una “heurística del temor”. O sea, no pensar inocentemente que “todo estará bien” o que “puede que lo peor no suceda”, como si por magia o intervención divina el abismo que tenemos al frente desaparecerá.

Al contrario, la responsabilidad por el futuro implica hacerse cargo de los datos, ideas y propuestas que efectivamente prevén en toda lógica un daño. Porque lo peor sí puede pasar, como lo demuestra de modo paradigmático lo que los alemanes leyeron en “Mi lucha”, y una década después se encarnó en la barbarie nazi.

Jonas conoce esa historia, y por eso advierte sobre el rol racional de cierto tipo de temor, como advertencia y orientación de nuestras decisiones.

Lovecraft termina la oración diciendo que la forma más antigua y fuerte del miedo es ante lo desconocido. Eso muestra el aspecto racional del miedo, y que siempre hay que evitar la irracionalidad. Evitémosla este domingo.

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