Portugal, medio siglo de los Claveles

Por Mario Bomheker

Portugal, medio siglo de los Claveles

Hace 50 años, el 25 de abril de 1974, un golpe de Estado en Portugal, promovido por jóvenes oficiales del ejército, terminó con una de las dictaduras más antiguas de Europa, la de Salazar.

En 1933, el joven profesor de Economía, António de Oliveira Salazar, logra aprobar una nueva Constitución de tipo fascista: el comienzo del “Estado Novo”. Se prohíben los sindicatos y los partidos políticos, se censuran los medios de comunicación y se persigue a las figuras de la oposición. La idea de Salazar, del “Estado Novo”, se basó en la Alemania nazi y la Italia fascista; sin embargo, cuando estalló la segunda Guerra Mundial, el país se mantuvo neutral. Salazar realizó un acto de equilibrio entre Gran Bretaña -su aliado tradicional- y la Alemania nazi: permitió a los aliados construir bases en las Azores, al mismo tiempo que exportaba materias primas (como el tungsteno) a Alemania. De esa manera, Portugal logró sobrevivir ileso al final de la guerra, y acumular una cantidad extraordinaria de divisas.

A diferencia de Mussolini y Hitler, Salazar rehuía la publicidad y rechazaba cualquier culto a la personalidad, también porque carecía de carisma. Salazar se presentó a sí mismo como un “padre del Estado” modesto y retraído. A cambio, exigió una subordinación total: la gente común tenía que mantenerse al margen de la política. A diferencia de otras dictaduras, Salazar consideraba que “lo moderno” era un gran mal. El régimen mantuvo deliberadamente a la población en la ignorancia, la pobreza y el atraso. En algunos casos, alrededor del 40% de los portugueses eran analfabetos, y el país era considerado el asilo de pobres de Europa.

Salazar murió en 1970. Tras las esperanzas iniciales de modernización, su sucesor, Marcelo Caetano, continuó con la misma política. Pero comienza a crecer una resistencia cada vez mayor, incluso en el Ejército y en el propio aparato de poder. El resentimiento se extiende por las guerras coloniales, que consumían una gran parte del presupuesto y enfrentaban a toda una generación a los horrores de la guerra.

La Revolución de los Claveles

El 25 de abril de 1974, finalmente, llega el momento. Poco después de medianoche suena en una emisora de radio (católica) la canción “Grândola, Vila Morena”, del compositor antifascista José Afonso. Es la señal para el inicio del movimiento revolucionario, liderado por un grupo de jóvenes oficiales: el Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA).

Los tanques recorren Lisboa a primera hora de la mañana. Los revolucionarios ocupan lugares importantes y toman posiciones frente a ministerios, emisoras de radio y el aeropuerto. El ministerio de Relaciones Exteriores pide a la población que se quede en casa, pero casi nadie lo hace.

Y así, las imágenes de multitudes vitoreando y claveles rojos en cañones de armas dan la vuelta al mundo. La gran cantidad de gente en las calles es determinante para que las tropas leales al gobierno no intervengan, y se pasen a los insurgentes. Sin embargo, la “revolución pacífica” no es enteramente incruenta. Mientras los manifestantes asedian la sede de la policía secreta en la calle António Maria Cardoso, se escuchan disparos: cinco personas pierden la vida y 45 resultan heridas. Pero fueron las únicas muertes de la Revolución de los Claveles.

Después de los Claveles

Siguen dos años turbulentos. Las fuerzas de izquierda logran afirmar su influencia en la joven democracia. Se adopta una constitución con elementos socialistas básicos, se nacionalizan empresas y bancos y se inicia la reforma agraria. Muchos jóvenes de Europa occidental peregrinan al país y trabajan para crear cooperativas rurales. Pero fue un sueño breve.

En 1976 el socialista Mário Soares toma el mando. En 1977 Portugal presenta una solicitud para integrarse a la Comunidad Europea (admisión que se concretó casi 10 años después, en 1985). Poco a poco muchas reformas llevadas a cabo por los políticos que encabezaron la Revolución de los Claveles son abandonadas.

Portugal, a diferencia de su gran vecino, España, hizo una revisión de su pasado después de derrocar a la dictadura. Miles de funcionarios leales a Salazar fueron reemplazados o suspendidos, y, al menos, algunos de los perpetradores fueron procesados.

Se derribaron monumentos, se cambiaron nombres de calles y plazas. El Puente Salazar, que alguna vez fue el símbolo de la ciudad sobre el Tajo, recibió un nuevo nombre: Puente 25 de Abril.

Durante mucho tiempo, la cultura de la memoria fue considerada como un factor decisivo que hacía que Portugal pareciera el único país de Europa occidental inmune a los partidos populistas de derecha. Pero entonces empezó a aparecer cada vez más en televisión un hombre de pelo espeso y barba de tres días: André Ventura, líder de Chega (CH), un partido populista de derechas. En las últimas elecciones, del 10 de marzo de este año, Chega se convirtió en la tercera fuerza política del país, logrando éxitos notables en antiguos bastiones de la izquierda, como la región del Alentejo, en el sur del país. Su aparente receta para el éxito apenas difiere de la de los populismos europeos y de otros países: críticas vagas al sistema; discursos de odio contra las minorías; contra la inmigración; contra los trabajadores; contra el feminismo. Y, sobre todo, un tono grosero.

¿Y qué queda del espíritu de cambio y del sueño de una sociedad diferente? Ante la creciente desigualdad social, del precario sistema sanitario portugués y, sobre todo, de la dramática situación del mercado inmobiliario, algunos demócratas han comenzado a pedir “una nueva Revolución de los Claveles”.

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