¿Qué lobo alimentas dentro de ti?

Por Leonardo Boff

¿Qué lobo alimentas dentro de ti?

La teología católica tradicional siempre ha afirmado que el ser humano es “simul iustus et peccator” (simultáneamente justo y pecador), o, en un lenguaje más convencional, posee simultáneamente dentro de sí la dimensión de bondad y la dimensión de maldad. Nadie es totalmente malo, ni totalmente bueno. Si fuese totalmente malo, no habría cómo redimirlo. La redención rescata ese resquicio de bondad que sobra dentro de la persona malvada, y así le permite recuperar su parte de bondad y su humanidad.

Igualmente, afirma que por bueno y santo que sea alguien, nunca es totalmente bueno y santo; hay siempre una sombra de imperfección o de malignidad que lo acompaña. Por eso, todos debemos aceptar esta condición humana. No es un defecto de creación, sino exactamente expresión de nuestra finitud y de nuestra condición existencial. Estamos siempre construyéndonos, teniendo como “opción básica” la bondad y la inclusión del otro, o la maldad y la exclusión.

No se trata de una visión reduccionista, de blanco o negro, sino de la gradación de ambos, privilegiando uno de ellos sin poder eliminar totalmente al otro.

Hay muchas variantes de esta realidad compleja que marca irremediablemente al ser humano. Freud dirá que estamos poseídos al mismo tiempo por la pulsión de muerte (“thánatos”), que responde por todo lo que es sombrío y malvado en nosotros; y la pulsión de vida, que significa nuestro lado luminoso y bueno (“éros”). Ambos conviven y él mismo no sabría asegurar cuál de los dos será finalmente victorioso, sólo reconoce que ambos conviven tensamente.

Morin prefiere la expresión “homo sapiens” y “homo demens”. Somos portadores de inteligencia y sensatez y al mismo tiempo de exceso y de demencia. Otros, como Jung, usan las expresiones “dimensión de luz” y “dimensión de sombra” que nos habitan, y con las cuales tenemos que confrontarnos a lo largo de toda nuestra vida.

La opción de fondo que tomemos, por una o por otra, marcará la calidad ética de nuestra vida, conscientes de que nunca será una opción exclusivamente límpida, sino que siempre estará acompañada por la sombría, en permanente disputa por la hegemonía. ¿Cuál será la predominante?

Este entramado teórico es importante para entender lo que está pasando en muchas partes del mundo: hay una ola de odio; de discriminaciones de todo tipo; de violencia simbólica con palabras ofensivas que nuestros niños no deberían oír; de violencia real con matanzas de estudiantes en las escuelas; o de jóvenes negros y pobres de nuestras periferias; de inmigrantes que vienen huyendo de la guerra y del hambre.

Hay guerras con gran letalidad, dando origen, en el caso de la guerra de Rusia versus Ucrania/Otan/EEUU, a rusofobia, sinofobia y, al contrario, odio al Occidente secularizado que perdió la referencia a lo transcendente y a lo sagrado.

Peor, la disputa por un mundo unipolar (EEUU) o multipolar (Rusia, China, BRICS) puede llevar a una escalada creciente, hasta el punto de usar armas que liquidarán a la propia Humanidad, según la fórmula 1+1=0, es decir, una superpotencia nuclear destruye a otra y ponen fin a la especie humana. Y hay suficientes locos en ambos lados que no temen recurrir a un expediente terminal, principalmente los supremacistas blancos y los “neocons” norteamericanos, que ilusoriamente creen ser los portadores de “un destino manifiesto” y de ser el nuevo pueblo de Dios en la Tierra. Algo parecido, con argumentos similares, ocurre también del lado ruso.

¿Cómo vamos a sobrevivir a esta situación dramática, nunca antes acaecida en nuestra historia global? Es innegable que tenemos que reinventar al ser humano, un renacimiento que tenga como “opción de fondo” valores no materiales, como el amor, la solidaridad, el arte, la música y la espiritualidad.

En ese contexto me vino a la mente esta lección de un sabio indígena cherokee. “Un joven se acercó al viejo sabio y le dijo: sufrí una injusticia de otro joven y no sé cómo responder. El anciano pensó un poco y le dijo: déjame que te cuente una historia. Yo también he tenido odio y desprecio por alguien que me hizo una gran injusticia. Y lo peor es que esa persona ni siquiera tenía remordimientos por el daño que me causó. Tras sufrir varias injusticias llegué a pensar que la vida había sido injusta conmigo. Sin embargo, después de reflexionar mucho me di cuenta de que el odio me afectaba sólo a mí, y llegué a la conclusión de que odiar es como si yo tomara veneno imaginando que el otro va a morir envenenado. Ahora veo las cosas así: dentro de mí existen dos lobos. Uno es muy bueno, vive en armonía con otros animales, no ofende a nadie ni es ofendido. Si tiene que reaccionar lo hace de manera correcta, sin dejarse llevar por la rabia y por el odio. Hay también otro lobo. Este vive irritado, pelea con todo el mundo y aún sin razón ofende a los otros; la ira y el odio son más fuertes en él que su autocontrol; es una furia sin sentido. porque no le produce ningún cambio. Sigue siendo malo. No es nada fácil convivir con estos dos lobos que están dentro tuyo, porque ambos quieren dominar tu espíritu y tu corazón. Así ocurre con todo ser humano”. El joven, perplejo, preguntó al anciano sabio: ¿cuál de los dos gana en esa lucha interior? El anciano cherokee sonrió y le dijo: aquel que tú alimentes”.

La humanidad, vos, yo, cada persona, vamos a superar el mundo de odio, de venganza y de guerra, si alimentamos al lobo de la paz y de la armonía que está dentro de todos. En caso contrario…

Como diría Jesús de Nazaret: “Quién pueda entender este mensaje, que lo entienda y lo practique”. Si no, conoceréis la desolación de la abominación.

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