Qué significa el triunfo de Trump en Iowa

Por Carlota García

Qué significa el triunfo de Trump en Iowa

Pocas cosas en la vida política estadounidense son tan “ad hoc” como la forma en que se designan los candidatos presidenciales a través del proceso de primarias. Un proceso tan fascinante como imprevisible. Es concebible que pueda pasar casi cualquier cosa y la elección de Donald Trump como candidato republicano en 2016 no ha sido el único ejemplo.

El “caucus” republicano de Iowa ha dado el pistoletazo de salida a la temporada de candidaturas presidenciales. Para los demócratas, sin embargo, comienza una nueva época de primarias porque han relegado a Iowa del proceso. El desastroso caucus de 2020, que fue incapaz de declarar un ganador real entre Bernie Sanders y Pete Buttigieg, dio lugar a un nuevo calendario con las primarias demócratas de 2024, comenzando en Carolina del Sur, el estado que resucitó la campaña del presidente Joe Biden en la contienda de 2020.

Pero para los republicanos sigue siendo Iowa la primera vez que los votantes se levantan y dicen quién quieren que sea presidente. Y estos votantes tienen que “levantarse e ir” literalmente, porque deben ir en persona a una asamblea celebrada a una hora específica por la noche, en cada uno de los distritos electorales repartidos por todo el estado.

Hay un viejo refrán que dice que hay “three tickects out of Iowa”, lo que significa que el tradicional caucus no elige necesariamente a los candidatos presidenciales, pero sí sirve para reducir el número de candidatos a las primarias presidenciales, a menudo abultado. También es cierto que terminar entre los tres primeros en Iowa no ha sido ni necesario ni suficiente para conseguir la nominación. Muchos ganadores de los caucus no han alcanzado la nominación, y muchos vencedores de la nominación no han conseguido ganar en Iowa. Así, de 11 competidas contiendas demócratas, el nominado ganó en Iowa siete veces, mientras que el nominado del Partido Republicano superó sólo 3 de 8. Iowa, por lo tanto, tiene un historial irregular de apoyo al candidato final. Paradójicamente, el estatus de Iowa en el bando republicano ha perdurado mientras los demócratas desde hace tiempo han comenzado a mirar hacia otros estados.

Pero Iowa no sólo es el acto de apertura para el gran espectáculo, sino que el ruido que ahí se genere tendrá efecto en New Hampshire y Carolina del Sur. Sus resultados, por tanto, no deben leerse de forma aislada del resto de las tempranas carreras por la candidatura. Es en Iowa donde algún candidato suele ser expulsado de la carrera –este año ha ocurrido con Vivek Ramaswamy– mientras que a otros los eleva a un estatus de primer nivel a los ojos de las élites políticas, de donantes y de los futuros votantes –como el caso de Nikki Haley– con el consiguiente efecto en la próxima contienda al subir las expectativas.

Haley ha creado una sensación de impulso en torno a su campaña gracias al aumento de las cifras en las encuestas, del número de asistentes a sus actos y de las sumas recaudadas. No está de más recordar que el primero que se benefició de un temprano apoyo fue Jimmy Carter en 1976, quien con un 27% de los votos en Iowa ganó un mes después en New Hampshire. O Ronald Reagan en 1980, a quien su victoria en Carolina del Sur frente al único candidato sureño le abrió el cambio al resto del Sur. O Rudy Giuliani, que en 1992 cometió el error estratégico de saltarse Iowa y New Hampshire teniendo que abandonar enseguida la carrera.

Por otro lado, que Donald Trump haya ganado no ha sorprendido a nadie, mientras que el segundo puesto obtenido por el gobernador de Florida, Ron DeSantis, tiene cierto sabor a derrota, ya que básicamente apostó toda su campaña por Iowa y no pudo reducir distancias con Trump.

Aún queda mucha carrera por recorrer; en New Hampshire, una Haley bien situada debe tratar de lograr impulso suficiente como para derrotar o acercarse mucho a Trump en su estado natal, Carolina del Sur. No lo tiene fácil, empezando porque el electorado es muy parecido al de Iowa. El no odiar ni amar suficientemente a Trump puede que le esté empezando a pasar factura. Recordemos que, después de que Donald Trump ganara la nominación republicana en 2016, Haley dijo, reticentemente, que votaría por él. Trump le pidió posteriormente que fuera su embajadora ante las Naciones Unidas, supuestamente como un favor al vicegobernador de Carolina del Sur, Henry McMaster, gran partidario de Trump que quería a Haley fuera de su camino para poder convertirse en gobernador. El puesto en la ONU (que ocupó hasta 2018) permitió a Haley pulirse en política exterior, y permanecer en Nueva York la mantuvo alejada de la discordia diaria de la Casa Blanca de Trump.

Lo que parece claro es que Haley gana en “elegibilidad” con respecto a Trump y DeSantis en unas supuestas presidenciales frente a Biden. Pero esa hipotética victoria de Haley también se basa en un supuesto dudoso: que Trump sería un perdedor amable e instaría a sus partidarios a votar por su abanderado republicano.

Ganarle la candidatura a Trump sigue siendo difícil, sobre todo por el menor empuje de los esperado de Haley, pero no imposible. Y al final se trata de expectativas. Y las expectativas de Haley aún se mantienen.

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