Un poco de Dios no viene mal

A partir del fenómeno del nuevo disco de Rosalía, Lux, es necesario hablar de lo que nunca se fue.

Un poco de Dios no viene mal

Portada de "Lux", última producción de la cantante catalana Rosalía.

´A mi relación con Dios no me atrevería a ponerle palabras, solo canciones´, dice la cantante, que viste camisa de Carolina Herrera”, reza el epígrafe de una foto de la Rosalía en una entrevista para el diario El País. “Acercarse a Dios por Dios mismo. Siento que mis penas son las mismas que alguien siente en Japón”, afirma la multipremiada artista catalana, tras el lanzamiento de su último álbum que lleva el nombre de “Lux”, expresión que tiene su origen en el Génesis, instrucción de Dios para que se haga la luz (“fiat lux”). Después se la ve en otra foto, mientras posa con un vestido de Dior, en la que señala que quiere entender a Dios por Dios mismo. Es que resulta obvio, las marcas de ropa más caras del mundo no terminan de darle un sentido a su vida. En Instagram la vemos posando con un vestido largo con cadenas y un candado en forma de corazón a la altura del pubis envuelta en una aureola resplandeciente. Quizás sea parte de esa extraña relación que mantiene con Dios.

Aclaramos que dicha relación es similar a la que tienen muchos futbolistas con Dios. Messi lleva a Cristo tatuado en el brazo. Por supuesto, se trata del Cristo crucificado, por mucho que le podría pesar a Antonio Machado. El éxito es algo vacío y uno siempre trata de distinguirse, ser parte de una élite. El éxito no llena porque enseguida viene otro que tiene éxito y sólo queda el olvido para el primero. En unos años otra Rosalía más joven reemplazará a la actual Rosalía devota. En cambio, Dios, a diferencia del éxito, va a estar para hacerle compañía.

Tatuaje de Cristo en el brazo de Messi.

Observamos muchos artículos de domingo haciendo referencia a una vuelta a Dios. Pero en realidad nunca se fue. Los más jóvenes describen ciertas actividades como “ir a misa”. Incluso, el programa de stream de uno de los principales militantes de Milei, el Gordo Dan, se llama “La Misa”.  Para las generaciones que hemos ido a misa de niños, obligados por la costumbre y la inercia, sin la menor piedad ni el menor disfrute, no nos deja de resultar raro. La misa, salvo que la celebre un sacerdote especialmente ingenioso, carece de sorpresas: no entretiene ni revela un Dios distinto de aquel que ya esperaba en la puerta de la Iglesia. Las personas que van a misa no lo hacen para aprender algo nuevo, sino para reafirmarse en certezas que conocen de memoria y que nunca se han detenido a examinar por sí mismas. En los pueblos, además, muchos van a misa para que los vean, para mostrarse respetables. Si mi vecina va a misa yo también, no voy a ser menos. Por eso, la liturgia suele transcurrir entre lo soporífero y la distracción, sin prestar verdadera atención a lo que el sacerdote dice o hace en el altar.

Aunque, volviendo al tema, misa proviene del latín envío, mensaje, lo que se traduce como esparcir el mensaje de Cristo, y por tanto establecer una “doctrina” y su constelación de derivados: doctrinal, adoctrinar, catequizar, todas palabras que provocan alergia en ese público.

Para los que abrevamos del escepticismo y lo hemos aprehendido, nos resulta difícil ver algo bueno en la religión. Aunque todos necesitamos aferrarnos a algo: Belgrano, Talleres, el “running” e incluso el escepticismo. Todo sea para no pensar que vamos a terminar siendo una nada espantosa. Aferrarse a una religión de dos mil años no es tan malo, y además, conocer el catolicismo resulta indispensable para comprender el arte, la literatura y la música. Sin el componente religioso, gran parte de la cultura occidental perdería su sentido. Nos llamamos un país católico, nuestra Constitución lo afirma (a pesar de que los más puristas dirán que es una Constitución protestante) y la Iglesia controla medios de comunicación, tiene empresas y forma profesionales. A nadie le importa cuándo se sancionó la Constitución, pero el país se paraliza para festejar la Navidad.

Una vuelta a lo religioso no está mal si lo comparamos con la superficialidad del coaching, las Greta Thunberg de las causas ridículas o el germen de una nueva tendencia efímera que se está fermentando en alguna universidad yanki.

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