En los hogares, las decisiones cotidianas pueden transformarse en escenarios de disputa pero también de aprendizaje. Desde qué deporte practicar hasta quién lava los platos o pone la mesa, los acuerdos familiares son más que repartirse tareas: son espacios donde los chicos aprenden a expresarse, a escuchar y a convivir. Pero, ¿cuándo pueden empezar a participar activamente en esas decisiones? ¿Hasta dónde negociar y cuándo poner límites?
Para responder estas preguntas, Hoy Día Córdoba dialogó con la licenciada en Psicopedagogía Lucrecia Thompson (Rosario, MP 1135) quien sostiene que los consensos familiares tienen un papel clave en la formación de la autonomía infantil y en el desarrollo de la autoestima y la gestión emocional. “Yo creo que a medida que se desarrolla el lenguaje, los chicos pueden expresar cada vez con mayor claridad lo que necesitan, quieren, desean, las frustraciones que tienen, los miedos, y en base a eso se puede pensar en que tengan una participación más activa en consensos de tipo familiar, en relación a la rutina, decisiones de tipo planes familiares y demás”, explica.
El punto de partida, según la profesional, es reconocer que la voz de los niños tiene valor. “Creo que es importante pensar en un desarrollo lo más autónomo posible donde la voz de los chicos tenga validez, tenga escucha por parte de los adultos”, afirma. A partir de esa premisa, Thompson propone incluirlos en decisiones cotidianas que los afecten directamente: desde qué deporte quieren practicar hasta con qué grupo de amigos se sienten más cómodos o qué tareas del hogar prefieren realizar.
Sin embargo, aclara que esa participación debe darse siempre “acorde a la etapa del desarrollo en la cual se encuentre y obviamente en un marco de cuidado”. Los adultos, remarca, siguen siendo las figuras de referencia: “Los papás siempre van a ser los encargados de pensar los límites que necesitan para cada etapa que están transitando, pensando obviamente en su cuidado y en su desarrollo saludable”.
Ni autoritarismo ni permisividad, el equilibrio como clave
Las formas de crianza han cambiado mucho en las últimas décadas. De los modelos rígidos y jerárquicos del pasado se pasó a esquemas más dialogados, donde los niños son escuchados y tienen más voz en algunas decisiones. Pero, según Thompson , ninguno de los extremos (ni el autoritarismo ni la permisividad total) resulta saludable.
“Creo que no se trata ni de negociar todo, ni de ceder todo. Los chicos tienen que tener voz, son seres humanos que se tienen que criar con una capacidad crítica y por eso es importante incluirlo dentro de la dinámica familiar, pero los chicos nunca van a ser pares de los padres”, explica.
Esa diferencia de roles no implica falta de respeto ni desatención hacia sus necesidades, sino cuidado. “Los padres son los que han tenido una trayectoria de vida más larga y por ende pueden evaluar mejor ciertos riesgos, ciertas situaciones que puedan generar algún tipo de peligro, ya sea desde lo emocional, desde lo físico y por ende son los encargados de cuidarlo”, señala.
La profesional plantea que el desafío está en sostener un punto medio. “Todo en su justa medida: hay que apuntar a un equilibrio, no a crianzas autoritarias como se tendía en el pasado donde los chicos no se tenían en cuenta y se hacía lo que los adultos querían o consideraban mejor, pero tampoco un estilo de crianza permisivo donde todo parezca estar establecido por lo que los niños quieren o por lo que los niños necesitan y ya”, resume.
“Se apunta a una dinámica familiar donde las necesidades de todos intenten estar lo más cubiertas posible. A eso apunta la crianza respetuosa también, a establecer límites pensados de forma sensible, empática y conociendo cuáles suelen ser las características, necesidades y desafíos de cada etapa del desarrollo. No es decir sí a todo, tampoco es no poner límites, por el contrario es ver justamente qué se necesita y tratar de sostener esta idea de equilibrio, fortaleciendo también la autoestima de los niños”, subraya Thompson.
Tiempo compartido y relación con el otro
Los acuerdos y las dinámicas familiares impactan en la convivencia diaria pero también modelan las habilidades sociales y emocionales que los niños llevarán consigo a otros ámbitos. “La familia es la primer red social que tienen los niños, la primer red de contención, de apoyo, por ende todo lo que allí emerja, los niños lo van a poder trasladar a otros espacios como, por ejemplo, a su red social dentro de la escuela”, explica la psicopedagoga.
“Las habilidades que se fortalecen van de la mano con su autoestima, con su capacidad crítica para tomar decisiones, con su capacidad para ser asertivo a la hora de comunicar lo que necesitan, lo que quieren, lo que temen, lo que los frustra, o sea, está relacionado con todo lo que tiene que ver con la gestión de emociones y con el acercamiento a experiencias de aprendizaje que involucran a otras personas”, agrega.
Esa seguridad interior, que se construye a partir del acompañamiento y la contención en casa, actúa como base para explorar el mundo con confianza. “Un niño que ha logrado un apego seguro, es decir, que ha logrado tener bases seguras en casa, es un niño que se anima a conocer de forma bastante responsable el mundo que lo empieza a rodear”, apunta Lucrecia.
Una de las estrategias más efectivas para fortalecer el diálogo y los acuerdos es priorizar el tiempo de calidad compartido, incluso cuando el tiempo disponible sea poco. En ese sentido, la profesional explica: “Pasa mucho que hoy en día tanto mamá como papá trabajan fuera de casa y están muchas horas sin ver a sus hijos, y esto genera cierta culpa, cierta carga mental en los adultos. Sin embargo, a veces lo que vale es el tiempo de calidad compartido, aunque sea poco, pero realmente estar durante ese tiempo”.
Los recursos para generar esos momentos pueden ser simples: “En cuanto a estrategias de acercamiento siempre está el juego, siempre está la merienda, el ir a dar una vuelta a la plaza”, sugiere. Esos momentos cotidianos construyen vínculos duraderos. “Esto va generando ese espacio de intimidad, de confianza, que se va a ir proyectando hacia el futuro y va a hacer que ese niño o niña llegado a la adolescencia pueda pedir lo que necesite y charlar con los padres”, afirma.
Pero cuando surgen diferencias de criterio, etapas desafiantes, cansancio o falta de tiempo se pueden generar tensiones que dificultan el diálogo. Para esos casos, Thompson recomienda no cargar solos con el peso del conflicto. “Cuando no se puede llegar a un acuerdo o empiezan a aparecer situaciones que son muy disruptivas en la atmósfera familiar y los papás se sienten demasiado colapsados, abrumados, sin saber qué hacer, lo ideal siempre es consultar con un profesional capacitado en orientación a padres o orientación a familias que les ayude a encontrar las formas, enfocándose en esa situación particular que les está tocando transitar”, sostiene. El acompañamiento terapéutico o psicopedagógico no implica fracaso ni debilidad, sino una herramienta para recuperar la armonía y fortalecer los vínculos.
Enseñar a tolerar la frustración
Cómo acompañar a los chicos cuando algo no sale como esperan es uno de los desafíos más frecuentes en la crianza actual. La cultura del “todo ya” puede dificultar la construcción de la paciencia y la tolerancia a la frustración. En este punto, Lucrecia hace hincapié en el rol modelador de los adultos.
“Los adultos tienen que tener mucha introspección para poder gestionar las emociones que los chicos no están pudiendo gestionar en ese momento y dar un mensaje coherente que los prepare para la vida”, indica. Validar las emociones sin validar las conductas inapropiadas es la clave. Sobre esto, la psicopedagoga detalla: “Básicamente es transmitirle a través de un mensaje amoroso, validando lo que sienten en ese momento, pero haciendo mucho hincapié en que la vida no todo ocurre como y cuando quiero”.
“Eso es validar la emoción, no validar la reacción. Si insulta, si se tira al piso, eso no lo validamos, si validamos la idea de que se siente mal y bueno les transmitimos que a todos nos pasa que a veces queremos algo y no podemos tenerlo exactamente en el momento que lo queremos. Si cedemos ante cada situación en función de sus frustraciones no los estamos preparando para la vida”, concluye.
Participar en consensos familiares no significa que los niños decidan todo, sino que se sientan parte de un entorno donde su voz es escuchada, considerada y guiada con respeto. Criar no es imponer ni complacer, sino enseñar a convivir. Escuchar, explicar, acompañar y sostener son gestos que preparan a los chicos no solo para cumplir normas, sino para comprender el sentido del otro y aprender a participar en una sociedad que también requiere consensos.