Nunca es tarde para una familia: la adopción de adolescentes en Córdoba

Adoptar a una persona mayor de 10 años implica abrir la puerta a una nueva historia y dar hogar a quienes muchas veces han perdido la esperanza. Dos familias cordobesas cuentan cómo el encuentro transformó sus vidas y derribó prejuicios.

Adopción de adolescentes

Gaby y Ezequiel junto a sus familias.

En Córdoba, más de 350 niñas, niños y adolescentes encontraron una familia en los últimos dos años. Sin embargo, el contraste entre quienes esperan ser adoptados y quienes están dispuestos a hacerlo sigue estando marcado. “Actualmente en el Registro Único de Adopciones sólo tenemos familias disponibles para adoptar a niñas y niños de 0 a 6 años, sin ninguna particularidad en su salud. La mayoría de quienes esperan una familia tiene más de 7 años”, explica Agustina Olmedo, secretaria general del Tribunal Superior de Justicia de Córdoba (TSJ) y quien coordina el espacio de adopción en diálogo con este medio.

Desde su oficina, Olmedo describe cómo el Poder Judicial intenta revertir esa brecha: “Existen muchos mitos y prejuicios referidos a la adopción de adolescentes. Por eso trabajamos en campañas de sensibilización que promuevan la voluntad adoptiva y fomenten la adopción de adolescentes entre 12 y 17 años”, señala, en alusión a las iniciativas “Abrazá su vida, transformá la tuya” y “Adopciones +12: Abrazá su historia, crecé en familia”.

“En 15 días se postularon la misma cantidad de personas que antes lo hacían en tres meses”, cuenta Olmedo sobre el impacto de las campañas. “Los adolescentes nos muestran que no hay edad que modifique el deseo de encontrar una familia en la cual puedan recibir amor y contención para desarrollarse y crecer”, agregó.

En los últimos años, el sistema de adopción en Córdoba atravesó una transformación estructural. En septiembre de 2023, el Registro Único de Adopciones (RUA) del TSJ se digitalizó por completo, permitiendo que cualquier persona de la provincia pueda inscribirse desde su casa. “El trámite se realiza íntegramente de manera virtual y desde cualquier lugar. Es accesible, intuitivo y permite cargar toda la documentación incluso desde el celular. Todo el proceso, desde la vinculación, puede durar ocho meses”, detalla Olmedo. La reforma también incluyó la creación de una Unidad de Seguimiento, destinada a detectar obstáculos y necesidades emergentes. “Esto nos permite realizar ajustes a tiempo y lograr una mejor y más eficiente organización interna”, agrega.

Pero, más allá de la estructura judicial, la secretaria enfatizó en el aspecto humano del proceso como una de las principales trabas pese al gesto de querer adoptar: “El principal inconveniente que observamos hoy está en las expectativas. Muchas familias idealizan la adopción de niños menores de tres años y mantienen prejuicios sobre las posibles dificultades que podría implicar adoptar a chicos más grandes. Sin embargo, quienes eligen la flexibilidad adoptiva están demostrando que hay otras formas de construir familia”.

Para contrarrestar los prejuicios en torno a la adopción de adolescentes y mostrar que el paso del tiempo no reduce las posibilidades de construir un hogar, Hoy Día Córdoba comparte las historias de dos familias cordobesas que eligieron adoptar a chicos más grandes y encontraron en ese vínculo una nueva forma de crecer juntos.

La adopción de Gaby: Nos elegimos mutuamente

Esa construcción familiar puede tomar diversas formas, como el caso de la adopción de Gaby, una adolescente de 14 años adoptada por Melisa y Nicolás. Pero este tipo de decisión no fue la primera para la pareja, ya que años antes habían adoptado a su hermana menor, Isabella.

“Empezamos en un proceso de acogimiento en una primera instancia, vinculándonos con su hermana, Isabelita, que en ese momento tenía 10 años y luego conocimos a Gaby. Nos elegimos mutuamente en todo este proceso”, cuenta Melisa.

La adolescente no provenía de un hogar institucionalizado sino de una familia bajo guarda. “Lo que nos llevó a adoptarla es justamente el saber que estaba lejos de su hermana, que no iba a ser adoptada en esa familia, y queríamos que una partecita de la historia de Isa estuviera con ella”, recuerda.

“Cuando nos encontramos con Gaby fue desde otro lugar que con Isa, desde ‘a ver quiénes son los papás que están con mi hermana’. Después fuimos construyendo la posibilidad de adoptarla, pensando en que si Gaby también estaba en adoptabilidad, por qué no extendernos hacia ella”, suma su madre adoptiva.

En el proceso, Melisa destaca el rol de las instituciones: “La Senaf, tanto como la Justicia de Córdoba, estuvieron muy presentes. Hemos tenido psicólogos que vinieron a casa a ver cómo vivían las chicas y ha sido muy bueno. Después nosotros buscamos otros acompañamientos externos, con psicólogos y con la iglesia. Hay una comunidad de fe que nos ha sostenido en momentos críticos”.

Gaby y su familia.

La integración de Gaby fue paulatina pero profunda, sobre lo que explica: “El proceso de adaptación en la vida cotidiana fue muy bueno. Yo traté de integrar todo en uno: escuela, grupo de amigos y comunidad de iglesia. Quería que pudiera consolidarse con un grupo, y gracias a Dios se pudo. Ese mismo grupo de amigos es el que hoy sigue sosteniendo”.

Melisa atribuye mucho del vínculo al modo en que se comunican en familia y cuenta: “Tenemos una cultura donde hablamos mucho, donde buscamos siempre el ser vulnerable, tener tiempos de mesa donde se habla, donde podemos generar espacios de escucha atenta y confrontamos con amor. Eso da sentido de pertenencia”.

Y cuando se le pregunta qué le diría a otras familias que están pensando en adoptar adolescentes, no duda: “Que crean en ellos, que tengan esperanza en esta generación. Que piensen en uno cuando era adolescentes y se pongan en sus zapatos. Imaginate si vos sos ese hijo que está a la espera de ser abrazado, de ser escuchado, de que alguien te elija y te potencie”.

La familia de Ezequiel: Ellos sueñan con ser elegidos

La historia de Ezequiel es igual de emotiva. Él fue adoptado por Tomás, papá soltero, cuando tenía 11 años. La familia, consciente de que hay más anotados para adoptar a bebés, amplió su rango de edad. “Yo sabía que para niños menores de 3 años hay una gran cantidad de postulantes, entonces puse de 6 años en adelante. Me llamaron un día desde el juzgado para avisarme que había un adolescente de 11, firmé la autorización y así pude conocer a Ezequiel”, resume Tomás.

El proceso, también en plena pandemia, fue ágil. Sobre ello, Tomás cuenta: “Apenas completé el legajo y presenté todos los papeles, en menos de un año el juzgado me llamó para conocer a Ezequiel. El equipo técnico fue siempre muy cordial y nos acompañó muchísimo”.

El primer encuentro entre ellos fue algo inesperado. “Yo estaba en mi trabajo y creía que tenía que firmar documentación. Me llamaron, entré a una sala del registro y cuando creía que iba a finalizar la entrevista me preguntaron: ‘¿Querés conocerlo? Está en la sala de al lado’. Me sorprendí muchísimo. Me recibió con una cajita hecha en cartulina amarilla con caramelos y una estrella de Navidad que todavía tengo en el árbol”, cuenta con emoción.

Ezequiel se integró con rapidez a su nueva vida: “Estaba finalizando la escuela primaria e iniciaba la secundaria. Fue un cambio muy grande, pero rápidamente se pudo adaptar. La escuela lo contuvo muchísimo y enseguida generó su grupo de amigos”.

Ezequiel junto a su familia.

“Hay que respetar su historia, sus tiempos y su voluntad. No forzar que te cuente lo que no quiere recordar. Yo me integré mucho a sus actividades, me bajé los juegos que él jugaba para poder tener temas de conversación. Compartimos películas, juegos de mesa, momentos con las mascotas”, agrega.

Las pequeñas rutinas también ayudaron, y su padre adoptivo revela: “Yo tenía cinco perros, y despertarlo con los perros que se le subían a la cama fue muy lindo. Todavía le digo el ‘team despertador’. Que tenga su lugar, su cama, sus cosas, eso le generó mucho sentido de pertenencia”.

Para Tomás, adoptar a un adolescente es una experiencia transformadora y su consejo para quienes están dudando en hacerlo es que primero “se pregunten no por qué, sino para qué”. “Es importante tener esa respuesta. Y después perder el miedo, vencer ese sesgo de que el adolescente es conflictivo. Hoy hay muchos adolescentes que todas las noches se acuestan soñando que una familia los escuche, los elija, los abrace y les diga que existe un futuro”.

“Elegir un adolescente es una opción muy hermosa, porque trae otros matices. Hay una relación más de amistad, se puede charlar, se puede entender. A pesar de que los llamamos adolescentes, también son niños que están esperando que una familia los elija”, destaca.

Estas historias de adopción, como las de Gaby y Ezequiel muestran que adoptar a un adolescente no es un acto de valentía, sino de encuentro. Un encuentro entre quienes esperan y quienes deciden abrir su casa, y su vida, a la posibilidad de ser familia.

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