A poco de cumplir cuatro años al frente del Arzobispado de Córdoba, el cardenal Ángel Rossi analiza en un diálogo con Hoy Día Córdoba las crisis que se viven a nivel global, nacional y local. A pesar de su rol eclesiástico, su mirada mantiene el perfil jesuita, integral y humanitario, y así se mantiene, crítico hacia los que toman decisiones y sensible con los más vulnerables.
HDC: ¿Cómo definiría estos tiempos, estos momentos de crisis que atraviesa nuestra sociedad?
Monseñor Rossi: Al margen de las posturas a favor o en contra, yo creo que una palabra que define el momento es la incertidumbre. Supongo que la tienen incluso los que están a favor del gobierno. Porque todo es incierto, como que uno casi no podría ni suponer lo que va a suceder mañana, dadas las decisiones de las figuras que protagonizan esto. Hay todavía, me parece, en el pueblo un resto de esperanza. Yo no sé si la tengo, pero me apoyo en la esperanza de la gente. Pero también tengo la sensación de que se va diluyendo, se va desgranando, porque los distintos que venían, digamos, a resolver parecería, no quiero condenar descaradamente, pero da la impresión de que no son tan distintos… Y entonces eso mismo va generando que en nuestra gente empiece naturalmente la desconfianza y el escepticismo. Justamente hay una crisis de esperanza porque hay una toda una carencia de liderazgo, no solo de ahora, diría de los últimos tiempos, y hacia adelante, la verdad es que uno no avizora figuras que uno diga: «Allá vamos»
HDC: ¿Cómo se hace para tener esperanza y fe cuando no se comen todas las comidas, cuando el que tiene un trabajo no llega a fin de mes…?
MR: Es una esperanza… contra toda esperanza. A veces uno escucha discursos que vos decís: ¿desde dónde me están hablando? Yo creía que todavía no habíamos llegado a Marte, pero parece que sí, que nos hablan desde Marte, ¿no? Porque si bien es real la esperanza y una cierta serenidad psicológica porque se haya frenado aparentemente la inflación, y eso puede ser positivo, principalmente para las grandes economías. Lo que yo digo es que esa macroeconomía no baja a la mesa, todavía no baja al plato, todavía no baja a la farmacia por los medicamentos, todavía no baja las guardias, o sea, hay todavía un divorcio entre esta idea de que las cosas están mejor y una realidad que dice que las cosas están igual oen algunos aspectos, claramente peor, para mi gusto.
HDC: Es una crisis que no es nueva, convengamos, hay una pobreza estructural que cuesta muchísimo erradicar,está el narcotráfico…
MR: El narcotráfico ha tomado el espacio que tiene, tenía o tendría que tener el gobierno. Entonces, lo que no hace el Estado lo hace el narcotráfico, o sea, beca a los alumnos, les da medicamentos a los ancianos. Entonces, uno se pone del otro lado y si pasas penurias, si estás recortado y no llegas a fin de mes, si no paras la olla y…tenés que ser muy virtuoso para decir que no, ¿me explico? Por supuesto que corresponde decir que no a esa propuesta que no es buena, pero es difícil cuando sabes que eso te facilita la vida, la de tu familia… te la suaviza.Por otro lado, yo creo que algunas cosas se han agudizado y hay una grieta en el trato, en el modo de tratarnos, que se ha agudizado muy tristemente. A niveles ya decadentes, diría yo. En el lenguaje, hay mucha maledicencia de los dos lados; de abajo para arriba y de arriba para abajo, pero claro, si comienza de arriba para abajo es muy difícil, ¿no?
HDC: Uno lo ve en la calle: se te cruza un auto o un peatón, le hacés seña de que está cruzando mal y hay una respuesta con agresividad…
MR: Es así, está instalada, pero está de alguna manera fomentada de arriba para abajo. Y esa maledicencia es el signo de decadencia. Y de incapacidad de gestión. En todos los niveles está ese maltrato en el lenguaje. Y cuando una sociedad, un Estado o la Iglesia -vuelvo a incluirme- no cuidamos a los viejos y a los niños, es signo de decadencia. Es una sociedad que anda mal, digamos así. Cuando se descuida lo más frágil, lo que no se puede negociar. Justamente son las cosas donde no hay grieta, ¿no? Yo no sé, digamos, estas medidas… Yo creo que parecería que ha recibido el consejo de los peores enemigos. Al margen de la respuesta económica, pero tocar discapacitados, niños enfermos y jubilados, la verdad que hasta hoy día yo no soy político, pero políticamente la verdad es de un nivel casi infantil, digamos así. Y además son los únicos ámbitos, los pocos ámbitos que nos podrían unir, ¿quién se va a poner en contra, ¿quién nos va a dividir frente a un niño enfermo, o frente a un jubilado que no puede comer?
Humanizar y visibilizar
HDC: ¿Por dónde se sale entonces de semejante contexto?
MR: Yo creo que en todos los ámbitos, mundial, nacional, nuestro, hay que volver a poner a la persona en el centro, aunque parezca algo obvio, no lo es. Porque antes están las estadísticas, antes están los números, antes están los proyectos, antes están las campañas, no hay rostros, no están no está en el centro la persona. Entonces, de golpe te contentás con que un balance mejoró, pero la persona concreta empeoró. Es un poco, casi diría, esquizofrénico, aunque suene exagerado. Yo creo entonces que hay que volver a poner a la persona en el medio. Todo lo que hagamos está en función de esa persona y sobre todo con esa persona frágil, para quien hay una especie de indiferencia. Como decía el Papa Francisco, son figuras invisibilizadas, las hacemos invisibles. Entran en nuestros discursos, también en nuestras homilías de curas, pero está faltando que los asumamos en su fragilidad.
HDC: Falta poco para cumplir 4 años al frente del Arzobispado, lo que dura un gobierno en la política. ¿Hace usted un balance, analiza cómo han ido las cosas en estos cuatro años?
MR: Sería lo que uno desea, lo que a uno lo interpela, lo que uno busca. Yo le robo la frase al Papa Francisco:»Cercanía», decía. El Papa dice que él, interiormente -no es que le habló nadie al oído- sintió la palabra ‘cercanía’ como un desafío. Yo creo que eso es lo que siento. En algunas cosas las percibo, en otras, todavía me doy cuenta de que hay que seguir creciendo en eso. Cercanía, en primer lugar, a la gente, a los a los que sufren, a los pobres, cercanía con los que piensan distinto, o sea, hay que tender puentes. Y en ese sentido, creo que hay un intento y hay gestos. Y creo que gracias a Dios hay una respuesta linda de la de la gente, hay un diálogo un ida y vuelta medio invisible, pero que es que es real. Con la gente del gobierno, con la gente empresarial y con el pueblo. Nuestro pueblo trabajador, sencillo, es muy cercano, es muy digno, tiene el termómetro de la realidad. Los balances y todas esas cosas son muy relativas, pero el termómetro es el hombre el hombre de la calle, el carnicero de la otra cuadra, el del kiosco, el tachero… y eso es infalible, Eso hay que escuchar. Hay que poner el oído en el pueblo, como decía Angelelli: un oído en Dios y otro en el pueblo, te dan la pauta de por dónde pasa la cosa.
“El tema de las apuestas en Córdoba me dolió y me defraudó”
Córdoba tiene sus dificultades. Aunque más moderado respecto a lo nacional, me parece. Digamos que hay gestos valiosos de ayuda. De todos modos, creo que sigue faltando una de las cosas que a mí me dolió -y en algún aspecto me defraudó- que es el tema de las apuestas, del juego. Eso fue de un nivel realmente muy triste y políticamente inescrupuloso. Así que creo que Córdoba tiene resortes y hay un diálogo fluido. Con la gente del gobierno se conversa, yo no tengo empacho en criticar lo tengo que criticar y conversamos. Con los jubileos (N. del R: encuentros con comunidades que realizaron en el Polo Sanitario, Tribunales, etc.) buscamos un modo de compartir, jubileo viene de júbilo, es como un modo de celebrar y a la vez también es una llamada a en términos religiosos a la conversión y en términos quizás más humanos, a revisar nuestros gestos para mejorarlo, ¿no? Es un tiempo de detenerse y pensar qué cosas podrían ser mejor, diríamos así, en clave de agradecimiento.
“Hay una incapacidad de ponerle el freno a lo que pasa en el mundo”
A nivel mundial, está todo muy loco, la verdad es que dependemos casi de dos o tres personas… y que no son las más sensatas, para colmo. El mundo contempla azorado las decisiones de personajes siniestros, casi te diría. Además, uno advierte la incapacidad que tiene el mundo de poner un freno. Somos espectadores, la Iglesia y otras instituciones pegan el grito, pero no tiene la fuerza no tiene capacidad de resolverlo. La ONU está pintada y termina siendo cómplice de los grandes, diciendo o haciendo lo que le dicen. Es una institución muy, muy debilitada. Hay cosas como esta adhesión ahora a Israel, Estados Unidos y nosotros, somos los tres países. Y la bomba no se la van a poner a ellos, empezarán por nosotros. La verdad es que son alianzas que no responden a lo que siente el pueblo. Frente a la guerra, la única opción nuestra es la paz. El Papa Francisco decía: “Toda guerra comenzada, es guerra perdida” Y el otro día me acordé de John Kennedy, que decía: “O la humanidad termina con la guerra o las guerras terminan con la humanidad. Y yo no quiero ser fatalista, pero estamos un poco como en un umbral de esta profecía de Kennedy, no desde lo religioso, sino desde lo político.