Padres poco presentes, infancias estresadas y consumidoras

El uso de tecnologías en los niños no es solo un debate sobre tecnología, sino sobre tiempo, vínculos y modelos de crianza.

Padres poco presentes, infancias estresadas y consumidoras

El uso de las tecnologías es cada vez más temprano.

Las infancias ya no juegan como antes. Los chicos pasan más horas frente a las pantallas que en los parques, con amigos o disfrutando de sus hobbies. Y en un mundo atravesado por las tecnologías, se vuelve fundamental cuidar a los más vulnerables para que sigan teniendo momentos compartidos que son claves para el desarrollo óptimo de capacidades.

Según datos relevados por Argentinos por la Educación en base a los cuestionarios de las Pruebas Aprender 2024 y 2023, el 89% de los alumnos de sexto grado dice usar redes sociales en su tiempo libre, mientras que solo el 35% estudia idiomas y un 46% lee libros fuera del ámbito escolar, lo que representa una caída significativa en relación con el 61% que lo hacía en 2018. El 68% juega de forma digital y el 40% crea contenidos para redes sociales. En tercer grado, los números no son menos preocupantes: el 91% ve dibujos, series o películas con regularidad, y menos de la mitad participa de talleres artísticos o creativos.

Aunque muchos niños aún mantienen cierto equilibrio con actividades al aire libre o encuentros con amigos (el 85% asegura realizarlas), la influencia de las pantallas en su desarrollo emocional, cognitivo y social comienza a generar alarma en el ámbito educativo y psicológico.

En diálogo con Hoy Día Córdoba, Mauro Gross, psicólogo y presidente de la Fundación Enjambre, Red de Psicólogos de Córdoba, asegura que el uso de las pantallas no es el problema en sí mismo, sino lo que desplazan o sustituyen. “Internet y las redes sociales se han convertido en un espacio central, con mucho protagonismo, de socialización y construcción identitaria para los niños y niñas y adolescentes”, destaca.

Pero Gross advierte que el problema es cuando ese lugar “se vuelve el único o donde pasa mayor tiempo” esta población, que particularmente se encuentra en proceso de adquisición de herramientas emocionales.

Con una mirada crítica pero comprensiva, el especialista explica cómo las dinámicas familiares se han visto alteradas profundamente por la tecnología: “Antes los espacios de encuentro y conversación se daban de forma natural en lo cotidiano, hoy tienen que ser planificados rigurosamente y la hiperconectividad lleva a que muchas veces compartamos un espacio físico pero con un escaso intercambio real, estamos todos juntos pero solos, separados”.

El estrés y la ansiedad en niños

En los últimos años, muchos profesionales comenzaron a advertir sobre infancias estresadas, producto de crecer bajo el ritmo acelerado que impone el mundo digital. Según la institución educativa Educ.ar, “la sobreestimulación digital puede provocar estrés, ansiedad, trastornos del sueño y problemas depresivos en los adolescentes. Además, puede afectar la autoestima, la vinculación familiar y social”.

Por su parte, Mauro Gross asegura: “En general, salvando siempre las cuestiones patológicas o específicas de cada niño, hay un aumento de estrés de infancias más ansiosas en función del uso de las pantallas ya que mientras aumente la cantidad de horas y la exposición a las pantallas, aumenta la irritabilidad”.

El estrés y la ansiedad son algunos de los efectos.

“Los niños quieren todo rápido y les cuesta postergar el placer, buscan satisfacer las cuestiones más inmediatas. En ese sentido, lo importante es regular y acompañar, pensemos hoy en día con el tema de las escuelas, con fines didácticos, siempre ahí digo que lo importante es el objetivo y el para qué, que en todo caso si se pasa tiempo, no sea meramente desde un lugar pasivo en el que se absorbe todo y listo, sino que sea una actividad, con contenido que estimule, que fomente la creatividad, que propicie buenos modelos de interacciones sociales, de aprendizaje imitativo”, sumó el psicólogo.

Padres desconectados, niños entretenidos

En muchos hogares, los dispositivos electrónicos se convirtieron en niñeras digitales. No por negligencia o desinterés, sino por las demandas y ritmos de la vida moderna. Sobre esto, Gross reconoce: “En muchos casos es una manera de ocupar el tiempo de los hijos y que permite que los padres descansen, trabajen o estén en otra cosa, pero no siempre de forma consciente o con mala intención. Pero lo cierto es que las pantallas se han transformado en una herramienta, sí, de sustitución de la presencia”.

A su vez, agrega una advertencia clave: “Una pantalla, un dispositivo puede calmar momentáneamente, puede entretener a los niños y las niñas, pero no reemplaza el sostén afectivo, la mirada, el vínculo que necesitan las infancias para crecer seguras”.

Entre el entretenimiento y el consumismo

A este panorama se suma un nuevo factor: el marketing digital y la influencia de las redes sociales, que convierten a los niños en consumidores desde edades cada vez más tempranas. TikTok, Instagram y YouTube imponen modelos de vida aspiracionales e irreales, alimentando deseos difíciles de alcanzar.

El Presidente de la Fundación lo explica como uno de los factores que afectan también al autoestima: “Las redes sociales no solamente muestran un estilo de vida donde se prioriza el consumo, donde se muestra que uno es por lo que tiene, sino que generan deseos e ideales muchas veces inalcanzables porque no son reales. Se promueve un consumo inmediato y aspiracional que impacta en la autoestima y en la percepción de lo que hay que tener para ser aceptado, admirado, respetado”.

¿Cuándo y cómo empezar?

Mientras crece el debate sobre qué edad es adecuada para tener celular o abrir una cuenta en redes sociales, el psicólogo aclara que no se trata solo de edad cronológica, sino de madurez emocional y el acompañamiento adulto. “Las recomendaciones de organismos de salud mundiales e internacionales sugieren que antes de los 12 o 13 años no es conveniente el acceso de manera autónoma a redes sociales, lo mismo que en las infancias se sugiere la prohibición de hasta los 4 o 5 años de acceso pantalla, lo cual nos parece totalmente imposible hoy en día. Pero más allá de la edad, lo fundamental es la madurez emocional del niño o la niña y la capacidad de los adultos para acompañar y supervisar eso. No es solamente un tema de cuándo, sino de cómo, con qué objetivo, qué se busca con ese acceso”, aclara.

Frente a esta realidad compleja, las familias no están indefensas. Desde la Fundación Enjambre promueven el diálogo, el acompañamiento y la coherencia como pilares para una educación digital saludable. Gross sugiere: “Primero, hablar del tema sin miedo y sin moralismos, no caer en una conducta detectivesca o policíaca, sino escuchar lo que los chicos tienen para decir. Y finalmente, predicar con el ejemplo, que a veces es lo más difícil y nos interpela, porque el modo en que los adultos usamos la tecnología es el principal modelo para ellos”.

A pesar del panorama inquietante, la infancia sigue siendo un espacio de construcción y posibilidad. Las pantallas no desaparecerán, pero pueden integrarse de manera más sana si hay adultos presentes, atentos y comprometidos con el vínculo. La clave está en no resignarse a que las pantallas ocupen el lugar de los afectos.

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