Soledad no deseada: vínculos frágiles en la era de la hiperconexión

Aunque vivimos más conectados que nunca, los vínculos humanos se debilitan y crece el sentimiento de aislamiento. Expertos advierten que la soledad no deseada es hoy un problema social y urbano.

Soledad no deseada: vínculos frágiles en la era de la hiperconexión

Soledad no deseada, un fenómeno silencioso pero en aumento.

Individualismo e inmediatez. Vivimos en épocas donde las pantallas nos conectan con todos pero a la vez nunca estuvimos tan desconectados como ahora. Pese a estar compartiendo momentos con seres queridos, el celular siempre distrae y corta conversaciones. Y muchas veces, las agendas personales están sobrecargadas de trabajo y con escasos momentos para compartir con los vínculos.

Por otro lado, quienes no siguen esta lógica pueden sentir que sus vínculos son insuficientes en calidad o cantidad porque “cada uno está en la suya”. O a la inversa, quienes sí siguen esta lógica, muchas veces sin quererlo, pueden sentir soledad en momentos en los que se permiten un descanso como los fines de semana.

Detrás de estas sensaciones individuales se esconde un fenómeno social cada vez más visible: la soledad no deseada. No se trata solo de un estado emocional, sino de una consecuencia del modo en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos en las ciudades modernas. La soledad no deseada se ha convertido en un fenómeno silencioso que no distingue generaciones y que puede afectar tanto a quienes se encuentran rodeados de gente como a quienes pasan la mayor parte de su tiempo en soledad.

El pasado miércoles 5 de noviembre, la Universidad Siglo 21 fue escenario de un espacio de encuentro dedicado a reflexionar sobre esta problemática creciente. Allí, el psicólogo y director del Instituto de Planificación, Movilidad y Diseño Urbano (IPLAMU), Juan Carlos Mansilla, compartió una mirada profunda que combina la psicología con la planificación urbana, para comprender por qué la soledad no deseada es también un problema colectivo. Luego de esa charla, Mansilla conversó con Hoy Día Córdoba para contar más detalles sobre este tema.

“Desde la psicología, la soledad no deseada se entiende como una experiencia emocional de desconexión y malestar que ocurre cuando una persona siente que sus vínculos sociales o afectivos son insuficientes o poco significativos. No se trata de estar físicamente solo, sino de sentirse solo, incluso estando rodeado de gente. Es una forma de sufrimiento emocional que afecta la autoestima, la percepción del propio valor y el sentido de pertenencia”, explica sobre el suceso.

Para el especialista, la soledad no es siempre negativa: “Todos necesitamos momentos de aislamiento o de introspección, lo que los psicólogos llamamos solitud elegida. El problema aparece cuando esa soledad se vuelve involuntaria, prolongada y emocionalmente dolorosa, cuando deja de ser un espacio de encuentro con uno mismo para transformarse en una experiencia de vacío, abandono o invisibilidad”.

Desde su rol en el IPLAMU, Mansilla amplió el enfoque: “Desde las políticas públicas, el concepto adquiere otra dimensión. En el IPLAMU hablamos de la soledad no deseada como un fenómeno social y urbano, no solo personal. Es el resultado de transformaciones demográficas, culturales y tecnológicas que han ido debilitando los lazos comunitarios”.

Juan Carlos Mansilla.

En Córdoba, explicó, “los procesos de envejecimiento poblacional, la fragmentación territorial, los cambios en las formas de trabajo y el aumento de hogares unipersonales están generando nuevas condiciones para el aislamiento”. Y sintetizó: “La soledad no deseada no se ‘cura’ con medicamentos, sino en comunidad, con cercanía y proyectos compartidos”.

El fenómeno, advierte Mansilla, crece en todo el mundo. “Sin dudas que es un fenómeno en aumento, y no solo en Córdoba: la soledad no deseada está creciendo en todo el mundo. Lo vemos en los estudios, en los modernos diseños de políticas públicas, y también en la vida cotidiana”, asegura y completa: “Vivimos en sociedades que privilegian la independencia, la productividad y la autoexigencia, y que al mismo tiempo han perdido espacios de encuentro, conversación y pertenencia. Las personas se conectan mucho, pero se vinculan poco”.

Desde la psicología, explicó, los vínculos requieren condiciones que la vida urbana no favorece: “La psicología nos dice que los vínculos requieren presencia, conversación y lentitud; justamente lo que el modelo urbano tiende a negar. Las rutinas fragmentadas, los traslados largos, la competencia laboral y la virtualización de los vínculos generan una forma de soledad funcional: la gente cumple tareas, pero no se siente acompañada”.

Cambios demográficos: más hogares unipersonales

El psicólogo destacó además el impacto de la transición demográfica: “En Córdoba la población está envejeciendo, hay menos nacimientos y más hogares unipersonales. Esto significa que, cada vez más, personas mayores viven solas, muchas veces lejos de sus familias o con redes de apoyo debilitadas”.

Y agregó que no se trata solo de un fenómeno emocional, sino también estructural: “Estamos frente a un cambio que impacta en la salud, en la planificación urbana, en la forma en que pensamos el bienestar, y desafía las tradicionales formas de cuidarnos”.

Mansilla considera que el aislamiento social es “el costo invisible de la vida moderna” y que debe ser abordado desde las políticas locales. En ese marco, el Observatorio de la Soledad No Deseada del IPLAMU busca estudiar el fenómeno y generar espacios que promuevan el encuentro. “No basta con diagnosticarlo: hay que crear políticas que generen encuentro, en los parques, en los centros de día, en los espacios culturales y educativos, en el diseño urbano, en la cultura del cuidado, y en la mirada ciudadana de todo cordobés”.

Soledad que atraviesa las generaciones

Aunque suele asociarse con los adultos mayores, Mansilla remarcó que la soledad no deseada atraviesa a todas las generaciones. “No pertenece a una edad, sino a un modo de vivir la vida contemporánea”.

En la infancia, señaló, la causa principal es la falta de tiempo compartido: “Padres y madres que trabajan más horas, familias que se reorganizan, vínculos mediados por pantallas. La infancia actual tiene menos juego compartido, menos conversación y menos presencia afectiva. En términos psicológicos, eso se traduce en una dificultad para construir seguridad emocional, que es la base del desarrollo social”.

Entre los jóvenes, la soledad adopta una forma paradójica, sobre la que el especialista resume: “La soledad se presenta como hiperconexión vacía. Están más comunicados que nunca, pero muchas veces carecen de vínculos profundos y confiables. Las redes sociales multiplican la exposición, pero no necesariamente la cercanía”. “La juventud de hoy debe aprender a construir vínculos verdaderos en un contexto que premia la imagen más que la intimidad”, reflexiona.

En los adultos, la soledad se asocia al ritmo acelerado de la vida urbana: “La vida cotidiana deja poco espacio para el encuentro, y la competencia o el estrés hacen que muchas relaciones se vuelvan instrumentales. Hay adultos con vida social activa, pero sin interlocutores emocionales; hay vínculos laborales o funcionales, pero no afectivos”.

Y, en la vejez, la problemática se complejiza: “Hoy, al extenderse la expectativa de vida, no hablamos de una sola vejez, sino de muchas vejeces. Hay mayores que están activos, participan en talleres, usan tecnología y mantienen una vida plena; y hay otros que, por condiciones económicas, de salud o pérdida de redes, viven una vejez más frágil y solitaria”.

En todos los casos, subrayó, “la soledad no deseada tiene distintas edades y distintos rostros, pero un mismo denominador común: la falta de vínculo humano significativo”.

Cómo influye en la salud mental

Aunque no es un trastorno, la soledad prolongada puede derivar en otros problemas de salud mental. “Si bien la soledad no deseada no es una enfermedad, sí puede ser la antesala de muchas. Desde la psicología la entendemos como un estado emocional prolongado de desconexión y malestar, que, si se sostiene en el tiempo, erosiona la salud mental y física”. En ese sentido, Mansilla advirtió que este aislamiento emocional “puede desencadenar depresión, ansiedad, consumo problemático de sustancias e incluso conductas suicidas”.

“Cuando una persona se siente sola, sin apoyo ni escucha, se debilitan los mecanismos naturales de afrontamiento. Aparece la sensación de que ‘nada tiene sentido’, o de que ‘a nadie le importa lo que me pasa’. Ese tipo de pensamientos son terreno fértil para la depresión reactiva”, detalló el psicólogo.

“En otros casos, la soledad se compensa con conductas de escape: el abuso de alcohol, psicofármacos o drogas, o la hiperconexión digital. En todos los casos, lo que se busca inconscientemente es anestesiar el vacío vincular, aliviar la angustia de no sentirse parte”, agregó.

Estar del otro lado y acompañar

La respuesta, dice Mansilla, no siempre pasa por grandes soluciones y destaca: “Acompañar a alguien que atraviesa soledad requiere pequeños actos sostenidos de presencia y de atención. Lo que más necesita una persona en situación de soledad no es cantidad de tiempo, sino vínculos de calidad. A veces, unos minutos de conversación genuina, una llamada sin apuro o una visita corta pero atenta pueden tener un enorme valor emocional. La clave está en hacer sentir al otro que es visto, escuchado y que su existencia importa”.

Y, a nivel comunitario, subrayó: “El cuidado no es solo una tarea individual, sino social. La ciudad también puede acompañar: con centros de día, espacios de encuentro, talleres intergeneracionales, estimulando actividades culturales, recreativas, o simplemente generando lugares que validen los encuentros interpersonales”.

En tiempos de hiperconexión digital y vínculos fugaces, su mensaje apunta a lo esencial: recuperar el sentido de comunidad. La soledad no deseada, dice, no se resuelve con más tecnología, sino con presencia humana, escucha y compromiso. “La soledad no se cura con medicamentos, sino con comunidad”.

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