El paisaje dentro de las personas: un día en Tulumba

Recorrido por el pueblo que fue reconocido como uno de los ocho destinos argentinos entre los más lindos del mundo.

El paisaje dentro de las personas: un día en Tulumba

Los últimos rayos de sol del viernes tienen el mismo efecto que unas gigantescas yemas de dedo acariciando la cabellera de la ciudad amorosamente. Esa placidez, junto al final de la semana,  alcanzan al cartonero que empuja su pena dentro de un carro mientras sueña con una cerveza fría. Pagas otra limpieza de parabrisas y la trompa del auto se yergue hacia el norte provincial.

La sombra del tiempo

Esta localidad cordobesa, con poco más de 2.000 habitantes, es uno de los ocho destinos argentinos entre los más lindos del mundo, según el certamen Best Tourism Villages. Esta reciente oportunidad a nivel global no le hace justicia a un poblado que sigue respirando la hospitalidad de su entorno natural y la condición paisajística de sus habitantes, desde tiempos remotos.

Su verdadero encanto se desentiende de los reconocimientos y habita en la sedosidad de su ritmo, en la parsimonia de su empedrado, o en las sombras deslizándose por los recovecos coloniales. Las callecitas de este pueblo, uno de los más antiguos de Córdoba, huelen a primavera porque los perfumes de la flora autóctona pasean por la vereda, y con serenidad, saludan a los habitantes respetuosamente frente a las viviendas históricas.

Pero no todo es patrimonio cultural: los kilómetros previos a la población están decorados por un ejercicio de puntillismo con margaritas punzó, mientras que campo adentro los pompones amarillos de los aromos y una paleta magistral de verdes provenientes de mistoles, talas y aromillos, llevan siglos generando devoción entre los grandes pintores.

La capilla

Una de sus principales atracciones es la Capilla Nuestra Señora del Rosario de Tulumba, que data de 1882. Este corazón arquitectónico, espiritual y turístico atesora en su interior una deslumbrante Virgen del Rosario, patrona de la localidad. Se la ve joven, aunque tiene más de tres siglos puesto que llegó a nuestras tierras en 1592. Allí también observamos otras maravillas como el Cristo mestizo ¡que es articulado! o un tabernáculo tallado por los originarios de las misiones del Guayrá. Este último perteneció originalmente a la Compañía de Jesús, pero después de la expulsión de los jesuitas en 1767, realizó su propia procesión hasta llegar a descansar en estas tierras creyentes. Actualmente espera a los visitantes con el tiempo durmiendo a sus pies.

Café con historia y carnes con luz

Aromo es un proyecto reciente de barismo, gastronomía y cultura que se caracteriza por el café de especialidad. Pero, sobre todo, es un argumento para conocer uno de los solares más antigüos, con una panificación delicada, diversas opciones en infusiones de autor, y una sofisticada tienda de productos locales que parece un instagram de diseño. Después de una importante restauración, el mobiliario completa el Paseo del Correo y deja abierta la posibilidad de una experiencia de descanso (sólo si los dueños te consideran digno de su hospitalidad). Esta propuesta, la más patrimonial y a la vez innovadora de la Ciudad, está conducida por Astrid Bechara -referente de la cultura del norte cordobés- y complementa otras alternativas como el comedor Luz Mala. En este caso los comensales nos sumergimos en una experiencia más rústica entre sabores, hierbas y untuosos humos de la parrilla.

En la noche, si hay suerte, aparecerá Matias, amo y señor de brasas furiosas y condimentos generosos para explicarnos cómo su vida se funde con la historia, casi en una canción.

Brindar calidez

Cualquier brindis en esta zona se alza con las copas llenas de vino ofrecido por la Bodega del Gredal. Ubicada a pocos kilómetros, en San Pedro Norte, este proyecto familiar despunta una década de vida, aunque tiene siglos de anécdotas.

Sus vinos, algunos frescos como la sombra norteña, otros más serenos como el andar equino, son la metáfora perfecta de una tierra entradora pero con carácter. Tener la suerte de probar el fruto de una tierra pedregosa y cargada de minerales, es zambullirse en botellas con nombres quechuas como Quishca y Misitorco. Del pinot noir al gran reserva, el viaje enológico está guiado con genialidad por el Dr. Lozano quien impulsa el proyecto y, además de buenos vinos, regala grandes momentos. Como un brindis.

El fulgor del camino real

A la mañana siguiente la luz se impone con delicadeza, bailando rítmicamente en el subibaja de las tejas musleras. Los tulumbanos, sin dudas las joyas del antigüo Camino Real, hacen gala temprana de su particular calidez. Sus sonrisas, luminosas, despliegan la dignidad del monte y la fresca memoria de cada piedra. Sus silencios huelen a primavera porque aquí la espiritualidad no se predica: se respira. Más tarde parecerá que el mediodía está cargado de ausencias, pero es un regalo para transitar la autenticidad, recorrer la distancia hasta el canto de los pájaros, y sentir el rumor de hojas sin prisa en la piel.

Villa Tulumba se dibuja sola como un reflejo dorado en el retrovisor, justo cuando sus artesanos -al caer el sol- montan la feria y las sombras generosas de los algarrobos centenarios se estiran para susurrar su voluntad de un pronto regreso.

 

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