José Palazzo, el fulgor de la música

Por Pancho Marchiaro

José Palazzo, el fulgor de la música

El mes pasado se llevó adelante la 23va edición del Festival Cosquín Rock. Ahora comienza la sucesión de instancias internacionales como Uruguay y Paraguay que tuvieron lugar en estos días. Mientras tanto, en nuestra tierra, hay muchas personas que no entienden la dimensión del evento. Para ellos, dejamos tres datos: generó una economía de $ 9.000 millones; le dio trabajo de forma directa a más de 10.000 personas; y es uno de los festivales con menor impacto medioambiental de la región. José Palazzo, su director, entre otros méritos y polémicas, es el protagonista de esta subjetiva columna.

Menos pogo y más historia

Los lectores de esa casa donde espera, debajo de la puerta, el HOY DÍA CÓRDOBA, deben enterarse que Cosquín Rock es el acontecimiento más federal de la música. Además, viene transitando una transformación y, lejos del pogo o el aguantazo rolinga que lo caracterizaron antes, hoy convoca a familias y todas las diversidades de forma segura.

Este verano, en sus seis escenarios, actuaron más de 100 bandas. Algunas icónicas, como Ciro, Fito Paez o la Vela Puerca, y otras luminosas, como el Trueno.

Las historias se funden en sus anteriores ediciones, cuando pasaron monstruos como Calle 13 o Sepultura, que hicieron vibrar las Sierras. En ese recuerdo de tiempo pasado, están invitados internacionales, como Deep Purple o Molotov. Fue entonces cuando se reunió a los Serú Girán, en una de las tantas epopeyas que protagonizó Charly García. Spinetta también vino en diversas ocasiones.

Por el lado del público, hubo nacimientos, enlaces, desenlaces y una colección de anécdotas desopilantes. A manera de fotograma, una pareja se casó en el escenario de 2013, luego de la actuación de David Lebón y Pedro Aznar, mientras Fito Paez esperaba su turno para salir a tocar.

El festival, indescriptible, tiene destellos y apariciones en muchos países, documentales, tractores (como su productora general Vecky Salerno), detractores, y el recuerdo del mítico Perro Emaides, uno de los grandes antihéroes de Córdoba.

Hasta un libro, llamado “Cosquín Rock: pequeñas historias de un festival que vive al pie de la montaña”, aborda con humildad su legado. Una apostilla importante: parte del mérito de su forma actual le corresponde al socio de Palazzo, Chueco Oliva, cuyo escabullidizo perfil público respetaremos, al menos en esta ocasión.

Clásico y controversial

Más allá del festival, debemos abordar el peregrino que viaja incansablemente dejando música, progreso y polémica a su paso. La vida de José no siempre fue cosechar éxitos y abundan derrapes, caídas y fracasos que forjaron al empresario del espectáculo más divertido del Cono Sur. Reírse y explorar los límites de la incorrección son dos bolillas obligatorias para conversar con este cordobés de pura cepa, abogado, monserratense y rugbier -del Tablada-, que pasó por los medios de comunicación, primero como conductor y luego en condición de celebridad. Va un ejemplo: “Hice un tratamiento para dejar las drogas y no es tan complicado como negociar con una banda el horario de su show”.

Mucho se ha hablado de José Palazzo (padre), un reconocido docente de Derecho con una dilatada trayectoria en empresas de comunicación, pero lo cierto es que José se encuentra rodeado de artistas: Susana Lescano -la escultora de los anillos del bicentenario- es su mamá, mientras que sus hijas también son creadoras. Fuera del ecosistema familiar, su personalidad es descrita, en ocasiones, con la tinta del resentimiento y el papel de ideologías más sombrías que la verdad.

Ciertamente, su madre es corresponsable de su pasión por la música: una Navidad, en la casa de Victorino Rodríguez, llegó con un bajo en la chimenea, instrumento que José interpreta hasta la actualidad. Con menos cuerdas que una guitarra, desde entonces su vida fue un sinfín de canciones que no pararon de sonar. Mejor productor que músico, siempre está la duda ¿arriba o abajo del escenario?

Representante y amigo de Charly García, Don Osvaldo y La Renga, jamás presume de su cercanía con figuras, como el mítico Skay.

Dice el poeta que “el vino saca cosas/ que el hombre calla”. Este alquimista del sonido bebe vino, pero pone todas las cosas sobre la mesa en avanzado estado de sobriedad.

Seductor, enciende las risas de sus interlocutores para que sean escuchadas, aunque la música suene fuerte. Se mete en el corazón de las personas con su ingenio y buen humor, sin aturdir.

José es pasión y fulgor. Cuando empieza a explicarte algo, un café (su vicio heredado), un eructo de su gato, o el concierto de Bob Dylan (premio Nobel de literatura y mayor revés económico de su historia), mueve las piernas como un maratonista engrilletado. Todavía no dice nada, pero con las manos ya está dos párrafos más adelante; y te aclara “lo que pasa es que… / en nuestra actividad… / los artistas siempre necesitan…” y se le ilumina la cara. Las canas prematuras, le otorgan un componente retrofuturista, y enmarcan el relato de los 1.000 tickets que vendió Dylan en la misma ciudad que, en 2022, acompañó a la Beriso con 20.000 espectadores.

Selfies y celos

Atrás quedan décadas de maldición, cuando los políticos le negaban el saludo. José y los shows eran sinónimo de quilombo. En la actualidad, ese desprecio por el aporte de las industrias creativas ha sido reemplazado por una lista de personalidades que quieren la “selfie” con sus producciones exitosas como fondo de pantalla. Desde Wado de Pedro hasta Patricia Bullrich, pasando por las autoridades de cultura de Cuba, todos abrazan al “self made man” que, generoso, reconoce su equipo como el diferencial del éxito.

Desde niño, ese encandilamiento no me resulta ajeno. Recuerdo mirar con respeto hipnótico la pecera de su cuarto (con los años noté que necesitaba más cuidado) y comprender, al tipear esta nota, que es la explicación del acuario que me acompañó 35 años y está acá, en el living de mi casa. Con tanta impaciencia como calidez alguna vez me explicó peces, historietas y rock.

Pasa el tiempo y cada vez parece más claro que puedo dejar pasar su fascinación con Kurt Vonnegut, su deseo de spoilear todo documental de música hasta el dolor de panza por la risa, pero nunca le perdonaré ese amor disputado de la abuela. Nuestra Nona, que tanto me consintió, sabía ponerme celoso con José, el inquieto primo de fulgurantes ojos claros.

“Es hermoso”, decía. Y aclaraba: “Cuando duerme”.

Salir de la versión móvil