Los protocolos son los padres

Carta de nuestros lectores

Los protocolos son los padres

Sr. Director: 

Todos los fines de semana son noticia la realización de fiestas clandestinas y eventos masivos en toda la provincia de Córdoba, y, en vez de encender las alarmas, se sigue aludiendo y recurriendo a la responsabilidad social. Responsabilidad que ha quedado desvirtuada en virtud de los actos que desarrollan algunos ciudadanos, que prefieren la diversión y olvidan que en los hospitales cada vez son menos las camas disponibles, y cada vez más el hastío que tienen quienes las deban atender.

Ante ello, cabe precisar que en nuestra jurisdicción provincial rige una ley de emergencia, que procuraba controlar estas actividades no recomendadas por la ciencia médica. Normativas que obligan al uso permanente de barbijos y cumplimento de protocolos. La norma es muy buena, pero si no se la cumple y no se la controla, pierde su eficacia en la sociedad.

Cualquier ciudadano de a pie puede corroborar lo antes dicho. Si uno va caminando por el centro de la ciudad debe asumir una travesía de obstáculos, que son aquellos que andan impunemente sin barbijo, a pesar de que el centro de la ciudad debería ser el lugar con más presencia policial y, en consecuencia, mayores acciones preventivas de control. Esto no ocurre.

Mientras tanto, la Nación y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires están inmersas en una pelea por la presencialidad de los alumnos en las escuelas, disputa que ya pasó de ser sanitaria, o judicial, para transformarse en un nuevo round político. Y los contagios suben, se multiplican y las medidas de cuidado bajan. Cóctel perfecto para suponer que estamos en frente de un gran problema, que está dejando de ser potencial.

Ante ello, cabe hacer varias reflexiones. En primer lugar, es necesario hablar del relajamiento generalizado de las medidas de protección que las autoridades sanitarias han informado, y que desde hace un año piden, en el marco de una responsabilidad social inexistente.

Las actividades económicas, sociales y de esparcimiento ya han regresado en su totalidad, en una aparente normalidad, que lo es sólo en los papeles, pues es sabido para quien camina la calle que pareciera que ya no hay pandemia, aunque sí la hay.

Las autoridades supieron permitir estas actividades con la condición de cumplir ciertos protocolos, indicaciones que ya la gente no cumple ni el Estado se ocupa de controlar. Estamos viviendo una suerte –salvando las distancias- de libertad condicional, en rigor de nuestro comportamiento, bajo pena de sanción de nuevamente deber cumplir períodos de restricción y cuarentena.

Aun así, sabiendo eso, en su gran mayoría la gente no lo cumple. Luego no hay que culpar al mensajero si el mensaje ya lo conocemos hace un año. Aunque no se sabe cuándo, ni de qué magnitud, las consecuencias de una nueva cepa van a llegar. La noche de Córdoba se volvió a descontrolar, quizás se busca la justificación en la euforia juvenil y que ellos no pueden cumplir los protocolos que nos supieron legar. Épocas donde no hay tanto alcohol en gel en las mesas ni en las manos, sino de los otros, los de tipo bebibles, y en abundancia.

Digamos todo. La gente se relajó y los controles del Estado también.

Cada cual hace con su libertad lo que quiera, pero si esa libertad se convierte en un libertinaje, afecta a los demás, a mí y a quien lee esta nota. La cura es la vacuna, que aún se demora. Muchas voces se alzaron en la opinión de que está pandemia nos haría mejores y más solidarios, los hechos nos confirman que eso no sucederá, y cada quién hará de sus actos y de su albedrío su mundo. La responsabilidad social y la solidaridad quizás arriben para la próxima pandemia.

Quizás pronto nos han de encerrar de nuevo, en esta oportunidad no será sólo por la presencia del virus, sino del egoísmo humano, que también ha sido muy contagioso.

Pablo Andrés Figueroa

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