Es tentador creer que resolveremos el problema del cambio climático con la sola aplicación de la tecnología a gran escala. Pero el tecnoutopismo aplicado al ambiente resulta tan atractivo como peligroso, y puede debilitar la incipiente reacción actual. Bill Gates cae también en esta ilusión.
La humanidad nunca se ha enfrentado a un desafío colectivo tan abrumador como el del cambio climático. Las emisiones globales netas de gases de efecto invernadero deben reducirse casi a cero en las próximas tres décadas para que tengamos la posibilidad de mantener las temperaturas dentro de los 2°C de los niveles preindustriales. Cuanto más superemos ese umbral, es más probable que nos encontremos con escenarios verdaderamente catastróficos. Con el retorno de EEUU al Acuerdo de París, este es el momento para que el mundo vuelva a comprometerse con estos desafíos de la época.
La muy respetada voz de Bill Gates es una incorporación bienvenida a estos esfuerzos. En su nuevo libro, Cómo evitar un desastre climático: las soluciones que tenemos y los avances que necesitamos”, Gates sostiene que necesitamos más experimentación con nuevas ideas e innovaciones tecnológicas si queremos encontrar una solución. Pero su impulso a la geoingeniería solar es un paso en la dirección equivocada, porque puede socavar los incentivos que se necesitan para enfrentar el desafío del cambio climático.
La idea detrás de la geoingeniería solar es simple: si no podemos limitar la cantidad de gases de efecto invernadero en la atmósfera, quizás podamos bloquear la luz solar que genera calor, por ejemplo, creando una cubierta reflectante. Las erupciones volcánicas hacen esto de forma natural. Tras la erupción del monte Pinatubo, en Filipinas en 1991, grandes cantidades de ácido sulfúrico y polvo se asentaron en la estratosfera, reduciendo temporalmente la cantidad de luz solar que recibía la Tierra. Durante los siguientes tres años, las temperaturas bajaron alrededor de 0,5°C a escala mundial, y 0,6 C en el hemisferio Norte.
Muchas mentes brillantes trabajan hoy en proyectos de geoingeniería solar. Los científicos del Experimento de Perturbación Estratosférica Controlada, de la Universidad de Harvard, han propuesto usar polvo de carbonato de calcio en lugar de aerosoles de sulfato tóxicos, pero la idea general es la misma, y el propio Gates ha respaldado muchos de estos esfuerzos tecnológicos.
¿Qué puede salir mal? Para empezar, los riesgos asociados a la geoingeniería solar son tan grandes como los beneficios potenciales. Además de crear inestabilidad climática, la erupción del volcán Pinatubo también parece haber acelerado la destrucción de la capa de ozono. Para tener un efecto significativo sobre el cambio climático, tendríamos que replicar el efecto de esa erupción a una escala mucho mayor, lo que daría lugar a una variabilidad climática aún mayor, lo que incluye fuertes reducciones de temperatura en algunas partes del mundo. Debido a que estos efectos no se distribuirían de manera uniforme entre países y regiones, también tendríamos que preocuparnos por una mayor inestabilidad geopolítica.
Si una propuesta tiene grandes beneficios potenciales, pero también enormes costos potenciales, lo sensato es realizar experimentos a pequeña escala sobre su viabilidad, que es precisamente lo que están haciendo ahora algunas empresas respaldadas por Gates. El problema es que los experimentos a pequeña escala no necesariamente revelarán los verdaderos costos, dada la complejidad de la dinámica climática a escala global. La creación de una capa de polvo de nubes que bloquee el sol podría producir un cierto efecto a pequeña escala y uno completamente diferente a una mayor.
Incluso si se persigue con las mejores intenciones, la geoingeniería tiene un lado oscuro. Cuanto más creemos en su eficacia, más rechazaremos las soluciones probadas, como un impuesto al carbono y las inversiones en energías renovables. Esto es lo que los economistas llaman riesgo moral”: una vez que los actores económicos entienden que no van a asumir los costos de un comportamiento imprudente, el comportamiento imprudente se vuelve más probable. En el contexto de la lucha contra el cambio climático, una vez que los gobiernos sepan que hay una manera de seguir contaminando sin tomar las decisiones difíciles necesarias para evitar un desastre, se abstendrán de tomar esas decisiones. Los impuestos al carbono se eliminarán indefinidamente, se reducirá el apoyo a la investigación ecológica y los consumidores tendrán pocos incentivos para reducir sus propias huellas de carbono.
Este riesgo moral no es solo una curiosidad teórica. Por ejemplo, el propio Gates sugiere que incluso si se pudiera introducir un impuesto al carbono en EEUU, la energía solar y eólica no sería una solución suficiente. Pero esa forma de pensar podría ser un error fatal. Es fácil imaginar lo atractivo que les parecerá este escepticismo a los dirigentes que no quieren seguir políticas que alteren a las comunidades que aún dependen de la producción de carbón. Pero no debemos descartar las tremendas mejoras en la rentabilidad de la energía solar y eólica. Y no debemos ignorar cuánto se podría avanzar al combinar estas fuentes de energía con los avances en las tecnologías de almacenamiento.
El riesgo moral no se limita a los gobiernos. Las empresas que ya han comenzado a invertir en energías renovables están operando bajo el supuesto de que habrá regulaciones climáticas más estrictas y un régimen sólido de impuestos al carbono en el futuro. Sin embargo, si mantenemos la posibilidad de que la geoingeniería solar prevenga el calentamiento global, comenzarán a esperar una respuesta más débil en términos regulatorios y fiscales y, finalmente, reducirán la inversión.
En última instancia, no hay una salida fácil ni una alternativa a los impuestos al carbono y las energías renovables si queremos evitar un desastre climático. Este mensaje se pierde en el entusiasmo de Gates por la geoingeniería solar. Pero cuanto más demoremos los impuestos al carbono y las enormes inversiones adicionales necesarias para expandir la energía renovable, más difícil será enfrentar nuestros desafíos climáticos futuros.
El apoyo de Gates a la geoingeniería solar es una expresión de tecnoutopía”. La tecnología tiene que ser parte de la solución, pero no será un remedio mágico a siglos de emisiones excesivas de carbono. El problema con el tecnoutopismo es que, en lugar de aceptar la necesidad de inversiones costosas y cultivar soluciones de base desde diversas perspectivas, busca encontrar soluciones rápidas y luego imponerlas a la sociedad.
Ya se puede ver el daño del tecnoutopismo en campos como la inteligencia artificial, donde se nos prometen avances espectaculares, pero terminamos con un desplazamiento hacia una mano de obra algorítmica a gran escala, o una discriminación dañina. Esto también es visible en la atención médica, en la que EEUU gasta masivamente (alrededor de 18% del PBI), en parte debido al énfasis en soluciones de alta tecnología en lugar de inversiones en salud pública, prevención, y seguro médico integral. El resultado es mala salud, a pesar de los altos gastos.
El cambio climático plantea un desafío aún mayor. Es demasiado importante para dejarlo en manos de aquellos que prometen una solución tecnológica radical entregada, literalmente, desde arriba.
Nueva Sociedad