Hace mucho que sabemos que en torno al 90% de todos los bienes que se comercializan en el mundo van o vienen por mar. Y sabemos igualmente que EEUU es la principal superpotencia naval, omnipresente en todos los mares y océanos, con sus 11 grupos de combate naval, capitaneados por sus respectivos portaviones. Entendemos, por tanto, que es Washington quien domina los mares y, por contraposición, concluimos habitualmente que ese es uno de los más destacados talones de Aquiles que tiene China en su afán por rivalizar con EEUU por la hegemonía planetaria.
China es, entre otras cosas, la fábrica del mundo y necesita esos mares tanto para recibir las materias primas energéticas, alimentarias y de todo tipo que alimentan su estructura productiva, como para enviar sus productos manufacturados a todos los rincones del planeta. Se enfrenta, por tanto, a la permanente amenaza de que su principal rival pueda bloquear esas vías marítimas, confinándolo en su propia costa y dejándolo sin posibilidad de salir a mar abierto. La imagen resultante de todo ello es la de un EEUU, con la suma de sus aliados asiáticos prooccidentales, en posición de ventaja, centrados todos ellos en contener la expansión china hacia el Indo-Pacífico, mientras China trata de escapar a esa contención, reivindicando de manera cada vez más asertiva sus pretensiones de soberanía sobre las aguas y territorios en disputa en los mares del este y sur de China, con la vista puesta en la segunda cadena para garantizar su acceso a los océanos.
Como parte de esa dinámica, se entendía que Pekín asumía de momento su inferioridad en términos de capacidad naval convencional –dado que contar con una flota de guerra oceánica capaz de retar a la estadounidense es un esfuerzo que llevaría décadas– y que optaba por concentrar la atención en desarrollar capacidades anti satelitales (para cegar a los buques estadounidenses), así como en el ámbito cibernético y espacial, con la intención de neutralizar el poderío naval de su rival. Una opción, en la que también encaja el macroproyecto de la Franja y la Ruta –buscando otras vías comerciales no marítimas–, que cabía interpretar como una renuncia estratégica, bien por entender que el esfuerzo para ponerse al nivel de Washington era excesivo o por considerar que los avances tecnológicos aplicados al ámbito marítimo pronto llevarán a la obsolescencia de los buques de guerra que hoy constituyen el grueso de las armadas nacionales.
Sin embargo, los hechos están demostrando que Pekín está decidido a incrementar la apuesta también en el terreno naval. Ya en octubre de 2020 quedó claro que China contaba con más buques de guerra (350) que EEUU (296), y aunque se siguió argumentando que su tonelaje total era menor que el estadounidense y que su nivel tecnológico también estaba por debajo, las alarmas sonaron ya con creciente inquietud. En esa misma línea, la Oficina Naval de Inteligencia de EEUU ha vuelto ahora a llamar la atención con análisis comparativos que muestran un notable incremento en la brecha de capacidades entre ambas potencias. Dicha Oficina prevé que Pekín contará en 2035 con 475 buques (incluyendo no sólo los de superficie, entre los que destacarán ya tres portaviones, sino también los submarinos), mientras que Washington se prevé que sólo cuente con 305-317.
A eso se añade una brecha aún mayor en cuanto a la capacidad de producción naval. Según declaró el secretario de la Armada estadounidense, China cuenta con 13 astilleros capaces de construir buques de grandes dimensiones, con la particularidad de que alguno de ellos tiene una capacidad productiva que supera a la de todos los astilleros estadounidenses. Los datos de 2021 muestran que más del 40% de todos los barcos mercantes construidos en el planeta salieron de astilleros chinos, que suman una capacidad potencial de más de 23 millones de toneladas (mientras que los estadounidenses no llegan a superar las 100.000 y apenas suponen el 0,053% de todos los mercantes construidos).
Menos impresionante es, por el momento, la presencia naval china en el exterior de sus fronteras. En realidad, tan sólo cuenta, desde 2017, con una base operativa en Yibuti, mientras se especula con la idea de que pronto pueda empezar a operar en condiciones similares desde el puerto paquistaní de Gwadar, punto focal del Corredor Económico China-Pakistán. A la espera de ver cómo evoluciona este apartado de la estrategia china asistimos a una permanente ampliación de las bases navales en su propio territorio, como ocurre actualmente en las de Yulin (en la isla de Hainan), Zhanjiang (en la provincia sureña de Guangdong) –ambas mirando hacia el mar del sur de China–, así como en el astillero de Huludao y en la planta de construcción de submarinos de Bohai (en la provincia norteña de Liaoning).
Evidentemente, los números no bastan para determinar cuál es la verdadera capacidad operativa de una Armada. Es mucho el esfuerzo y el tiempo necesario para instruir tripulaciones y para contar con grupos de combate naval realmente eficaces. Pero parece que China no va a parar. Queda por ver qué hará EEUU al respecto.