De los basurales o la intemperie del mundo

Por Silvia Barei

Este es un drama conocido, y comienza así: una niña es violada por su padrastro. La madre los descubre y le echa la culpa a la niña, aunque ésta jura que ha comenzado él y ella no ha podido defenderse. La madre no le cree, le da una terrible paliza y, finalmente, la deja abandonada en un basural, donde la niña, ayudada por otros en sus mismas condiciones, aprende a vivir de la basura.

En la historia narrada, la basura cubre los alrededores de una ciudad de frontera, hay gente que sólo se viste o come de la basura, niños y mujeres en estados vulnerables, muertas -muchas veces asesinadas- son tiradas a la basura, y hay gente que es más que una basura como el padrastro en la obra que citamos.

Esta es una de las varias historias que se desarrollan en la novela que se llama, justamente, “Basura”, de la escritora mexicana Sylvia Aguilar Zéleny: “Yo a la basura la veo cómo dinero -dirá la protagonista-. Ni asco me da, ya ve, hasta a mis niños me traigo cuando no hay escuela, porque entre todos sacamos más. Esto que ven por todos lados no es basura: es comida, techo, ropa, muebles, vida. Mientras la miseria en otros lugares crece a galope, aquí la basura nos saca adelante”.

El mundo entero produce anualmente tantos kilos de basura que hay partes de ciudades enteras cubiertas por la basura; los mares, con su maravillosa diversidad, están colapsando por los plásticos; desiertos como el de Atacama apilan montones de ropa, que viene del mundo entero (sobre todo de EEUU); hay islas de basura flotante, ríos que descargan inmensas toneladas de basura en el mar y barcos diseñados especialmente para recoger basura.

Para completar el panorama escatológico, hay días que despertamos con la horrible noticia de que han tirado un cadáver en un basural o de que han abandonado a un bebé dentro de un contenedor de basura, o que el cuerpo de una mujer ha sido desechado como basura (como el cuerpo de Ángeles Rawson, aparecido en la planta del CEAMSE, en José León Suárez, en 2013).

En la historia política argentina, el basural de José León Suárez es más que famoso. Rodolfo Walsh publicó su investigación, en 1957, a través de un histórico relato titulado “Operación Masacre”. De las doce personas fusiladas en José León Suárez, cinco murieron en el acto (Carlos Lizaso, Nicolás Carranza, Francisco Garibotti, Vicente Rodríguez, y Mario Brión), y siete sobrevivieron. “Hay un fusilado que vive”, le cuentan a Walsh, y allí comienza la inquietud, la búsqueda, la historia y la denuncia.

En la hermosa novela “Glaxo”, de Hernán Ronsino, un personaje siniestro comete un asesinato a orillas de las vías del tren, entre un cañaveral y un basural, y dice a su víctima: “Cuando pase el tren no voy a fallar, como fallé esa noche en el basural de Suárez. Y porque fallé esa noche en el basural Suárez quedó vivo ese negro peronista. Y ahora hay un libro. En ese libro no me nombran. Cuentan de qué manera se salvó. Se salvó de la masacre. Porque la llaman masacre. Pero ese hijo de puta lo que no sabe es que se salvó porque yo fallé”.

“Glaxo” es más que un homenaje a Walsh: es un modo de contar la brutalidad de la dictadura, donde los basurales también fueron elegidos como lugares de descarte de los desaparecidos / asesinados.

En uno de los juicios por la Verdad, la Memoria y la Justicia, un trabajador de un basural declaró que, como costumbre, por la noche llegaban cadáveres, se los enterraba debajo de la basura, se apisonaba y al otro día todo aparecía limpio, como sino hubiera sucedido nada.

Basura es equivalente a desperdicios, desechos, despojos, residuos, pero -como en la novela Mexicana- a veces la basura no es desperdicio, sino fuente de vida. Hay gente que vive de la basura, como los recolectores y recicladores, que suelen estar agrupados como la Federación de Cartoneros, Carreros y Recicladores que nuclea a los recuperadores urbanos de todo el país. En Córdoba les llamamos “cirujas”, y ahora hay también “cybercirujas”, o sea aquellos que se ocupan de recoger y reciclar la basura electrónica. Vaya si nos hacen falta.

Y vaya si nos hacen falta los artistas que hacen cosas maravillosas con la basura. Con el fin de crear conciencia sobre la contaminación y la reutilización de los desechos, realizan obras de arte con cosas que recogen de la calle. También el objetivo es el de sumar, incluir, despertar vocaciones, como lo que hace acá en Córdoba la Orquesta de Instrumentos reciclados: una segunda vida para lo que descartamos, y una oportunidad para niños y jóvenes músicos. Inspirados en la Orquesta de Cateura (Paraguay), “los alumnos aprenden música con instrumentos convencionales, y luego se pasan a reciclados, que se van construyendo en los talleres de lutería”, dice su director, Juan Ciampoli.

Para los artistas plásticos, cualquier objeto tiene cabida en la construcción de sus obras: cables, juguetes, latas, papel higiénico o herramientas forman parte de estas especies de collages en diversas dimensiones que a veces representan personajes ficticios; caras de íconos musicales; escenas clásicas del cine o recreaciones de populares obras de arte. Hay artistas muy conocidos, como el francés Bernard Pras; el mexicano Alejandro Duran; o el portugués Artur Bordalo. El arte no es sólo una manera de reciclar, sino también una crítica al mundo en el que vivimos, donde a menudo desechos y cosas bellas terminan mezclados como basura. También podemos mencionar a los argentinos Diego Bianchi y Carlos Regazzoni, y a las artistas cordobesas Claudia Santanera y Sheila, quienes participaron en la XX edición del London Design Festival. Llevaron obras confeccionadas con hojas de caranday, surgidas de un proyecto desarrollado por Claudia Santanera con artesanos del norte de Córdoba. Sheila envió esculturas experimentales y objetos realizados con biomateriales de descarte doméstico, como café, cáscara de huevo y yerba. Estas combinaciones permiten pensar el contexto y la historia local, aunque creo que no hay artista que haya imaginado el debate absurdo que puede instalar un funcionario alrededor de un paquete de yerba (muchos) que no llegó a tiempo a ningún comedor, a ninguna escuela, a ningún merendero. Y que quedó arrumbado, escondido, mezquinado con un egoísmo indecible frente a todos los pesares, como si fuera basura. Lo bello y lo triste, diría Kawabata, suenan en las campanas del mismo templo.

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