El fútbol y la vana ilusión del Senador

Por Mario Pino

El fútbol y la vana ilusión del Senador

Al momento de escribir estas líneas me encuentro en la vigilia del partido en que Argentina enfrentará a Polonia y sellará su futuro. Un futuro que si es venturoso durará solamente hasta el próximo encuentro deseando seguir la tensión emocional por cuatro partidos más. No dejan de resonar los conceptos vertidos por uno de los políticos más importantes de nuestra provincia, en los cuales se agravia del pueblo que tenemos, del que formamos parte, reduciéndolo a la categoría excrementicia de desecho orgánico. El concepto no fue una incontrolada espontaneidad o un irse de boca, es más, fue ratificado.

No se le puede pedir a nuestro político la estatura intelectual del pensador y político José de Maistre, quién hace alrededor de 250 años expresó que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen. Ni mucho menos acercarlo a André Malraux que modificó el postulado anterior sosteniendo que los dirigentes son el emergente del pueblo o las sociedades a las que pertenecen. Salvo el reaccionario de Maistre, generalmente son políticos, pensadores y poetas vinculados a la ilustración los que han bordeado este concepto; incluso Ghandi en épocas de su peor racismo.

El agravio del senador Luis Juez se basa, como él mismo lo dijo, en que se les exige a los jugadores de nuestro equipo nacional de fútbol lo que no se le exige a los políticos. Obviamente, él supone que el pueblo debe exigir a los políticos lo que él mismo sostiene sumándolo a sus propias demandas, de lo contrario, deviene en deposición digestiva. Curioso concepto democrático. Es cierto que el origen de la democracia liberal se sustentó en el desprecio al pueblo; el propio John Jay, padre fundador de los Estados Unidos y primer presidente de su Corte de Justicia, sostenía que el pueblo era un engendro que había que mantener lejos de las decisiones y del poder, y ese fue el modelo de la democracia de nuestros países.

Todos conocemos de los aduladores populistas de derechas e izquierdas que también intentan ganar el favor, o mejor dicho, los votos circunstanciales de un pueblo, en un juego de simpatía mutua que suele ser efímera y volátil. Pero intentar ganar su favor denigrándolo es inusitado desacierto. Una patanería.

En los tiempos actuales en que las sociedades humanas, fruto de un proceso de transformación radical, se han vuelto muy complejas y las comunicaciones son ágiles y dinámicas, llama la atención no un exabrupto torpe, sino el desconocimiento de cuáles son los resortes, los pensamientos y sentimientos que subyacen en ese universo que genéricamente llamamos pueblo.

El pueblo, como las personas, exigen a quienes admiran, y admiran a quienes piensan que se esforzarán en no defraudar, y en esa exigencia estará, implícita o explícitamente, la voluntad de acompañar desde los hechos o lo emotivo, el empeño. En ese sentido la capacidad de discernimiento de los pueblos suele tener un fino olfato y la pretensión de obtener el favor de la exigencia, de un dirigente político, parece desmesurada, pretenciosa y que recubre sin duda una autovaloración superlativa y un demérito a los demás,

En la exigencia a los 26 jugadores de nuestra escuadra nacional está el acompañamiento sincero de 45 millones de argentinos, quizás algunos menos, convencidos de que más allá del resultado, los cargarán en sus espaldas, en sus ilusiones y habrán de dar todo de sí mismos de manera honesta y dejando el corazón. Las lágrimas de los jugadores, del cuerpo técnico y de tantos espectadores expresan una consustanciación a la que difícilmente puedan acceder dirigentes que desprecian hasta el insulto a quienes pretenden representar.

Entrega y abnegación -además de actitud y aptitud- son algunos de los valores que deben demostrar quienes disputen el corazón demandante de un pueblo. A los jugadores de ‘La Scaloneta’ se les seguirá exigiendo y se los acompañará más allá de las vueltas caprichosas de la fortuna, con un cariño inconmensurable. Virtud y fortuna -ya lo estableció Maquiavelo- son necesarios para el éxito del príncipe. Asociada a la virtud está la prudencia cuya carencia en algún exabrupto accidental puede quedar disimulada, pero cuando es reiterada y expresamente ratificada solo expone conductas preocupantes.

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