En los últimos 15 años el mundo de los negocios internacionales se volvió más complejo. Antes, para las empresas que operaban en los mercados internacionales, exportando, importando e invirtiendo, el criterio fundamental de actuación era el de eficiencia: reducir costes y aumentar el volumen de negocios y de beneficios.
Con la crisis de 2008 empezaron a cambiar las cosas. El crecimiento del comercio internacional se desaceleró. En las dos décadas anteriores la tasa de crecimiento del comercio internacional había sido el doble que la tasa de crecimiento del PBI global. A partir de 2008, el comercio internacional y el PBI pasaron a crecer aproximadamente al mismo ritmo. Se empezó a popularizar entonces un nuevo término, la “desglobalización”, que algunos anunciaron, de manera exagerada, como la gran tendencia futura de la economía internacional.
Luego vino la pandemia, que ha provocado grandes disrupciones en la producción, en el transporte y en las cadenas de suministro. Y este año la guerra en Ucrania ha contribuido a agravar fuertemente estas disrupciones.
La pandemia y la guerra han hecho que cobre una importancia vital un segundo criterio en la actuación de las empresas: la resiliencia, la seguridad, minimizar las disrupciones que pueden causar trastornos como guerras, pandemias o catástrofes naturales.
A la hora de deslocalizar instalaciones productivas, o de buscar suministradores de bienes intermedios en el exterior, las empresas deben tener en cuenta, además de los factores relacionados con los costes, la seguridad de sus cadenas de suministro. Ahí está el origen de nuevos conceptos, re-shoring, near-shoring, como el acortamiento de las cadenas globales de valor. El término más reciente en aparecer es probablemente friend-shoring: se refiere a aprovisionarse, tanto con instalaciones propias como de suministradores externos, desde países “amigos” con los cuales se compartan valores políticos.
Y en un futuro cercano las empresas van a tener que considerar otros criterios, además de los dos mencionados de eficiencia y la resiliencia. Me refiero en primer lugar al criterio de los derechos humanos. Alemania ya ha aprobado una ley que obliga a las empresas a establecer mecanismos que garanticen que en sus cadenas de suministro se respetan los derechos humanos. La UE está estudiando legislación sobre el tema. EE.UU. ha aprobado la Uyghur Forced Labor Prevention Act, que obliga a las empresas a demostrar que en la importación de productos procedentes de Xinjiang (China) no ha intervenido trabajo forzoso.
Nuevos requerimientos para empresas y gobiernos
El ascenso de lo que podemos denominar, en un sentido amplio, factores geopolíticos supone requerimientos importantes para la actuación de las empresas y también de los gobiernos. Vamos a repasar brevemente algunos de ellos.
En primer lugar, las empresas deben elaborar un mapa de riesgos en sus cadenas de suministro. Ello significa, por un lado, identificar los puntos críticos en las mismas, es decir, cuáles son los segmentos de la cadena de suministro que afectan a bienes esenciales para la empresa, sin los cuales su actividad se vería seriamente distorsionada.
Y, por otro lado, implica identificar cuáles son los principales riesgos, o vulnerabilidades, a los que se pueden enfrentar. Por poner un ejemplo extremo, una empresa textil europea o americana que dependa de algodón importado de Xinjiang debe ser consciente de que se trata de un punto crítico de su cadena de suministro y susceptible de provocar medidas punitivas por parte de la Administración (de EE.UU. o de la UE).
Y esto que se aplica a las empresas, se puede aplicar también a los países. Estos deben identificar, como las empresas, los puntos críticos y los riesgos de sus cadenas de suministro. La dependencia del gas respecto a Rusia es el ejemplo más claro que se puede citar (se ha criticado que, si Alemania hubiera hecho antes este ejercicio de análisis no tendría una dependencia tan alta del gas ruso. Pero claro… es fácil hacer estas críticas a toro pasado).
En segundo lugar, las empresas deben desarrollar sistemas de inteligencia. El concepto de inteligencia es un tanto ambiguo y se utiliza con frecuencia con cierta laxitud, para referirse a temas que no son de inteligencia, como terrorismo o ciberseguridad. La inteligencia, en el campo económico, tiene dos componentes: la recogida de información y el análisis de dicha información (con el fin de identificar riesgos y previsiones). Y en el campo más concreto de los negocios internacionales, hay que hablar de inteligencia para la internacionalización, que tiene una naturaleza propia.
En tercer lugar, empresas y administraciones deben pensar con una visión a largo plazo. Todo parece apuntar a que los riesgos de pandemias, catástrofes naturales (provocadas en primer lugar por el cambio climático), conflictos bélicos, en fin, una amplia serie de riesgos geopolíticos, van a estar presentes en el futuro.
Diversos medios de comunicación se han hecho eco en las últimas semanas, por ejemplo, de que un número importante de empresas multinacionales están pidiendo informes sobre los riesgos que les supondría una guerra por la invasión de Taiwán por parte de China. Las empresas que operan en China (exportando o importando productos, y no digamos si tienen instalaciones productivas en el país), tienen que utilizar los sistemas de inteligencia a los que me he referido antes para analizar posibles escenarios y riesgos futuros, y cómo cubrirse ante ellos.
Finalmente, en cuarto lugar, hemos entrado en una etapa en la que los gobiernos van a ejercer un papel mucho más activo en la actividad económica. En primer lugar, para promover o proteger, con los instrumentos de los que disponen, sectores estratégicos.
Energía (y en particular energías renovables), defensa, ciberseguridad, logística y transporte son algunos de los sectores estratégicos en los que los gobiernos van a intervenir, de múltiples formas: vigilando la entrada de inversiones de empresas extranjeras que dependen de países con regímenes políticos autoritarios o “inamistosos”, apoyando inversiones del sector privado con subvenciones, desgravaciones fiscales y otros instrumentos de la política económica, participando directamente en empresas, etc.
Atrás quedó la etapa en la que se consideraba que había que reducir el papel de los gobiernos. Las ideas de Thatcher y Reagan, que tanto auge tuvieron en su momento, han cedido paso a posturas más intervencionistas.