Gabón, un grave síntoma

Por José Emilio Ortega

Gabón, un grave síntoma

África no está tan lejos. El gigantesco mosaico de 30,2 millones de kilómetros cuadrados (quinta parte de la “tierra firme” global); conformado por 56 países (dos de reconocimiento limitado); poblado por 1.400 millones de personas (20% del total mundial, podría llegar al 39% en el año 2.100) está a sólo 14 kilómetros de Europa; y cualquier capital de su costa oeste está más próxima a Córdoba que Lisboa, la metrópoli europea más cercana.

Su multiculturalidad (se hablan alrededor de 2.000 lenguas, de las cuales un 80% son autóctonas y el resto producto de la integración con Eurasia, además de profesarse decenas de religiones autóctonas, otorgadas y sincréticas); biodiversidad (algunas regiones se encuentran entre las más relevantes del planeta) y realidad política y social, exigen observarla con precisión.

Tras la descolonización desde los años 50 del siglo pasado (sólo cuatro de los más de 50 países actuales existían antes de esa fecha), cuyos ramalazos no se detienen, quedan aún territorios de ultramar, ocupados por el Reino Unido y otros países europeos, reclamados por Estados africanos soberanos (a su vez protagonistas de disputas diversas, que lejos están de concluir).

Todos los Estados africanos participan de la ONU y, en función de su geografía, producción y perfil cultural, suman a la OMC; FMI (algunos incumpliendo requisitos de ingreso); Interpol; Corte Penal Internacional (la mitad de modo efectivo); Movimiento de Países No Alineados (prácticamente todos); Liga Árabe (los de profesión musulmana); Commonwealth (no sólo ex colonias británicas); y la OPEP (cinco productores de petróleo). Se integran en la Unión Africana con objetivos no sólo económicos, sino también en cooperación para el desarrollo y defensa de las instituciones, contando con mecanismos financieros, de defensa y parlamentarios.

Entre los países descolonizados, 12 comenzaron como monarquías (sólo quedan tres). Entre las repúblicas, aplicados estándares internacionales de calidad institucional, una decena los satisfacen, mientras que una quincena aparece como “regímenes híbridos” y el resto como “autoritarios”.

Durante el siglo XXI se experimentaron numerosas manifestaciones de violencia política (asonadas). En los últimos tres años cayeron los gobiernos de Mali (agosto de 2020 y mayo de 2021); Guinea (setiembre de 2021); Sudán (octubre de 2021); Burkina Faso (enero y setiembre de 2022).

¿Termina una dinastía?

El miércoles 30 fue el turno de Gabón, potencia petrolera ubicada sobre la costa oeste en la línea ecuatorial, un país de 267.000 km2; y 2,3 millones de habitantes. Fue colonia francesa hasta 1960 (inicialmente dominio portugués: muchos gaboneses terminaron esclavizados en Brasil). Presidencialista, unitario (el Ejecutivo designa a los nueve gobernadores de provincia y al primer ministro); por años fue régimen de partido único, encuadrado como autoritario. Posee una Asamblea Nacional (puede ser disuelta por el Ejecutivo) de 120 miembros, nueve de los cuales son designados por el presidente. En 1997 se estableció un Senado elegido de forma indirecta, cuyo titular sucede al jefe de Estado (el vicepresidente es un asistente designado).

Su primer presidente fue León M’Ba. A su muerte (1967), asume su vice, Omar Bongo, quien gobernó 42 años. Una reforma constitucional, en 1998, habilitó la competencia de partidos en lo formal (sin funcionar).

Bongo se convirtió al islamismo en 1973, mantuvo el alineamiento con Francia, con relevante intercambio importador y exportador (en la actualidad más del 60% en ambos casos) garantizándose el respaldo del ejército galo en episodios de rebelión interna. Se le reconocen mediaciones entre Angola y Congo (1998), entre Chad y Sudán (2008), en el Zaire (1997), en Costa de Marfil, en la República Centroafricana (2008), y un firme apoyo a Mandela.

Gabón integra la ONU, BM, FMI, la Unión Africana, Unión Aduanera Centroafricana, Organización de Conferencia islámica, participa del acuerdo de Lomé con la UE, y se reincorporó a la OPEP en 2016 (tras retirarse en 1995). Cuenta con una alfabetización del 85% (la media africana se estima en el 60%); un ingreso per cápita de US$ 8.500 (de los más importantes del continente) y una expectativa de vida muy elevada para África (68 años -hombre- y 63 -mujer-, con una media continental de 56).

Gravemente enfermo, Bongó dejó en 2009 la presidencia a su hijo Alí (educado en Francia), casi como una herencia (además legó un cuestionado patrimonio de más de US$ 150 millones).

Alí Bongo logró su reelección en 2016 por escaso margen (49,8 a 48,2%) con acusaciones de fraude (incluso internacionales). Pero el tribunal constitucional gabonés, ante el reclamo del perdedor, Jean Ping, ratificó la victoria de Bongo y anuló resultados ampliando la diferencia (50,66 a 47,24%).

Tras controversias en torno a la salud presidencial, con una autorización del Tribunal Constitucional, en caso de ausencia temporal del mandatario, una asonada, en 2019, fue conjurada por militares leales.

Alí Bongo fue candidato en las elecciones del pasado domingo 26, comunicándose su triunfo (64% de los votos). Una Junta Militar desconoció los resultados por falta de transparencia, imponiendo un presidente de facto: Brice Oligue Nguema.

Se anunció la disolución de las instituciones republicanas. Alí Bongo y otros funcionarios están detenidos. Las fronteras están cerradas.

El golpe ha sido condenado por la ONU y la UE, como por todas las organizaciones africanas. También por la oposición gabonesa, reclamando el candidato derrotado (Albert Ondo) se reconozca su victoria.

La dirigencia en estos países, elites europeizadas de desempeño cuasi monárquico, está siendo reemplazada violentamente por actores de perfil nacionalista con control real del aparato estatal. Las transiciones son de difícil andadura, y en el inicio cuentan con apoyo de poblaciones hastiadas, caldo de cultivo para proyectos alternativos.

¿Se extenderán? Por ahora, se reproducen cada vez más rápido.

África requiere atención. Su presente demuestra otro fracaso del poscolonialismo (especialmente europeo), rémora que debiera movilizar inmediatas -y creativas- respuestas.

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