Hacer experiencia

Por Diego Fonti

Hacer experiencia

“Esto es efímero/ Ahora efímero/ ¡Cómo corre el tiempo!”

El comienzo de la canción “Ya nadie va a escuchar tu remera” es certero. Aunque podríamos plantear un matiz. ¿A qué se refiere con “esto”? ¿Está pensando en la experiencia humana general y básica de la finitud, la contingencia y el límite que nos atraviesa a todos? ¿O quizás se está refiriendo a algo mucho más enfocado, a una vivencia concreta del momento que a cada quien le está tocando vivir?

Una de las ventajas del arte es que nos permite ir más allá de la intención del autor y pensar lo que nos dice una obra también desde quienes la interpretamos. Visto desde esa perspectiva, el tiempo efímero de la canción puede interpretarse desde lo que un sociólogo actual, Hartmut Rosa, denomina la “aceleración del tiempo”.

La aceleración técnica, el cambio social, el ritmo de la vida, las fuerzas motrices, son todos fenómenos que incluso pueden medirse y tienen efectos directos en las identidades personales y comunitarias.

Esa aceleración no se produce sola, sino que se mueve sobre una serie de ruedas. Tres sobresalen. La competencia que se extiende, más allá del ámbito económico, a toda esfera de contacto en la que el individuo debe probar su valor. La capacidad de cambiar y vivir muchas vidas en una, como una especie de reemplazo de la idea de eternidad. El ciclo de velocidad de las diversas esferas técnicas y sociales, con impulso autónomo y en competencia continua, que impacta en toda persona, sus deseos y búsquedas.

Los efectos de esa aceleración son enormes y los sentimos inmediatamente. Disponemos de información de modo cada vez más rápido, tenemos medios de desplazamiento más raudos, disponemos de creciente capacidad de acumulación, etc.

También notamos cómo se reduce nuestra capacidad de sostener actividades que llevan tiempos largos. Las prácticas educativas, artísticas, periodísticas, científicas, etc., corren a favor de esa aceleración y nos exigen ser cada vez más acotados, sintéticos, precoces.

Tendríamos que pensar cuáles son los efectos de estas dinámicas en las relaciones sociales que exigen precisamente eso, tiempo. La amistad, la intimidad, los afectos, la crianza están siendo claramente afectadas por esta aceleración. Pero también las prácticas laborales, sindicales, políticas, y sus tiempos.

Se produce en nosotros lo que Rosa denomina “alienación”. No está pensando en la pérdida de un objeto, de la ganancia o del dominio de sí. O en todo caso, si están esas pérdidas, se dan sobre el trasfondo de una enajenación más fundamental relacionada con el tiempo: la pérdida del equilibrio y la sintonía personal ante esa velocidad, el sufrimiento causado por los modos de relación con el mundo y los demás.

Hay respuestas “desaceleracionistas”, que no necesariamente van contra este sistema. A veces incluso lo fomentan (“salirse” un momento para “acumular fuerzas” y volver al mercado). O asumen una visión romántica, como aquella literatura británica que criticaba las miserias del capitalismo industrial y proponía, con un lujo sólo accesible a aristócratas, volver a la “naturaleza” (diseñada por sus paisajistas) y salirse de ese tiempo moderno.

En cambio, la pregunta es cómo conseguir un equilibrio o estabilización de resonancia en este proceso aparentemente imparable. Vienen a mente una serie de ejercicios que tradiciones sabias traían consigo, como la “prosoché” o atención al presente, las prácticas preparatorias para la muerte, la consideración de esta situación actual a la luz del universo y la eternidad. Pero, en lugar de eso, volveré a un punto central de la propuesta de Rosa: las experiencias que están más allá de la compulsión a la aceleración y que permiten atar nudos de sentido en el mundo.

Tengo la tentación de preguntar a quien esté leyendo si ayer o anteayer vio sus redes sociales. Y si recuerda qué vio.

Si la respuesta es que no, Rosa diría que es porque no se dio una experiencia, un acontecimiento significativo que haya dejado una marca en la memoria, saliéndose de la compulsión alienante de aceleración.

Pero si también pidiera a quien está leyendo que recuerde algún acontecimiento particular y significativo, ¿qué características encuentra en esa experiencia que dejó una marca? Probablemente no la acumulación de datos, ni la “experimentación” controlada de las ciencias modernas.

Pero seguramente sí algo de la novedad y sorpresa, que todavía habita y se escucha en el origen de la palabra experiencia, o sea ponerse de camino hacia un límite, hacia una alteridad riesgosa, no manipulable, impactante.

Hacer experiencias corporales, estéticas, sociales, musicales, que al mismo tiempo permitan hacer propia la experiencia del otro, su perspectiva, sus tiempos y los efectos sociales que lo atraviesan.

Hacer experiencias que dejen la marca, y partir de ella comenzar nuestros procesos de orientación en un mundo veloz y cambiante, no es una idea novedosa. De hecho, está a la base de viejas ideas que orientaron las prácticas educativas, éticas, religiosas, políticas. Pero quedó ahogada entre tantos datos. Quizás sea una clave para revisar nuestros desencantos.

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