La política y los dogmas populares

Por Eduardo Ingaramo

La política y los dogmas populares

Un dogma es un conjunto de creencias o proposiciones que deben aceptarse sin cuestionamientos, ya que constituyen una verdad aceptada sin crítica o examen. Existen dogmas en la base de distintos discursos e instituciones, que llamamos doctrinas (entre ellas, las religiones, el sistema jurídico, político, o incluso algunos sistemas de paradigmas sobre los que se sostienen las ciencias).

Su misma definición revela los problemas que producen los dogmas: verdad aceptada sin crítica o examen. Una actitud típica de los grupos sociales que, sintiéndose exitosos, no los cuestionan y no los enfrentan a la realidad.

Este es quizás el principal problema de los dirigentes de los movimientos populares, que, tras los enormes cambios vividos en los últimos años, no logran comprender a los que desean representar.

Entre los dogmas podemos mencionar algunos ejemplos, que parecen haber afectado las últimas elecciones. En estos días “la justicia social” ha sido descalificada por el candidato más votado en las Paso; ello no hubiera sido posible si los movimientos populares hubieran sido alcanzados por ella. Pero eso no ha ocurrido, y muchos no la perciben, y los más jóvenes ni siquiera saben de qué se trata; en el mejor de los casos la relacionan a las ayudas estatales durante la cuarentena, sin esperanzas de mejorar su situación objetiva.

Por el contrario, en el nivel local o provincial, que están más cerca de los ciudadanos y pueden ejercerla diariamente, los resultados divergieron del nivel nacional.

Ya en este siglo, las cuestiones de género y el machismo impulsado desde un variopinto abanico partidario, también han quedado reducidas a un dogma (los femicidios), que no contempla medidas para la solución del problema de fondo. Así, la violencia que se revela en los suicidios (los de mujeres duplican los femicidios, y los de varones los quintuplican) son síntomas ignorados de violencia familiar, donde los hombres jóvenes –que son mayoría entre los votantes de Javier Milei- no han recibido ninguna ayuda para resolver sus impulsos machistas, y sólo son excluidos, con lo que el problema se agudiza y eterniza.

Otro dogma es aquel que reza “el Estado presente”, que se contrapone a “la mano invisible del mercado” de las derechas individualistas, cuando en la realidad el Estado nacional está mayoritariamente presente en la metrópoli y en las zonas urbanas. Frecuentemente se ha mostrado poco capaz de organizar social y económicamente a la población para producir riqueza apropiable localmente por las familias y trabajadores, más allá de las grandes ciudades.

Es más, en algunos casos, el Estado ha sido competitivo con las Entidades de la Economía Social y Solidaria (EESS), que crecieron en el interior del interior por la ausencia del Estado en las zonas menos pobladas.

El caso más visible está en las dificultades de acceso a las telecomunicaciones y servicios de comunicación audiovisual (por parte de todos los gobiernos) a las Cooperativas de Usuarios de Servicios Públicos, que se han mostrado eficientes y eficaces frente a las empresas hegemónicas.

De allí que en ese interior del interior no se vota “movimientos populares”; en los interiores de Córdoba y Santa Fe son donde más triunfan sus oposiciones, cuando su paradigma es claramente asociativo y opuesto al individualismo, por lo que prosperan mutuales, cooperadoras escolares, de bomberos, clubes, etc.

Otro dogma es “la sindicalización”, que es un modelo que puede ser válido, pero sólo si inclusivo de las mayorías. Cosa que no ocurre: la mayoría de trabajadores (no registrados, informales, cooperativizados y monotributistas) no están sindicalizados, y observan con desconfianza a los dirigentes gremiales, especialmente los más poderosos, que rechazan a los movimientos de trabajadores excluidos del trabajo registrado.

Es evidente que algunas doctrinas constituidas en dogmas son, en gran parte, las razones por las que los movimientos que se pretenden populares son cuestionados por grandes sectores de la población, que se alejan porque les parecen palabras vacías.

Puede ser que el remedio pueda ser peor que la enfermedad, pero ¿qué alternativas tienen, si no las perciben como políticas públicas que podrían mejorar sus vidas, y a veces ni siquiera las conocen?

Cualquiera sea el resultado de las próximas elecciones, será necesario que los dirigentes de los movimientos populares sean críticos con sus dogmas cristalizados y sus doctrinas enunciativas, que no alcanzan a vastos sectores y geografías de nuestro territorio, donde ganaron los gobernadores e intendentes, pero esos resultados no se trasladaron a los números nacionales.

En ese marco, no parece extraño entonces que Javier Milei y su partido haya sido tercera fuerza en Buenos Aires, donde nació, mientras ganaba como primera fuerza en lugares recónditos, y entre excluidos, donde las doctrinas y dogmas de los movimientos populares no se viven, por lo que prosperan propuestas que las rechazan.

No se trata de olvidar las ideas fundantes de los movimientos populares, sino de criticarlas, examinarlas en su aplicación y ponerlas en práctica para todos en todos lados, comenzando por escuchar a los excluidos, más allá de las campañas electorales (algo que nunca harán los que las rechazan utilizando las engañosas herramientas del marketing y las redes sociales).

La democracia es un sistema imperfecto en permanente construcción, en donde los pueblos se pueden equivocar al votar, pero son los únicos que tienen derecho a hacerlo, los dirigentes no tienen ese derecho.

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