La visita realizada por el presidente chino Xi Jinping a su par ruso, Vladimir Putin, ha dejado tela para cortar en lo que se refiere a la relación bilateral y en cuanto concierne a la guerra ruso-ucraniana, que hoy involucra a muchos países. La UE anunció otro paquete financiero para Kiev de 2.000 millones de euros, y se encuentran haciendo maniobras en el centro de Europa fuerzas internacionales para combatir contra Moscú.
La llegada de Xi al Kremlin coincidió con la del premier japonés, Fumio Kishida, a Kiev. Juntas evidencian cuánto importa a las más tradicionales potencias del Asia-Pacífico el irresuelto conflicto.
La relación entre Rusia y China se consolida. Se firmaron numerosos acuerdos comerciales y el intercambio a 2022, potenciado por la guerra, alcanza los 190.000 millones de dólares. En el orden diplomático, Pekín ha seguido adelante con su propuesta de paz para con el conflicto ruso-ucraniano; de ella se conoce un pequeño resumen de 12 puntos, cuyos aspectos más relevantes son: el cese de hostilidades (sin aclararse qué pasa con los territorios hoy ocupados por Rusia), y la negativa a permitir la utilización de armas nucleares. La posición mediadora que pretende asumir China viene avalada por un reciente éxito en Medio Oriente, donde ha ayudado a generar un diálogo entre Arabia Saudita e Irán, demostrando que la sola presencia norteamericana en la convulsionada región era insuficiente para alcanzar equilibrios.
Los grandes analistas internacionales (en especial los que escuchamos quienes vivimos en Occidente) advierten sobre estos desplazamientos de Xi, que apuntan a generar efecto en el corazón del otrora Primer Mundo. Las grandes potencias ya no pueden reclamar hegemonías absolutas, y deben aceptarse, al reconocer sus regiones, varias direcciones posibles.
Merece destacar que China continúa apelando a la negociación, diferenciándose de la OTAN, que es parte activa de la guerra. Rusia es un Estado amigo, pero, frente al conflicto, Xi no se muestra como aliado (no quiere sanciones para sí), aunque con su presencia apuntale al líder ruso (recientemente imputado por la Corte Penal Internacional) y explicite que la segunda potencia del mundo no avala las penalidades impuestas contra él y su país. Putin sostuvo, antes del encuentro (y lo ratificó en las reuniones mantenidas), que está abierto a considerar los puntos señalados por Pekín. De igual modo, el presidente ucraniano Volodomir Zelensky ha expresado su interés en conocer la propuesta a fondo: se espera una visita de Xi a Kiev. Aunque las posturas públicas del ex actor (en especial exigir el retiro ruso en los territorios ocupados) y el celo que la OTAN -como sus accionistas principales por separado- vienen poniendo frente a todos los desplazamientos chinos, condicionarán su receptividad.
Dependerá de cómo mueva sus piezas la diplomacia de Pekín, y de cuánto se abra el juego a tal fin, por quienes apoyan a Ucrania con mucho más que palabras (incluidos Washington, Bruselas y Londres), que tendrán incidencia en las decisiones a tomar. ¿Aceptarán un alto al fuego? La Casa Blanca sólo lo admitirá si el ejército ruso capitula.
Occidente no le ha encontrado la vuelta a este asunto. En su momento, Gorbachov y Bush (quien llegó a viajar a Ucrania tras los primeros estertores independentistas en su región Oeste, para respaldar a “Gorbi”) dejaron un acuerdo difuso pero palpable, habilitando un gran espacio de amortiguación entre el viejo límite del “telón de acero” trazado en la posguerra y la zona donde Rusia (no ya la URSS) podría mantener su influencia regional, en los nuevos Estados nacidos desde 1991, hacia su Este y Sur continental.
Pese a la tensión entre Moscú y Kiev (Ucrania era la segunda potencia intra URSS) por Crimea, en 1992, este pacto nunca escrito funcionó relativamente bien durante muchos años, hasta que nuevos acontecimientos determinaron a la OTAN a intentar respirarle a Moscú en la nuca.
Cuando Putin decidió su ataque, en 2022, la determinación de sostenerlo parece haber vulnerado una vez más las cadenas de alarma de los referentes occidentales, que, probablemente, no esperaban que una Rusia muy integrada al mundo soportase los bloqueos económicos y políticos desplegados. Ahora, las principales potencias occidentales exigen a China un altruismo que ellas no han desplegado al financiar y armar a Kiev, sin ofrecer al mundo respuestas certeras. Pero su actitud no sorprende: si se recuerda la mezquina competencia entablada entre Washington y la UE para tomar posiciones en las repúblicas socialistas (ex URSS), cuando los “paquetes de ayuda” fueron cabeceras de playa para acceder a grandes negocios, parecidos a los que la guerra y la posguerra en Ucrania seguramente facilitarán.
Aquella zona de amortiguamiento ideada por Bush y Gorbachov implicaba concesiones recíprocas. Para Washington, era no llevar la OTAN más allá de lo razonable. Para Moscú, retrotraer su línea de frontera al siglo XVIII, anterior incluso a la expansión zarista. Nació entonces una “paz fría” que una sucesión de torpezas envió al cesto de basura. Por allí se filtra el multilateralismo de Pekín, que ya está en acción. Aunque para constatar su alcance y eficacia habrá que esperar.