Ritos de iniciación

Ritos de iniciación

En muchos de los espacios laborales se dan ritos de iniciación, bautismos, rituales, celebraciones de bienvenida: muchos nombres, pero una misma historia que suele repetirse y que es más común de lo que se piensa. Pero ¿qué se esconde detrás de ellos? ¿Son compatibles con el trabajo seguro y libre de violencias?

El aprendizaje de la violencia

Entendemos al ejercicio de la violencia como un comportamiento aprendido. Es decir, ninguna persona nace violenta, sino que estos comportamientos se aprenden en los procesos de socialización, en distintos espacios en los que interactuamos y, esa violencia, es sostenida por patrones culturales desiguales y relaciones de poder asimétricas. Partiendo desde esta conceptualización, los varones crecen con estereotipos muy arraigados, los cuales deben perpetuar la fuerza, la resistencia y el poder, contraponiéndose a todo aquello que los coloque en una posición de debilidad. El ejercicio de la violencia no solo es habilitado sino que incluso se enseña como el modo en el que “deben resolver los problemas”, lo que lo vuelve uno de los pilares de la masculinidad.

¿Esto se da sin ningún costo? Por supuesto que no. Sostener, tolerar el dolor, y tener que mantener una posición inquebrantable, pone de manifiesto exigencias, exposición a riesgos, costos en salud, entre otras cuestiones. Los ritos de iniciación, los bautismos, nos permiten profundizar en este punto.

En espacios laborales ¿de qué hablamos cuando hablamos de ritos de iniciación?

Cada tanto nos encontramos con alguna noticia que expone los ritos de iniciación en determinados ámbitos laborales. Estas prácticas que ocurren cuando una persona se incorpora a una organización, aparecen como forma de “pagar el derecho de piso”. Algunas, con expresiones de violencia más explícitas, otras vestidas de celebración o “integración”: hacer pagar el asado con el primer sueldo, bromas pesadas, baños de agua fría, cortes de pelo, desnudos frente a todos en el vestuario, golpes y agresiones sexuales. Muchas, acompañados por filmaciones que exponen la vulnerabilidad y atentan contra la privacidad.

Detrás de ellas se esconde, no solo la complicidad, sino también la falta de consentimiento. Consentir tiene que ver con generar acuerdos explícitos, de forma libre y entusiasta para participar de una actividad y con la posibilidad de poner límites, negarse o revertir dicho acuerdo. Ante situaciones como las mencionadas, donde el grupo avanza sobre la individualidad y negarse o pedir ayuda no existe o expone, el consentimiento queda relegado.

Entonces, ¿por qué se siguen sosteniendo estas prácticas? Son prácticas naturalizadas y arraigadas en la sociedad y en las organizaciones, que se perpetúan en el tiempo, ante las cuales la pregunta no se habilita, y muchas veces, ni se genera ¿cómo un varón va a levantar la voz y cuestionar lo que le está dado “como habitual” y necesario para pertenecer a un equipo de trabajo? ¿Cómo va a denunciar o pedir ayuda? ¿Cómo se corta la cadena?

Murmullos
Murmullos por doquier se escuchan en los pasillos de las organizaciones: “eso siempre fue así”, “ahora se quejan porque son más sensibles”, “viste como es ahora, son la generación de cristal”, “yo me tuve que bancar algo mucho peor”. Y la lista sigue, pero que haya pasado antes ¿lo justifica? No, todo lo contrario, y si bien muchas prácticas fueron mutando y transformándose, no dejan de transmitir los mismos mensajes: reafirmar poder, probar lealtad o generar sumisión.

Hoy en día, se están problematizando cada vez más los mandatos y roles de género que se les asignan también a los hombres. En los talleres que damos desde Grow- género y trabajo, abordamos estas incomodidades reflexionando sobre lo que los varones hacen, dicen, sienten, callan, y qué impacto genera esto en sus propias vidas, en sus vínculos interpersonales y cómo influye en los equipos de trabajo.

Según Lucho Fabbri, coordinador de masculinidades de Grow- género y trabajo: “Buscamos que los varones puedan hacerse preguntas, cuestionar(se) actitudes, y cortar con la complicidad. Y sobre todo, verse como parte de las agendas de diversidad, equidad e inclusión y género, construyendo espacios laborales más seguros y también formas más saludables de habitar la masculinidad.”.

Es necesario que las organizaciones y quienes están en puestos de liderazgo cumplan un rol activo identificando las costumbres, tradiciones y “códigos” que puedan generar daño en las personas para prevenirlas y erradicarlas, Comenzar a habilitar estas preguntas, incómodas pero necesarias, es un paso fundamental para promover espacios de trabajo diversos y libres de violencia.

*Área de prevención y abordaje de las violencias de Grow- género y trabajo

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