Tener un oficio, tener un tesoro

Por Fermín Bertossi

Tener un oficio, tener un tesoro

Ante el fin del trabajo formal conocido, los desarrollos posibles de la inteligencia artificial (IA), y el previsible desenlace previsional o de la seguridad social; y dada la imparable influencia de las nuevas tecnologías en los procesos de producción y sus consecuencias en el mercado de trabajo, un oficio o experiencia laboral innata o adquirida lucen alentadores en esta realidad y en su porvenir.

En estos tiempos de pronunciada desocupación, pobreza e indigencia, tener un “oficio”, entendido como un conjunto de conocimientos prácticos que se adquieren mediante la experiencia, verdaderamente es tener un tesoro.

La aparente o supuesta pequeñez de un “oficio” manual, industrial, agro técnico, o de servicios, formal e informal, no solamente es hermosa, sino potencialmente fecunda y comprobadamente fructífera. Al menos para satisfacer las necesidades físicas básicas de la persona y su grupo familiar en ámbitos urbanos y rurales.

Entendemos a un oficio como arte y pericia para una actividad laboral propia y autogestora, por ejemplo, electricista, gasista matriculado, fontanero, pintor, jardinería, albañilería y construcción, carpintería y herrería, peluquería, mecánico, lavandero, limpieza de casas de familia y locales de comercio, perquisición, poda o desmalezado, zapatero, modista o sastre, chofer, servicio de acompañante y cuidado personal, repostería, elaboración de viandas y alimentos, mensajería, changas, etcétera.

Ante la corrupción y holgazanería corroborada recurrentemente en el manejo clientelista de millones de “planes sociales”, impulsar el conocimiento y la capacitación en oficios a partir de un activo protagonismo actitudinal, será una auténtica propuesta productiva de nuevas aptitudes y servicios. Que, además, honrarán personal y familiarmente, animando autonomías responsables, recuperando dignidad y autoestima con real e independiente promoción social.

También será promover bienestar y encarnar ciudadanía. Para ello la educación y la capacitación informal, posible y permanente, como la participación activa y responsable de los involucrados puede ser de las mejores herramientas para trabajar a favor del bienestar personal y la reintegración social.

Se trata de revalorizar, despertar y actualizar la experiencia y lozanía del capital cultural y valía social de los desocupados en el propio entorno familiar, emocional y amical de su espacio o hábitat circundante.

Nuestra propuesta también sugiere la espontanea organización, la información, educación y capacitación cooperativa informal, con neutralidad política, destinada a personas que integran o pueden llegar a ser parte de emprendimientos personales, cuadrillas de trabajadores sin trabajo, o talleres familiares, dotándolos de capacitación y actualización permanente, con herramientas específicas para organizar gradual, paulatina e inicialmente modestos pero duraderos procesos o esquemas de trabajo, con una mirada sin límites.

Nuestra ley de Educación Nacional, Nº 26.206, como todas las leyes provinciales de educación, otorgan a la educación no formal un espacio curricular importante y significativo, destacándose que la formación de maestros o profesores de educación formal en todos los niveles y jurisdicciones debe contemplar la construcción de saberes sobre la definición, armonización, ejecución y evaluación de experiencias de educación no formal en artes y oficios, urbanos y rurales.

Ya a fines de los años 60, en el marco de la Conferencia Internacional La crisis mundial de la educación, realizada en Williamsburg (Virginia, EEUU, 1967), se estableció la importancia y el avance de la educación no formal en oficios, como herramienta preponderante para el fortalecimiento de la sociedad civil, la descentralización y la democratización del conocimiento, porque “quien oficio sabe, no muere de hambre y aleja vicios”.

Complementariamente, no es un dato menor abogar también por una renovada autopercepción personal y representación comunitaria de las personas después de sus 55 años, desde un rol activo, educando y repotenciando preservativamente sus capacidades o talentos ante eventuales amenazas de naturales envejecimientos y morbilidades, ofreciendo simultanea y responsablemente posibilidades y nuevas oportunidades en pos de proseguir, enriquecer y acompañar, institucionalmente, desempeños evolutivos personales de bienestar terapéutico instantáneo como de cobertura emocional, ante realidades como las que encabezan esta nota o columna.

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