González, un cirujano que no opera en el quirófano

  Candidato, dirigente y funcionario todo terreno, el caudillo de Traslasierra hace todo tipo de maniobras desde la Legislatura para mantener la disciplina de la Justicia y de los suyos

González, un cirujano que no opera en el quirófano

Por Mercedes Grimaldi

A los 73 años, no esconde que es un coqueto innato. Las canas cubiertas por el azabache realzan aún más el brillo de su frente. Hábil negociador, sabe que ha llegado al final de su extensa carrera política para disfrutar de las mieles del éxito escondido: no puede salir a gritarlo, pero hace tiempo que se sienta en la Legislatura con la tranquilidad de los que saben que tienen el poder agarrado con las dos manos. 

Ya ni siquiera invierte en aquella rosca que en tantos apuros lo puso años atrás, cuando era común que recurriera al pañuelo de su saco para pasarlo por el frente de su rostro. Hoy, todo en él es altanería. 

Al traje cruzado con zapatos con lustrado del día, la camisa clásica y la corbata al tono no los negocia por nada. Oscar Félix González muestra una libreta de aportes que harían poner colorado a más de uno: 31 años ininterrumpidos como funcionario público: funcionario nacional, diputado provincial y nacional, ministro provincial todoterreno, candidato a lo que le dijeran y, sobre todo, un leal a José Manuel de la Sota, Carlos Menem y Juan Schiaretti.

Él, que un día bajó de Traslasierra para llevarse una medalla de oro de la facultad de Medicina de la UNC, siempre supo que la cirugía no iba a ser su principal fuente de ingresos. Junto a De la Sota apostaron por Cafiero en la Renovación Justicialista; y sin ponerse colorados se pasaron el menemismo apenas terminaron derrotados. Tuvo que surfear aguas turbulentas en estas tres décadas. 

Mientras inauguraba un castillo (literal) en las alturas de San Javier, se vio tocado muy de cerca por la muerte de su discípulo en la Democracia Cristiana, Jorge Suau, quien lo enlodó en el escándalo de la financiera CBI. Justo en esos meses él sentía que su jefe histórico, De la Sota, le había soltado la mano tras el motín policial de fines de 2013: pese a que González fue el que se puso al hombro las negociaciones, en el Panal siempre le reprocharon haber dejado que el conflicto escalara de manera dramática, con el sólo objetivo de desterrar a la ministra de Seguridad, Alejandra Monteoliva, a quien no digería. Al igual que un amplio sector de la Policía, González no podía tragar que una mujer sin militancia partidaria quedara al frente de la Seguridad en Córdoba. 

Pragmático al extremo, «la Chela» (como lo llaman desde su Villa Dolores natal) ya empieza a mirar su historia en pasado. O al menos eso quisieran quienes, hoy, de la mano de Martín Llaryora, se presentan como la nueva renovación justicialista en Córdoba. 

Pero González, aún presidente provisorio de la Legislatura, no deja de recordarles a estos «imberbes del justicialismo cordobés» (como los apodan en una mesa chica en la que hay que demostrar varias décadas para poder ingresar) que fue él, junto a otro veterano de la rosca, como Francisco Fortuna, quienes tuvieron que salir a contener una vez más los tropiezos internos. No es mera coincidencia que ambos provengan del palo de la Medicina, allí donde las situaciones extremas ponen en jaque cualquier temple.

Cuando el COE comenzó a desguazarse en Córdoba, con múltiples escándalos, la orden bajó pronto de los máximos despachos del Panal. Era hora de correr de la escena al novel ministro Diego Cardozo, al médico Juan Ledesma, y a cualquiera de los que hasta entonces venían dando las buenas noticias de un supuesto éxito cordobés” en la lucha contra el coronavirus, para volver a dar lugar a los «viejitos». 

González y Fortuna pusieron una vez más la cara ante cuanto micrófono le cruzaron, y salieron a podar cualquier crítica por el absurdo caso Solange. Sobre todo, por el escándalo del médico trucho”, que se paseó por Río Cuarto y alrededores dando órdenes y dejando en ridículo a una provincia entera. 

Ahora, cuando el fiscal de Río Cuarto, Daniel Miralles, dictaminó que este joven mentiroso no había tenido apañamiento político, González volvió a reír para sus adentros, siempre sin perder su compostura hacia afuera. Hace pocas semanas, Juan Manuel «el Negro» Delgado, un funcionario del actual gobierno provincial, fue ungido como Fiscal General por una Unicameral que le mostró un apoyo mayor al que se esperaba. González y los suyos habían trabajado en los pasillos y con mucho café en pocillo para lograr fracturar, sin esfuerzo, a una oposición que hace tiempo termina acompañándolos en ese recinto. 

Un recinto donde hay demasiados favores cruzados, que han generado una oposición de cartón. Antes, cuando las críticas contra Delgado florecían por su presunta dependencia política y otras cuestiones poco claras, en la Unicameral se habilitó una excepción, en una reunión reservada, para que una periodista terminará por regarlo con flores. Todo calculado al detalle y sin que nadie se quejara en voz alta. 

Previsiones que los «imberbes» que le piden «renovación» nunca hubieran podido hacer de una manera tan sutil como elegante. Delgado es un hombre de la Democracia Cristiana, del mismo palo que «la Chela». En 2003, junto a Rodrigo Agrelo, González se presentó como candidato a vicegobernador de la provincia. Fue otra astuta jugada de De la Sota para dividir los votos opositores.

El fallecido ex gobernador siempre le guardó un lugar de privilegio en su estructura de Gobierno a los demócratas cristianos. Delgado proviene de esa rama; Miralles esta semana ya le demostró lealtad al flamante jefe; ahora, Delgado tiene que sostener o rechazar un recurso que le acaba de presentar otro político de raigambre cristiana, Aurelio García Elorrio, en un nuevo ataque contra los derechos de las mujeres. 

Nadie duda que González supervisa toda esta maniobra de cerca. Tan de cerca como los consejos que le tuvo que dar hace 10 días a dos de los de la «renovación»: Natalia de la Sota y Juan Manuel Cid no sabían si era una buena idea llevar al papá del fallecido Blas Correas a un encuentro en la Legislatura. Él los reunió y le asignó a cada uno el papel que tenía que seguir en ese encuentro. Y otra vez, sonrió satisfecho. Se siente que maneja los hilos de la Legislatura.

Una media sonrisa que sólo se le borra cuando escucha a dos legisladoras minoritarias, Luciana Echeverría y María Noel Argañaraz, hablar con el inclusivo «todes».

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