La belleza invisible de la vejez

Club de la Porota

La belleza invisible de la vejez

¿Cuáles son las barreras invisibles que nos impiden ver la belleza de la vejez? ¿Qué miedos se esconden en la mirada hacia los rostros arrugados, a la lentitud en el andar, a los viejos de la vida? Hoy te quiero invitar a visibilizar lo invisible, a ver más allá de lo que se ve, a envejecer aprendiendo.

Esta semana acompañé a Raquel a una cena con algunas de las nuevas amigas y amigos que había hecho en el viaje a la India. La casa de Morán, quedaba en una zona bastante inhóspita de la ciudad. Tenía un frondoso jardín plagado de arbustos y árboles autóctonos junto a una casa pequeña y acogedora. Habremos sido unas 30 personas, desde niños hasta viejos. La cena fue a la canasta, cada uno se servía lo que deseaba en el momento que quería. Jamás nadie osó imponer una mínima regla de protocolo. A pesar de ser una “colada” jamás sentí que estaba de más. De manera espontánea, y como quien no quiere la cosa, nos fuimos sentando en círculo. Los instrumentos aparecieron del cielo y bajo la luz de la luna se armó la peña. Cantamos y bailamos, literalmente, hasta el amanecer.

Tras esta experiencia, como es habitual, me inundaron un sinfín de pensamientos. Es que la reunión y su cadencia arrojaron descubrimientos maravillosos. De esos que derriban los pre-conceptos desde los cuales muchas veces abordamos la vida. El ejemplo más elocuente fue el de Dora, una mujer sesentona que lucía orgullosa una frondosa cabellera blanca. ¡Si la hubiesen visto! Traigo una frase de mi madre para sumar a la descripción: “No le dabas ni dos pesos”. Sin embargo, cuando tomó la guitarra, logró un círculo perfecto a su alrededor y un silencio hechizante hasta para los más pequeños. Escucharla fue un viaje a lo indescriptible. ¡Sus manos parecían multiplicarse y sus dedos chispear con el roce! De repente, la música que emanaba de su guitarra inundó el patio cual concierto.

Dora es una mujer con un talento excepcional, como el que habita en muchísimas personas pero que muchas veces no nos permitimos apreciar. En la cultura en la que vivimos, percibo un condicionamiento excesivo de las apariencias y, en ese modo de entender al otro, una predominancia de la misoginia y el viejismo*. ¡Ay! Si la hubiesen visto. ¡Ay! Si la hubiesen escuchado. La belleza en estado puro. Esa belleza que emana cuando nos conectamos con lo que somos, con lo que amamos, con lo que nos apasiona. La belleza que no tiene espejo, ni juicio, ni miradas. Se trata de esa belleza que se disfruta con los ojos cerrados, que nos dibuja una sonrisa e invita a desafiar la mutilación diaria a la que sometemos nuestra autoestima. Si en la juventud nos preocupamos solo por cómo mantener un cuerpo deseable (para otros) difícilmente lleguemos a la vejez abrazando la belleza que vive en las profundidades de nuestra humanidad y que trasciende la cáscara del cuerpo. Quizás, los considerados “feos” en esta cosmovisión fóbica de la condición humana, sean los más beneficiados en la vejez; habrán sabido (tal vez) desplegar otras virtudes más tempranamente para compensar la falta de dotes que dicta el estereotipo. Y si a esa “fealdad” cultural le sumamos la condición de viejos. ¿Qué remedio? O acaso ¿necesitamos un remedio para “semejantes males”?

Les invito a que solo por un día apaguen los celulares, no miren la tele ni hojeen las revistas de chimentos. No lean el diario, no escuchen la radio. Simplemente, salgan a caminar y a conectar con lo que los rodea: personas, objetos, animales, situaciones, música, olores, sonidos, ruidos, etc. Perciban su energía. Miren el cielo, aprecien el calor del sol, la luz de la luna y estrellas. Respiren profundo en un espacio rodeado de árboles. Tómense un helado solos. Porque estoy segura que si lo hacen de un modo genuino descubrirán que existe una Dora en cada uno de nosotros. Hay una belleza preexistente que nos trasciende. Que no entiende de mandatos. Que no se cuestiona su don, su magia, su ser. Es una belleza que nos inunda cuando estamos solos. Dora se animó a compartirla. Seguro, debe haber pasado por momentos de mucha inseguridad, sin embargo, su deseo pudo más que sus miedos y fue así como nos regaló la posibilidad de descubrir un ser integrado con su propia luz, única e irrepetible. Que la condición etaria o de género no sea un inhibidor de lo que sos, de lo que somos: personas con mucho amor para desplegar en un ciclo vital que nos invita a envejecer aprendiendo.

Que este año te encuentre más compasivo, flexible y conectado.

*viejismo: La estereotipación y discriminación contra personas o colectivos por motivos de edad. Engloba una serie de creencias, normas y valores que justifican la discriminación de las personas según su edad.

 

Porota sos vos, soy yo, somos todas las personas envejecientes

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Talleres de verano en la UCC para personas adultas y adultas mayores

El Programa Comenzar para adultos +50 de la Universidad Católica de Córdoba inicia el martes 9 de enero su propuesta de verano. Los talleres que ofrecerán son: autorregulación emocional; cómo ver una obra de arte; espaldas sanas; estimulación cognitiva; recorrido por algunos museos del mundo; Tai Chi, y Zumba de baja intensidad. Para más información llamar o enviar mensaje a los siguientes celulares (0351) 153-503822/155-109269. También podés ingresar a www.ucc.edu.ar y enterarte de todo. ¡A disfrutar!

Transformar el tiempo libre en tiempo de autocuidado

La profesora especialista en personas mayores, Inés Arévalo te invita a disfrutar de la natación y/o gimnasia en el agua. ¿Cuándo? Los martes y jueves a las 8hs. (Natación) y 8:45 (gimnasia acuática) ¿Dónde? En el Centro de Desarrollo Deportivo Villa Allende de Agencia Córdoba Deportes. Requisitos de inscripción: un certificado médico en el que conste que estás apto/a para realizar actividad física. Las actividades son aranceladas. Para más información comunicate a los siguientes teléfonos: 03543-439259 o 351-7653430 (celular particular de la profesora Inés Arévalo) ¡Seguilos en Instagram! @deportescba o @mayoresenaccion.

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