Lula, el desobediente

Por Nelson Specchia

Lula, el desobediente

El presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, izquierda, estrecha la mano de su homólogo chino Xi Jinping tras una ceremonia de firma de documentos que se llevó a cabo en el Gran Salón del Pueblo, el viernes 14 de abril de 2023, en Beijing, China. (Ken Ishii/Foto compartida vía AP)

Terminamos esta columna, el viernes pasado, diciendo que la principal intención global para la región, por parte de Washington, es que América Latina ponga todos los límites posibles a la expansión, al crecimiento y a la búsqueda de recursos naturales por parte de la República Popular China, que a pasos agigantados corre a discutirle la preminencia mundial. Pero también dijimos que Lula da Silva, que ese mismo viernes llegaba a Tiananmen, en Pekín, para entrevistarse en el Gran Palacio del Pueblo con Xi Jinping, tiene otros planes. Y, en efecto, el brasileño no tardó ni medio día en dejar clara, clarísima, palmariamente clara cuál será la posición internacional del Brasil respecto de la relación con el gigante asiático y con las instrucciones de Washington: “Nadie puede impedir que Brasil desarrolle sus relaciones con China, y que éstas vayan más allá de lo comercial”. Del otro lado de la larga mesa de madera laqueada, después de una barrera de flores verdes, amarillas y rojas -siguiendo ordenadamente las líneas de las banderas de las dos potencias- Xi sonreía. O parecía divertirse y sentirse complacido (nunca se está del todo seguro, con ese rostro hierático de semisonrisa permanente).

La afirmación de Lula, en el contexto de las advertencias estadounidenses, asume una importancia capital. En otras palabras, está avisando a Joe Biden -quién tanto lo apoyó en la campaña presidencial, contra las pretensiones bastante patéticas de Bolsonaro, de anunciar fraudes en las elecciones, cuando estuvo seguro de que sería desplazado- que la alianza entre Brasil y los EEUU será un acuerdo entre partes equiparables, no en términos de sumisión o de obediencia acrítica.

Y para ratificar con políticas prácticas esta afirmación general sobre la estrategia de su Ejecutivo, Lula incluyó entre los puntos de la nutrida agenda una visita personal al centro de investigación y desarrollo de Huawei en Shanghai.

Huawei, el principal fabricante chino de equipos de telecomunicaciones, soporta un ataque diplomático y comercial directo de la Casa Blanca, tanto a nivel de bloqueo de insumos para la producción de microprocesadores, como de importación directa de productos (equipos telefónicos) y servicios en la “nube”. Pero Huawei tiene operaciones en suelo brasileño hace un cuarto de siglo, y desde 2022 es ya el tercer mayor proveedor de servicios “on line”, y se apresta a convertirse en el principal desarrollador de las redes de 5G en Brasil.

La batalla, a estas alturas, está pasando del nivel de trascendidos a la guerra abierta: en su página web, sin medias tintas Huawei sostiene que Washington “presiona al gobierno brasileño” para que cancele los contratos de desarrollo e implementación del 5G con tecnología china; también sin subterfugios, el presidente Lula da Silva afirmó a todos los medios de prensa, en la puerta de la planta tecnológica: “La visita a Huawei es una demostración de que queremos decirle al mundo que no tenemos prejuicios en nuestra relación con China”.

En definitiva, la apuesta de ambos tiene el mismo vértice (al menos en el discurso): es mejor un mundo multipolar que uno unipolar, centrado en Washington. Claro que los escépticos de siempre dicen que lo que en realidad quiere Xi -y Lula le hace el juego- es cambiar un mundo unipolar centrado en América por otro mundo unipolar, pero centrado en Asia. O sea, en China. Lo acaba de admitir en el Congreso del Partido Comunista que lo entronizó para un tercer período presidencial: 2049 es el horizonte para que Pekín vuelva a ser el ombligo del mundo, como hace veintitrés siglos, cuando Ying Zheng unificó el imperio y se transformó en Qin Shi Huang. ¿Aspira Xi a ser el nuevo Qin Shi Huang? Yo me resisto a creerlo: las enseñanzas de Confucio han calado demasiado hondo en la cultura de ese gran pueblo, como para reactualizar escenarios ofensivos.

En todo caso, Lula le dijo a Xi -y esta, sumando sus tres presidencias, es la cuarta visita a la capital china- que ambos juegan en el mismo bando, y le repitió que él está dispuesto a acompañarlo en la construcción y defensa de ese orden mundial multipolar al que aspira Pekín. Por eso, en el discurso de la larga mesa laqueda en rojo, insistió en que la relación a la que aspira no pretende limitarse a lo “meramente” comercial (lo que, tratándose del gran almacén del mundo, ya es mucho decir), sino que está dispuesto a dar un paso más: “quiero que esta relación sea profunda, fuerte”. Xi, siempre con su media sonrisa grabada en el rostro amable, contestó con una fórmula diplomática, bastante menos jugada que las ideas del brasileño: “el desarrollo continuo, sano y estable de nuestras relaciones jugará un papel clave para la paz, estabilidad y prosperidad mundiales”. Lula, en ese ping-pong donde cada término, cada signo de admiración o de interrogación, y hasta cada silencio cuenta, puntualizó: así es, lo haremos para “dar forma a un orden internacional más justo y equitativo”.

Pasadas las grandes definiciones, el resto de la agenda de la Cumbre era medianamente predecible: económicamente, Xi y Lula firmaron 14 acuerdos en áreas críticas: energías renovables; industria automovilística; agroindustria; líneas de “créditos verdes”; tecnologías de información; sanidad; infraestructuras; desarrollo satelital (armarán el CBERS-6, el sexto satélite conjunto que orbitará la tierra, para vigilar la biomasa de la selva amazónica); “liberar a los países emergentes del sometimiento de las instituciones financieras tradicionales que quieren gobernarnos” -Lula dixit- (léase: el FMI reemplazado por el banco de los BRICS); y cambiar paulatinamente las transacciones en dólares por otras en yuanes.

Todos estos puntos estaban, con mayor o menor claridad, en las previsiones. Lo que no estaba en los planes es que él, junto a Xi -y a los árabes- sean los mediadores entre los ucranianos y Putin. Si alguien creía que Lula, por viejo, había dejado de ser desobediente, claramente se equivocaba.

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