El ojo del amo

Lecturas de viernes | Por Darío Sandrone

El ojo del amo

Hasta la vista, baby

En la primera escena de Terminator 2 (1991), un robot con forma humana recién llegado del futuro camina desnudo hacia el bar The corral”, en busca de ropa y un vehículo. Por momentos la cámara asume el punto de vista de esta sofisticada máquina, y el espectador ve lo que ésta «ve». Entonces, la imagen se tiñe de rojo y es atravesada por una cascada de letras, números y sonidos que provocan la sensación de una percepción artificial, robótica, producida por una computadora que ejecuta constantemente operaciones de cálculo. Cuando la máquina mira las motocicletas estacionadas frente al bar, palabras en inglés junto a interminables cifras aparecen en su visión, agregando información sobre las características de las motocicletas que no se desprenden de las imágenes: nivel de escaneo”, análisis”, Harley-Davidson” modelo 382”, tamaño”, suspensión”, tanque”. Ya dentro del bar, la máquina camina entre humanos y ante cada cuerpo que se cruza en su camino una danza de palabras, números y gráficos guían la búsqueda de la ropa adecuada: modo escaneo”; evaluación del tamaño”, análisis», masculino”, femenino”, peso”, altura”, cuello”, bíceps”, tríceps”, cuádriceps”. Pero, si la máquina puede recibir datos tan precisos sobre las características singulares de las cosas que la rodean, ¿por qué anexa imágenes a la información que escanea?, ¿para qué necesita ver? La respuesta es que no lo necesita, pero como se trata de una película, es necesario traducir la percepción maquínica a términos que resulten familiares a la forma en que los espectadores (humanos) experimentan el mundo circundante, es decir, a través de imágenes visuales.

Esta podría ser una buena hipótesis, a pesar de la cual no podemos evitar preguntarnos: ¿y los números?, ¿y las palabras? Podríamos decir que, por el mismo motivo, son cinematográficamente necesarias para que el espectador interprete que la máquina, además de ver, está buscando algo.      Pero, entonces, ¿qué mecanismos de la visión humana representan? ¿Dónde aparecen los cálculos y el lenguaje cuando buscamos algo con la mirada?

Cada vez que ves

Ver se nos presenta como un hecho instantáneo y no como una actividad que implica, sin que tengamos conciencia de ello, una larga y compleja serie de operaciones cognitivas que se llevan a cabo al interior de nuestro cuerpo, desde que la información lumínica entra por los ojos hasta que llega al cerebro, y en la que el sistema nervioso no ahorra esfuerzos para que además de recibir luz podamos ver algo.

Si lo pensamos bien, es un proceso asombroso: de un poco de luz que entra a nuestro organismo a través de dos esferas húmedas, representamos en nuestra imaginación las formas, las texturas, los colores, los movimientos, en definitiva, reconocemos objetos y escenas de eso que llamamos mundo en una pantalla inmaterial que se despliega entre nuestras neuronas.      El «dónde» y el «qué» de cada cosa no entra por los ojos, solo comienza allí.

Esta idea es la base de un viejo problema filosófico: ¿Qué diferencia existe entre ver y saber qué es lo que se ve? Podríamos decir que además de recibir información lumínica, percibir implica añadir a la luz una serie de creencias, conocimientos, prejuicios y predicciones que permiten que lo que vemos pueda ser juzgado como verdadero o falso. Cuando miro el termo que ahora está frente a mí, la información lumínica que impacta en mis retinas solo me informa de un plano curvado, pero rechazo esa información como falsa, pues lo que «realmente» está frente a mí es un cilindro, aunque no vea uno de sus costados. Mi cerebro, en base a la información que tiene guardada, completa el objeto que mis ojos dejan trunco.

Rara vez nos percatamos de esa tensión permanente entre la información que viene de las cosas a través de la luz y la que proviene de nuestras propias entrañas. Antiguas luces muertas de experiencias pasadas que se ha cristalizado en nuestra fisiología, haciéndose carne y pre-juicio.

Entre la espuma que emerge cuando esas dos olas de información que fluyen en sentido contrario chocan, aparecen las imágenes: toma forma lo que vemos, lo que vimos y lo que creemos ver o haber visto.

Nada que ver

En The Matrix” (1999), filmada años después que Terminator”, se ensaya una visión maquínica independiente de las imágenes. La Matrix es un inmenso programa de realidad virtual, al que millones de personas están conectadas sin saberlo. Cuando uno está conectado solo percibe la interfaz, y, en consecuencia, experimenta el mundo a través de imágenes visuales que la Matrix genera para los humanos. Pero cuando uno está fuera y puede ver el código, lo que el software ejecuta, miles de símbolos y números caen en cascada en una pantalla. Solo los expertos informáticos pueden ver” algo a través de esa lluvia de símbolos. Cuando Neo, el protagonista, finalmente descifra el código y logra comprender el funcionamiento de la Matrix, ve la cascada de símbolos dentro y fuera. Ya no necesita imágenes ni pantallas, ya no necesita una interfaz que le «muestre» en términos humanos el procesamiento de información.

Sus ojos ya no pueden ver, pero no los necesita: ahora puede procesar el mundo tal como lo que es (o como la película nos propone que es): pura información, sin creencias ni sesgos (o sea, imágenes) que lo distorsionen.

Quién te ha visto y qué te ve

¿Cómo ven las máquinas? Esa pregunta parece ser cada vez más importante en la época actual, donde nuestra mirada se acopla, se articula, se mezcla con lo que registran las cámaras digitales. Aunque éstas procesan información como Neo, la traducen a imágenes en monitores, como Terminator, para que los usuarios podamos comprenderlas.

¿Qué vemos cuando vemos lo que ha sido mirado primero por las máquinas? ¿Qué vemos cuando miramos las pantallas? ¿Qué objetos han sido completados según los criterios de la máquina y cuáles según los nuestros? ¿Es importante la diferencia?     Aunque las máquinas no tienen creencias, sí tienen memoria y, por lo tanto, tienen sesgos. La información lumínica que reciben del exterior se organiza en función de la que almacenaron, estableciendo patrones, recurrencias, recortes. ¿Qué se gana y qué se pierde en esa traducción? Habrá que seguir dando vueltas alrededor de estas preguntas, intentando esquivar el discurso de los fabricantes y mercaderes de cámaras, pues, como se sabe, el ojo del amo engorda al ganado.

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