WhatsApp y las habladurías del mundo

Lecturas de viernes | Por Darío Sandrone

WhatsApp y las habladurías del mundo

Todos somos Tato

Cuentan que los verborrágicos y acelerados monólogos televisivos de Tato Bores se originaron cuando los productores le informaron que disponía de unos pocos minutos para decirlos. Frente al dilema entre decir mucho y decir poco, el cómico decidió decir rápido, sorteando creativamente esa limitación, e imprimiendo un estilo característico y singular a sus soliloquios, a tal punto que es fácil recordar (casi escuchar) la veloz cadencia de sus ocurrencias.

El hecho ilustra un principio conocido: el medio condiciona la comunicación. La televisión, medio masivo que llega a una audiencia amplia y diversa, exige segmentos cortos y cambios rápidos. Mientras unos se entretienen, otros se aburren, y ante el riesgo de que estos últimos cambien de canal, mejor cambiar de tema, de invitado, o de sketch, para mantener atentos alternadamente a la mayor cantidad de personas con lo que está al aire o con la expectativa de lo que va a venir después del corte”.

Lejos de los tiempos televisivos de los años 90, la comunicación actual pasa, como se sabe, por las redes sociales informáticas, de las cuales WhatsApp es una de las más utilizadas. Los mensajes ya no van desde un emisor hacia la multitud, sino en todas las direcciones, lo que ha convertido a cada celular en un atolladero de mensajes y notificaciones.     WhatsApp, por su parte, posee varias características distintivas, entre ellas que permite grabar y transmitir audios. A diferencia del teléfono, el habla y la escucha se disocian. En lugar de dialogar, el hablante monologa frente al dispositivo, y luego envía el audio en búsqueda de la escucha diferida. En consecuencia, la escucha se transforma en un recurso escaso.

Poco a poco, el medio impone sus parámetros morales en la comunicación: los audios largos están muy mal vistos. WhatsApp se ha convertido en lo que la televisión era para Tato Bores: un medio de comunicación masivo que exige cierto talento en monologar rápido, para que nos presten atención.

Audio larguirucho, bla´ más rápido que no te escucho

En el universo WhatsApp, la persona con habilidad para acelerar sus dichos o economizar palabras es un interlocutor valorado. Por el contrario, los audios largos son percibidos como infinitos, interminables. En muchos casos, quedan sin oír, abandonados en la fosa común de algún servidor junto a millones más. Para remediar este destino, desde hace unas semanas, WhatsApp ha puesto en escena una nueva tecnología que permite acelerar la reproducción del audio.

Ya no se requiere que el emisor hable rápido, el propio medio acelera y estandariza de manera artificial el habla. Con ello, el celular se diferencia ahora definitivamente del teléfono (un nombre cada vez más metafórico).

A diferencia del teléfono, el smartphone tiene la capacidad de interrumpir el flujo de voz antes de que llegue al interlocutor y acumularlo, para reproducirlo, luego, a velocidades no humanas. La comunicación telefónica no permite esto.

En esa mediación técnica, la escucha está obligada a adaptarse a las singularidades del hablante. El teléfono tradicional transmite en tiempo real el ritmo de las disertaciones, admitiendo las pausas, y permitiendo decir también con los silencios. WhatsApp, ahora, invierte esta ecuación: adapta el habla a la escucha contemporánea, ansiosa, apurada, siempre yéndose.

Esta inversión, paradójicamente, acerca el audio al texto escrito, en el cual se eliminan muchos de los rasgos personales de la oralidad del hablante. No recibimos información de su tono de voz, de su cadencia al hablar. Solo nos llega la información que transmiten las palabras que él ha elegido, y el orden en el que las ha colocado. En este, como en ningún otro formato, las velocidades de producción del mensaje y de recepción se vuelven autónomas. Por eso tiene gracia aquel viejo chiste en que el tío comenzaba una carta a su sobrino diciéndole: «querido sobrino, escribo lentamente porque sé que aún no lees rápido». Esta característica de la escritura, sin embargo, no estaba presente en las comunicaciones telefónicas. Ahora, WhatsApp lo permite: vos hablá tan lento como quieras, yo te voy a escuchar rápido (1.5x) o muy rápido (2x).

La estandarización automática del habla habilita un nuevo tipo de mediación tecnológica híbrida, que podría caracterizarse como una escritura hablada, o en un habla escrita.

Mucho, mucho ruido, demasiado ruido

Buena parte de la historia de las telecomunicaciones es la de una lucha interminable por separar la información del ruido en un soporte material, aunque no siempre ha estado claro cuál es la diferencia entre una y otro.

El padre de la segunda cibernética, el antropólogo estadounidense Gregory Bateson, definía a la información como una diferencia que hace la diferencia. En un audio escuchamos mil sonidos (y silencios) diferentes que provienen de la voz del hablante, pero también del ambiente. La información que extraemos de allí depende de qué hace una diferencia para nosotros. El bocinazo de un auto puede ser ruido irrelevante, pero también puede ser información de que quién nos habla está en la calle. Según esta perspectiva, la diferencia entre información y ruido tiene menos que ver con el audio que con el punto de vista del que escucha.

Cómo dijimos, el punto de vista de nuestra época está siempre apurado, atravesado por la escasez de tiempo. En consecuencia, las singularidades del hablante, sus pausas, sus muletillas, sus dubitaciones, cada milésima de segundo que se toma para respirar o para pensar, son percibidas como ruido que entorpece la llegada de la información. WhatsApp encontró la forma de eliminarlo, lo que el teléfono tradicional no permitía, dejando que el límpido chorro de información depurada golpee el tímpano con una pureza inédita.

En ese contexto, no es difícil prever el éxito de la aplicación y la aceptación masiva de este nuevo recurso tecnológico. En nuestra época, sentimos que la automatización del habla nos libera del palabrerío irrelevante, aunque no sabemos bien para qué queremos ser liberados de eso.

¿Dónde quedamos atrapados si las habladurías del mundo no pueden atraparnos? Queda la pregunta en el aire, mientras tanto, ¡vermouth con papas fritas y good show!

Salir de la versión móvil