Efecto perspectiva

Por Darío Sandrone

Efecto perspectiva

La canica azul

En 1972, mientras deambulaba por el espacio exterior en el Apolo 17, el astronauta Harrison Schmitt tomó varias fotografías de la Tierra a través de la ventana. Una de ellas se volvió icónica y pasó a la historia como “La canica azul”. La imagen muestra al planeta como una esfera perfecta y, aunque prima el azul, el contraste con los verdes y marrones de los continentes y el blanco raleado de las nubes generan la sensación de un punto de vista total y definitivo: el suelo, el cielo y el mar cabían en una mirada. Se convirtió en una de las imágenes más difundidas entre los habitantes de ese mundo que representaba, y fue reproducida por ellos en remeras, calcomanías, pantallas y cientos de miles de objetos más.

En su último libro, “Terraformación”, el polifacético sociólogo estadounidense Benjamín Bratton, llama la atención sobre el episodio en busca de los efectos psicosociales que provocó la masificación de aquel, hasta entonces, muy reducido «sentimiento místico de profunda concienciación que sienten muchos de los que han experimentado vuelos espaciales y han podido ver la totalidad de nuestro pálido punto azul de una sola vez».

Hace más de 30 años, Frank White acuñó el término «efecto perspectiva» (Overview Effect) para indicar el cambio en la conciencia que produce la experiencia de ver la Tierra completa, desde afuera. White entrevistó a algunos astronautas para estudiar mejor el fenómeno, y Bratton reproduce en su libro algunos de esos testimonios, entre los que podemos encontrar el del astronauta Edgar Mitchell: «Desarrollas una conciencia global de manera instantánea, una orientación hacia las personas, una intensa insatisfacción con el estado del mundo y una compulsión para hacer algo al respecto. Desde ahí fuera, en la Luna, la política internacional parece tan mezquina. Te dan ganas de tomar a un político por el cuello, arrastrarlo un cuarto de millón de millas y decirle: «Mira eso, hijo de puta»»

Que la realidad no te arruine una buena perspectiva

La perspectiva es algo extraño, difícil de explicar. Tiene menos que ver con el conocimiento de la realidad que con la construcción de un punto de vista propio acerca de esa realidad. No supimos más acerca del planeta con la fotografía de Harrison Schmitt, pero algo en nuestra manera de pensarlo y percibirlo se modificó para siempre.

¿Solo con imágenes se construye una perspectiva? Podríamos decir que sí, pero, al mismo tiempo, podríamos negar que las imágenes se construyen solo con una cámara fotográfica. Las palabras, las historias, las narraciones producen imágenes (e imaginario) y, por lo tanto, perspectiva. En la época de Aristóteles eso no estaba muy claro, tal vez por eso el Griego juzgaba a la Historia como una disciplina inferior a las ciencias de la naturaleza, porque, a diferencia de éstas, no puede obtener leyes universales acerca del funcionamiento del mundo. Los hechos sociales y políticos nunca se repiten con exactitud. Son particulares, y de lo particular no hay ciencia.

Aquel antiguo principio persiste en algunas visiones reduccionistas, que consideran que, si una disciplina no tiene capacidad de predecir un fenómeno, no lo conoce. El tamaño de la predicción es la medida del éxito de la explicación científica; empero, las revoluciones, los liderazgos políticos, las modas, y muchas de las preferencias y los comportamientos que emergen en las sociedades no se pueden anticipar con la misma exactitud que el paso del cometa Halley. En consecuencia, antes que con datos, las humanidades trabajan con palabras, ideas, dudas, estéticas. Junto con los hechos estudian los sentidos que adquieren los hechos. El historiador, el filósofo, el artista persiguen la mirada total que, por ser tal, no puede ser ni verdadera ni falsa, es más bien un artificio, un punto de vista construido: una perspectiva. ¿Qué adquirió sino aquel cavernícola de Platón que pudo salir de la cueva?

La imaginación al poder

La imagen es el corazón de la perspectiva. En nuestra época, la red de computadoras se suma a las narraciones y a las viejas cámaras analógicas para generarlas. La industria del entretenimiento, las series y las películas, aportan infinidad de imágenes más. El acceso irrestricto a las imágenes siempre disponibles da la sensación de una comprensión total del complejo mundo social y político, desde las migraciones masivas hasta crueles asesinatos, pasando por la rosca en los parlamentos y recintos gubernamentales. Todo eso se presenta como una esfera perfecta, como “un pálido punto azul” que cabe en una mirada. Estimulada la imaginación, la descripción de los hechos políticos y sociales importa menos, e incluso da la sensación de que sirve menos.

En consonancia, la comunicación social y el periodismo (gran usina de imágenes) parecen correrse lentamente de sus pretensiones de explicar y describir los hechos parciales y fraccionados, hacia la misión de lograr esa concientización que se consigue cuando se “ve todo”. También se recurre a la caja de herramientas de las humanidades: la historia (folk), la teoría política (de entre casa) y el arte (de la edición). Las noticias ceden ante las editoriales, las columnas de opinión (como esta que usted está leyendo) ocupan el lugar de las primicias.

Construir la perspectiva es igual de importante que describir la realidad. Incluso más. En su versión más radical, algunos presentadores de noticias que se jactan de haber atrapado con su mirada la totalidad del mundo social y político parecen invocar el mismo deseo que Edgar Mitchell: tomar a un político por el cuello, arrastrarlo imaginariamente hasta el estudio de televisión, ponerlo frente a una imagen en una pantalla y decirle: «Mirá eso, hijo de puta».

Se mimetizan así con la actitud generalizada en las redes sociales digitales, donde junto al posteo de una imagen se repite el mantra hacia algún sector político: “miren esto, hijos de puta”. Como si se estuviera en el Apolo 17 mirando lo que “los políticos” no pueden por estar habitando ese mundo, que ahora se contempla a lo lejos desde una ventana de internet. Los hechos (y quienes lidian con ellos) importan poco. El punto de vista distante importa mucho. “Posverdad” le llaman algunos, aunque también le podríamos llamar “efecto perspectiva”.

Salir de la versión móvil