Inmortalidades

Por Darío Sandrone

Inmortalidades

Transhumanos

Las fantasías de inmortalidad han adquirido un nuevo impulso con las corrientes transhumanistas, que plantean la posibilidad científica y tecnológica de vencer a la muerte, ya sea por medio de la modificación biológica de nuestros cuerpos, o a través de su reemplazo por soportes artificiales, cuando no por meras computadoras. La convicción de algunos sectores tecnocientíficos, y filosofías afines, de que la inmortalidad de los humanos es posible, los acercan, paradójicamente, a las creencias religiosas de las que tradicionalmente han intentado diferenciarse. En El Inmortal, el cuento de Borges, se duda, sin embargo, de que las religiones que postulan la inmortalidad del alma crean realmente en ello, porque juzgan a un espíritu por lo que hizo a lo largo de 70 u 80 años de vida física. El resto de la eternidad solo se transita a los fines de castigar o premiar lo realizado en ese minúsculo lapso de tiempo. Como sea, más antiguos que algunas corrientes científicas o filosóficas, e incluso que algunas religiones son los mitos griegos que, desde luego, se han ocupado del tema.

Sísifo

A todos nos viene la misma imagen a la cabeza cuando escuchamos el nombre Sísifo: una figura humana subiendo una pesada roca por una montaña, solo para volver a comenzar después de que ésta ruede cuesta abajo. Menos recordados o conocidos son los motivos del castigo. Sísifo era un rey miserable y ladino. Cuando el dios Tanatos (la muerte) fue a buscarlo porque había llegado su hora, lo engañó con evasivas y pretextos, y, finalmente, consiguió dejarlo encadenado en un calabozo. En consecuencia, ningún ser vivo murió en la Tierra durante mucho tiempo. Esto trajo una serie de intrincados problemas que generaron malestar y preocupación entre los dioses.

En primer lugar, la población de los mortales aumentaba vertiginosamente a la vez que los recursos naturales disminuían a un ritmo acelerado. Por otro lado, la dinámica política se vio profundamente afectada. Los reyes no morían, los tiranos permanecían por siglos en sus lugares y no había forma de que fueran sucedidos por hombres con otro temperamento. El orden social y moral se deterioró rápidamente. Sin peligro de muerte no había valientes ni abnegados, tampoco temerosos ni obedientes. Además, las enfermedades se prolongaron al infinito y se tornaron insoportablemente largas y tediosas.

Como los filósofos romanos reflexionan en el cuento de Borges: “dilatar la vida de los hombres era dilatar su agonía y el número de sus muertes”. Pero el hecho más dramático, desde el punto de vista de los dioses, era que sin la muerte no había instancia última para dirimir los conflictos. La guerra ya no era un acontecimiento definitorio y, por lo tanto, carecía de toda importancia. Esto despertó particularmente la ira de la diosa Ares (la guerra), quien fue en búsqueda de Tanatos, y al encontrarlo en el lugar donde Sísifo lo había apresado, desencadenó a la muerte para que el mundo volviera a la normalidad. Sísifo fue enviado al Inframundo, pero, hábil y ladino como era, se las ingenió para engañar a los dioses y volver a la tierra de los mortales donde debía resolver unos “asuntos pendientes”. Nunca consiguieron atraparlo y murió de viejo, pero cuando eso pasó, se dispuso el castigo conocido.

Titono

En la mitología griega, Eos es la diosa de la luz matutina, el alba, y por eso generalmente se la refiere como una bella mujer de “dedos rosados”. Lo cierto es que en una ocasión se enamoró de un cantante humano que tenía una voz preciosa y vivía en Troya. Su nombre era Titono. Eos no tardó en convertirlo en su amante. Llevó a Titono hacia los confines de la Tierra, detrás del horizonte, donde se sabe que el amanecer habita. La pasión y el desenfreno no le permitieron caer en la cuenta de que Titono era un simple mortal; pero, con el paso del tiempo, el deterioro de su amante se hizo cada vez más evidente, como también se hizo evidente que Titono iba a morir algún día. Incapaz de aceptar ese destino, Eos rogó a los dioses que le otorgaran vida eterna al cantante, aunque se olvidó de pedir explícitamente que también le preservaran la juventud. Los dioses, por malicia o por torpeza, le concedieron a Eos su deseo, pero de manera literal.

Los años comenzaron a pasar y aunque los signos vitales de Titono no se deterioraban, todo lo demás sí. La vejez comenzó a caer aceleradamente sobre su piel, sus articulaciones, su memoria, su cabello, y los peor de todo, sobre su voz. Cuando Eos ya no pudo soportar el menoscabo decidió abandonar a Titono en una habitación, tras unas enormes puertas doradas, cuando ya no podía moverse, ni recordar mucho, y casi no podía hablar. Tampoco podía morir. Cada día se encogía y arrugaba un poco más. Lo que alguna vez fue una melodiosa voz, se había convertido en un balbuceante chillido. En algunas variaciones del mito, Titono se convierte en cigarra, esos arrugaditos seres cuyo monótono canto es la única forma que tienen de suplicar la muerte.

Tanatopolítica

El mito de Titono, sobre la vida sufrida y la muerte negada, pone el foco en los peligros de prolongar la existencia más allá de las expectativas biológicas de los mortales. Incluso, el mundillo científico ha llamado “dilema de Titono” o “Síndrome de Titono” a la necesidad problemática de mantener con vida a seres queridos más allá de las capacidades de disfrute del cuerpo. El mito de Sísifo es menos lineal. En teoría política, desde la aparición de Foucault en la segunda mitad del siglo XX, se suele hablar de “biopolítica”, para llamar la atención sobre cómo en la Modernidad la vida biológica comenzó a ser parte de la gestión estatal (demografía, estadística, tasas de natalidad, prevalencia de enfermedades).

Sin embargo, otros filósofos posteriores como Derrida, Nancy, y el cordobés Emmanuel Bisset, también han explorado el concepto de “tanatopolítica”, para resaltar que la gestión de la muerte, matando o dejando morir, también ha sido un aspecto central de muchos procesos políticos. Y eso es así porque la finitud es la condición de posibilidad de una comunidad. Una comunidad plural singular. Como dice Bisset, “la muerte es algo absolutamente común (todos nos morimos), pero absolutamente singular (nadie puede morir por mí).” En el cuento de Borges, la ciudad de los Inmortales no es una comunidad, todos yacen aislados sin necesidad de hacer nada por el otro. En un pasaje del cuento, un hombre inmortal cae a un pozo: “no podía lastimarse ni morir, pero lo abrasaba la sed; antes que le arrojaran una cuerda pasaron setenta años.”

¿Serán así los nuevos trans-humanos? Mientras tanto, la inminencia de la muerte trae urgencias y obliga a establecer prioridades, y eso es, en última instancia, lo que hace necesaria la democracia. Después de todo, como dice el célebre verso de Vicente Luy, “Si va a morir gente, votemos quiénes”.

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