Una vida plagada de adioses

Por Darío Sandrone

Una vida plagada de adioses

Hace un par de días, comencé a escribir esta columna con la intención de desarrollar algunas ideas sobre la fotografía en la era digital. Había planeado servirme de ciertos conceptos interesantes acuñados en la década de 1980 por Vilém Flusser, un autor muy leído en la actualidad. Como hago en muchas ocasiones, comencé a indagar aspectos de su biografía, con el propósito de introducirlos en la columna para poner en contexto su pensamiento.

Sin embargo, al ir tirando del hilo de su vida, fui encontrando un evento extraordinario tras otro, incluida su muerte, doblemente trágica, hace más de veinte años. Al releer las líneas que siguen, antes de enviarlas al diario, noto con cierta sorpresa que los hechos biográficos han ocupado más renglones que sus ideas. Y, en su caso, está bien que así sea. Si esta columna falla en exponer con precisión las ideas de Flusser, al menos que sirva para contar su historia.

Exilio

Vilém Flusser nació en Praga, República Checa, en 1920, en el seno de una familia judía. Su padre, Gustav, era un estudioso de las matemáticas y de la física, y la leyenda familiar decía que había sido compañero de estudios de Albert Einstein. A Vilém, por su parte, no se le daba con los números, y a los 18 años comenzó a estudiar filosofía. Su carrera universitaria duró sólo un año, pues en 1939 los nazis ocuparon Praga. Logró huir de allí junto a Edith Barth, quien después sería su esposa, y los padres de ella. Nunca más volvería a ver a su familia. Su padre moriría en Buchenwald, y sus abuelos, su madre y su hermana serían capturados y trasladados primero a Auschwitz y luego a Theresienstadt, donde serían asesinados. Vilém permaneció junto a Edith un año en Londres, para luego partir hacia Brasil, ignorando el destino trágico de los suyos. Se enteraría varios años después, ya en tierra sudamericana.

Un checo en Brasil

Con 20 años, Flusser comenzó a oscilar entre São Paulo y Rio. Primero trabajó en una importadora checa y luego en una fábrica de radios. Sin embargo, la filosofía aún lo apasionaba, por lo que seguía estudiando de manera autodidacta.

Tomó la ciudadanía brasileña y se convirtió en un habitué de eventos artísticos y culturales. Lentamente comenzó a vincularse con intelectuales locales. Fue amigo, por ejemplo, de Guimarães Rosa, uno de los escritores brasileños más influyentes del siglo XX (incluso escribió unas sentidas palabras tras su muerte, en 1967). Para esa época, Flusser ya estaba involucrado en varias instituciones de São Paulo. Colaboraba con el Instituto Brasileño de Filosofía, y ejercía como profesor de filosofía en el Politécnico de la Universidad de São Paulo.

Aunque llegó a construir cierta estabilidad profesional, de la cual parecía que podía empezar a disfrutar, la vida aún le reservaba un par de giros. En la década de los 70, la dictadura militar brasileña llevó a cabo una “reforma” en la Universidad de São Paulo, en la que destituyó a todos los miembros del Departamento de Filosofía, entre los que se encontraba Flusser. Muchos atribuyen a ese episodio, y a otros similares (como lo difícil que le resultaba publicar, no sólo en revistas especializadas sino también en periódicos) el hecho de que, junto a Edith, tras casi 40 años de permanencia, decidiera marcharse un tiempo de Brasil para realizar una serie de estancias breves y dar conferencias en varias ciudades de Europa.

Tal vez, en ese momento pensaba en volver; lo cierto es que nunca más lo haría.

Después de dar vueltas por Europa, en 1981, Vilém y Edith se establecieron definitivamente en Robion, al sur de Francia. Probablemente allí se haya producido la parte más rica de la obra de Flusser.

Consolidado como un autor maduro, en 1983 publicó “Para una filosofía de la fotografía”, uno de sus ensayos más famosos, que fue traducido a 14 idiomas, y que puede encontrarse hoy en las librerías argentinas, publicado por La marca editora. En ese escrito, Flusser combinó sus intuiciones sobre los cambios tecnológicos, el paso de las herramientas a las máquinas y luego a los “aparatos” programables, con la reflexión sobre la producción de imágenes, a las que definía como superficies dotadas de sentido.

En 1985, para complementar estos estudios publicó “Hacia el universo de imágenes técnicas”, que hoy también puede encontrarse en las librerías, editado por Caja Negra. Allí Flusser perseguirá a las imágenes: desde las pinturas de toros encontradas en las cavernas prehistóricas hasta las producidas por las máquinas en el siglo XX, como la fotografía, las películas, las que emite la pantalla de la televisión.

Esta última faceta es la que hace que su pensamiento tome importancia en la actualidad, donde otras máquinas, las computadoras, enlazadas en una red de millones de nodos en todo el planeta, producen imágenes permanentemente y, en gran medida, automáticamente. Para caracterizar ese tipo de fenómenos, Flusser acuñó conceptos como los de “imágenes técnicas”, o “tecnoimágenes”, las cuales, desde su punto de vista, se convierten cada vez con mayor fuerza en portadoras de la información que -precisamente- in-forman, dan forma, a las sociedades contemporáneas. Y con una modalidad muy distinta a la que la escritura, con su linealidad y su secuencialidad, lo venía haciendo.

Además, en Flusser puede encontrarse una interpelación moral y política hacia los artistas y comunicadores contemporáneos, puesto que advierte sobre los riesgos de ser sometidos a los aparatos programables y ser reducidos a sostener su funcionamiento, o sea, convertirse en meros “funcionarios”. Ser “artista”, por el contrario, significa, desde su punto de vista, subvertir esos aparatos.

Aunque Flusser ha devenido un escritor de culto antes que un autor estudiado sistemáticamente en la academia, sus ideas poseen una vigencia notable y son muy estimulantes. Al leerlo, uno tiene la sensación de que escribió más sobre nuestro tiempo que sobre el suyo, como si lo hubiera visto en los negativos de una fotografía lejana, que aún no se había revelado completamente.

Volver

Años después de estas publicaciones Flusser seguía activo. Escribía mucho y continuaba dando conferencias sobre teoría de los medios y filosofía de las imágenes técnicas. En 1991, es invitado a dictar una conferencia en la Ruar-Universität Bochum, en Alemania, país que limita con República Checa. La cercanía con su tierra natal, de la que había huido hacía medio siglo, y donde estaba enterrada toda su familia, fue una motivación extra para aceptar el convite. Tras la conferencia, tomó la decisión: antes de volver a Francia visitaría Praga.

El 27 de noviembre se subió a un auto para emprender el tardío regreso, no es difícil imaginar la emoción que lo embargaba. Aún no lo sabe, pero nunca llegará. Morirá en la ruta, con 71 años, en la frontera entre Alemania y República Checa, en un accidente vial.

A veces, simplemente, no nos es dado volver.

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