Un cuadro intelectual como ya no hay, un líder político de los que ya no vienen, una historia personal secuenciada como una película de acción. Ramón J. Cárcano, el presidente que no fue, el único que fue gobernador dos veces.
Desde la aplicación de la Ley Sáenz Peña, Córdoba ha tenido 3 hombres que han sido tres veces gobernadores de la provincia: Angeloz, De La Sota y Schiaretti. Tres hombres que repitieron tres veces. Ha tenido muchsímos que lo han sido una vez. ¿Pero cuántos repitieron dos veces desde 1913, año en que comenzaron a votar los varones? Apenas uno.
Ese único (que no se conformó con una gestión, pero tampoco quiso tres -para qué tanto-), no fue otro que la joven luminaria del viejo Partido Demócrata, un intelectual que mutó en viejo caudillo de la política cordobesa: Ramón J. Cárcano, que hoy es más nombre de avenida que sinónimo de liderazgo político al estilo Winston Churchill. Fue, Cárcano, nuestro Churchill.
El tiempo nos ha hecho olvidarlo. Olvidarnos de aquella joven promesa de la política nacional que fue el preferido de los presidentes concuñados Juárez Celman y Julio Argentino Roca. Del cordobés que estuvo a punto de ser presidente y con ello, convertirse en el mandatario más joven de la historia de la República Argentina: Cárcano tenía apenas 28 años cuando su jefe lo lanzó en la carrera hacia la fama.
Rebobinemos. Cárcano, antes de aquel tremendo ascenso, había sido secretario de Gobierno de la provincia a los 19 años y a los 24 se convirtió en diputado nacional. Y en paralelo hizo sonar las campanas de la Catedral. Las hizo sonar del susto que se llevaron los de sotana cuando presentó su tesis doctoral en la Facultad de Derecho. La segunda tesis de la historia: De los hijos adulterinos, incestuosos y sacrílegos, donde (quizás sea el hecho más conocido de su vida) postulaba los mismos derechos para todo hijo e hija, no importaba si era adentro o fuera del sagrado matrimonio.
Era abril de 1884 y Córdoba vivía el hecho más oprobioso de su historia. Un hombre del propio patriciado no sólo abrazaba la impía causa del liberalismo, sino que encima iba contra los valores más sagrados: la vida paralela de los hombres no se discute, del mismo modo que la hipocresía eclesial no se negocia. El jefe del catolicismo, que era el jefe de Córdoba, le avisó a su hombre en la Universidad que la tesis no se aprobaba.
_ ¿Qué haces Rafa -por Rafael García, decano de Derecho-?, ¿cómo andas? Decile a Cárcano que tiene un 1. Dios te bendiga
_ Pero Jero -por el obispo Jerónimo Clara-, mirá que la tesis está bien planteada. Es picante Cárcano.
_ Y a mi qué me importa. Lo bochas y después te hacemos una estatua y le ponemos tu nombre a un pueblo-
_ Ah bueeeeno, ¡genial! Gracias máster.
_ Vaya con Dios, Rafael.
Así fue más o menos la charla entre el obispo Jerónimo Clara y Rafael García, decano de la Facultad a quien después le hicieron la estatua al frente de la Compañía de Jesús y le dieron su nombre a un pueblo remoto de Córdoba. Cumplieron pese a que Rafael García, el padre de los García Montaño, no cumplió. No pudo cumplir porque intervino el mismísimo presidente Julio Argentino Roca y la tesis se aprobó. Para mayores males de la Iglesia, ese mismo año Roca determinaba la 1420, la ley fundacional de nuestra educación pública, gratuita y laica.
Cárcano pudo, finalmente, en 1884, tener su título de Doctor en Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba: el segundo doctor de nuestra historia después de José del Viso, hijo de Antonio, el gobernador. Pero más allá de la tesis aprobada, Cárcano no vería su obra reflejada en la Ley. Recién en 1954, un gobierno al que apenas había conocido, equiparó a todos los hijos y eliminó lo de incestuosos y adulterinos. Para la completa igualdad hubo que esperar hasta 1985. A veces somos un poco lentos para ver derechos que otros vieron 100 años antes.
Volvamos en el tiempo
A los tres años de aquella tesis, Cárcano se convirtió en diputado nacional y estando en Buenos Aires, el presidente Miguel Juárez Celman comenzó a planear su futuro sin su mentor y concuñado Julio Argentino Roca. La traición, que supuso gran problema familiar entre los concuñados, incluía a Cárcano, que seria el sucesor de Juárez Celman en el sillón de Rivadavia. Estaba todo listo para que fuera el candidato y, con seguridad, el presidente más joven de la historia: no llegaba a los 30 años. Pero el sueño de Juárez Celman se desbarrancó ante la aparición de los radicales armados, con Alem e Yrigoyen a la cabeza haciendo la Revolución del Parque. ¡No tiren, radicales!
El presidente renunció y Ramón, el cordobés estrella de la política nacional, se retiró de todo. De modo abrupto, desapareció de la escena. Se fue al campo, agarró la pala y el arado y dejó de lado aquellos años vertiginosos de popularidad y riesgo para ser un campesino más, con bastante más dinero que un campesino más.
Cárcano volvió a la vida pública muchos años después. Pasaron 2 décadas. En el medio fue ruralista, docente, historiador y periodista hasta que en 1910 reapareció como candidato a diputado nacional, acompañando al hombre que cambiaría la historia para siempre: Sáenz Peña, su ley y la democracia pronta a venir.
En 1913, primeras elecciones libres para hombres, Ramón Cárcano volvió a los primeros planos y en fórmula con Félix Garzón Maceda -abuelo del ‘Tuerto’ Lucio, enorme abogado-, se convirtió en el primer gobernador elegido democráticamente en la historia de Córdoba: ganó por apenas 180 votos. En aquellas elecciones le ganó a un radicalismo que llevaba como candidato a vice a Jesús Vaca Narvaja, el abuelo radical de quiénes después iban a ser fervientes peronistas y fundadores de Montoneros.
Cárcano repetiría gobernación en 1925. Aquel día su triunfo sería un poco más holgado que el de 1913. Mientras su primera gestión la logró por 180 votos de diferencia, en esta segunda oportunidad la victoria fue por 230 sufragios de diferencia. Apretadísimo. Hasta hoy, Cárcano ha sido la única persona que gobernó dos veces la provincia de Córdoba.
Después de su segunda gobernación fue embajador en Brasil durante la presidencia fraude de Agustín P Justo y terminó sus días al mismo tiempo en que el peronismo iniciaba su larga aventura, allá por 1946. Para afrenta del liberalismo que lo endiosaba y de la alta sociedad a la que pertenecía, Cárcano murió siendo peronista. Y como si fuera poco, una nieta suya sería el gran amor de un jovencito JFK.