“¡Oh Capitán, mi capitán!”

“¡Oh Capitán, mi capitán!”

Oh capitán, mi capitán, el año se ha terminado y ya estamos en 2020 y me pregunto: ¿cómo pude olvidarme? ¿Cómo pude olvidar que en mayo del reciente año pasado hubieras cumplido 200? Vos, justo vos, el poeta panteísta, el poeta de la democracia y la guerra, el poeta de la felicidad de los sexos, el poeta eterno. 

El barbado y viejo amigo de todos y de todas. Como dice en un largo poema el poeta Jorge Boccanera: todos comemos de su mano”. Y es cierto, todos alguna vez fuimos a tus hojas de hierba y mordimos con placer el jugo de la vida.
Particularmente hay una anécdota que me gusta. Pablo Neruda en una de sus tan afamadas casas tenía un retrato de Walt Whitman. Alguien entró (¿una niña?, ¿un niño?), y le dijo: ¿es tu papá?” En cierto modo sí”, respondió Neruda.
Oh Walt Whitman, oh capitán mi capitán. Padre y madre de todos, te hubiera gustado vivir en esta época de mutaciones y derechos. Hubieras sido hetero, gay, binario, trans, hubieras sido todo porque en tu época todo lo fuiste. ¿O hubieras preferido los locos años sesenta, repletos de ácido lisérgico y pastillas? Te veo ahora mismo a la cabeza de las marchas contra el glifosato. Amaste la naturaleza porque toda ella estaba en vos. No pido de aquí en más, buena fortuna, soy yo mismo la buena fortuna”.
¿Qué extraño psicoanálisis natural te separó la culpa de la mente? Oh capitán, los poetas estamos tan llenos de culpas y recuerdos, en cambio vos te cantás y te celebrás a vos mismo. Tus poemas, que rompieron el molde de la rima y la métrica, tus poemas tan libres como tu corazón, son canciones celebratorias, son alabanzas, son la exaltación vital de todo lo que nos rodea. También está la muerte y la muerte es la guerra, con su hocico sucio, sus aguas manchadas, su dolor mal parido.
¿Qué son 200 años, capitán? ¿Cómo es el tiempo de tus barbas? ¿Cómo hiciste para liberarte de todo y decir: Desde este instante me decreto liberado de límites y líneas imaginarias, / yendo a donde se me antoje, mi propio dueño total y absoluto”? No hay tiempo en tu tiempo, todo es tiempo, todo es dios, todo es un orgasmo en continuo movimiento.
¿Y qué dirías hoy de los Estados Unidos? ¿Te hubieras subido a sus fanfarrias de guerras por el mundo o andarías buscando de la pólvora su humedad más pacífica? ¿Hubieras desembarcado en Normandía? ¿Hubieras estado en los hospitales? ¿Hubieras olisqueado el napalm en los cueros de los chicos vietnamitas? Decime, Capitán, vos, Walt Whitman, el viejo feliz que se canta a sí mismo, ¿cómo se vive en un mundo repleto de violencia?
Esto no es un libro, dijiste en el primer cierre de Hojas de hierba: Camarada, this is no book. Quien lo toca, toca a un hombre”. ¿Y qué tocan hoy los que tocan nuestros libros? ¿Tocamos acaso las necesidades del mercado? ¿Tocamos la resultante de un tema que se encuentra más o menos en la cresta de la ola? ¿Tocamos lo políticamente correcto? En síntesis, Capitán, cómo se escribe para que toquen la vida que late en un cuerpo finito y descartable como el de cualquier ser humano.
Te honra Neruda, te traduce Borges, te escribe una oda García Lorca. Tantos, tantas, reconocen en vos un ejercicio puro y despreocupado de la belleza. No hay contradicción, no hay hipocresía, hay una vitalidad que arrasa como un río que crece. Sos como el sol que para todos sale y para todos se esconde. Lejos de ser naïv, de ser un viejo loco (en el sentido estúpido que le otorgamos a la palabra loco) sos también el profeta, aquel que puede arrojar las piedras más duras a la conciencia de su pueblo. Oh Capitán, mi capitán, padre y madre de todas y de todos (tal vez te hubiese encantado el lenguaje inclusivo y hubieses preferido la utilización de todes”), te decía, Capitán: ¿cómo tomará hoy tu palabra incisiva, el gran imperio del Norte? ¿Bebe de tus jugos el imperio del poder? Beba o no beba, allí están tus palabras: duras como una piedra de molino, brillantes como un albino al sol y limpias como la lengua seca de un guacamayo:

A los Estados Unidos”

A los Estados Unidos o a cualquiera de ellos, o a cualquier ciudad de los Estados: Resistid mucho, obedeced muy poco.
Una vez incuestionada la obediencia, una vez totalmente esclavizados, una vez totalmente esclavizados, no hay nación, no hay estado, ciudad en esta tierra, que recobre después su libertad”.

(Traducción de Pablo Ingberg)

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