El maestro asador, de Antonio Tello

Por Leandro Calle

El maestro asador, de Antonio Tello

Eduvim y Unirío, Córdoba, 2020

Pero no me entretenía –dice Tello a través de su personaje al comienzo de la novela- sino que, sin darme cuenta aún, intentaba acomodar mi tiempo al tiempo del mundo”. Y vaya si Tello ha tenido que acomodarse. Autor prolífico, cuando ya comenzaba a despuntar en estas tierras cordobesas, la Triple A lo obliga -en 1975- a salir de su país y comenzar el árido (pero fecundo en su caso) camino del destierro. Tello rearma su vida en Europa, afincándose definitivamente en Barcelona, donde va a escribir la mayor parte de su obra literaria. Lejos de su patria, el paisaje se le quedó dentro, creo que El maestro asador” da muy buena cuenta de ello. Esas cosas, como el terruño de origen -que, en el caso de Tello, se reparte entre los paisajes de Traslasierra y Río Cuarto- se acomodaron ahí, en un costadito del corazón, y fueron respirando a través de las palabras que el poeta desterrado continuaba hilvanando en el Viejo Continente.

La realidad siempre achica las cosas que el recuerdo agranda”, dice el narrador. Tello, con un dominio admirable de la lengua castellana, hace que el lector haga propios los recuerdos de aquel chico que, al lado de su padre, va viviendo una vida sencilla y provinciana, descubriendo los paisajes que más tarde florecerán en el camino del destierro.    Si recordar es pasar las cosas por el corazón”, la buena literatura puede hacernos palpitar al ritmo del pulso de quien escribe. Pero esto, por supuesto, no es frecuente. La novela gira en torno al ritual argentino del asado y a la relación padre-hijo. El padre, maestro asador, invita/desafía a su hijo a ofrecer un asado para los amigos. Como todo ritual, detrás está el mito: el fuego, la ronda alrededor del misterio. El padre se vuelve, de algún modo, el guía iniciático de este rito que atraviesa todas las clases sociales del país. En la liturgia del asado, el rito no es tradición, sino celebración de la amistad, que se vale del fuego para exaltar el espíritu, que también aspira a elevarse hasta su origen”.

Tello cuenta paso a paso el ritual de esa primera vez, y entre paso y paso del ritual van surgiendo pequeños/grandes recuerdos de infancia, en donde el paisaje tiene una fuerza arrolladora.

La narrativa de Antonio Tello no se cuece en el argumento, es una narrativa de estilo. Así lo ha demostrado el autor a través de sus cuentos y, en particular, la trilogía Balada del desterrado”, que se publicó íntegramente en nuestra provincia por Unirío. Lo que llama la atención en la narrativa de Tello es ese estilo, donde la música de cada párrafo parece haber sido construida de manera arquitectónica. Es una escritura poética y rítmica que genera en el lector una suerte de hipnosis, en razón de que va marcando un ritmo que logra meterse dentro de uno.

En El maestro asador” (y a diferencia de la trilogía) el autor toca una fibra particular, que es la ternura. Ese padre, un poco áspero y silencioso, se vuelve querible y amigable. Entramos en esa larga tradición de la literatura que es la relación padre-hijo. En este caso, una paideia” del corazón que culmina con la celebración de la amistad.

El paisaje cordobés se pasea a sus anchas por esta novela, y debería ser una novela recomendada para todo aquel que quiera conocer a fondo nuestra provincia. Pero no es desde el costumbrismo desde donde Tello escribe; el autor escribe desde el paradojal suelo del destierro: Volaban en círculo como habían volado los aguiluchos sobre la cima del Cerro Áspero, componiendo en mí la música de un poema que escribiré ya anciano, cuando sienta que la soledad es un cielo eterno y el destierro una patria que nunca podré abandonar”.

Al igual que Sandor Marai, Tello ha encontrado su patria en la lengua castellana; o, mejor dicho, en la escritura personal de esa lengua, y allí mora y retoza rememorando, pasando por el corazón, aquel paisaje arrancado que le obligaron a dejar. Asimismo, lejos está todo tipo de sensiblería. Al contrario: la ternura y el humor se hacen presentes, y la mano pareciera que escribe lo que los ojos ven, y los ojos ven más allá de los rituales: confieren a cada escena rural y provinciana la mirada profunda del niño. Tello escribe siempre con asombro.

El maestro asador” es una gran novela, donde el pulso de la escritura está manejado con maestría. Según Guy de Maupassant, Flaubert solía citar esta frase de Buffon (que Maupassant cita mal atribuyéndola a Chateaubriand): El talento es una larga paciencia”. Al igual que la hechura de un asado (de uno bueno, claro) la novela requiere de tiempo, de paciencia. De algún modo la cocción de la carne es metáfora del punto justo de la escritura.

Esto, que debería ser regla común en todos los escritores, no es tan obvio. Asistimos hoy, muchas y variadas veces, a una especie de fastbook” (símil fast food”). Libros rápidos y nerviosos, desprolijos y coyunturales, que poco tienen que ver con la literatura y mucho con la corrección política del momento, o el último chismerío televisivo. No es este el caso: Tello es uno de los mejores novelistas que Córdoba posee.

El libro está recién salido de la parrilla. A punto. La mesa está puesta. No espere más, vaya a comprarlo. Veganos abstenerse.

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